El paso del tiempo imprime su huella en los monumentos conmemorativos. Estos adquieren significado en razón de este transcurrir pero también por los elementos que los constituyen.
La exhumación de Franco es insuficiente para modificar el significado del Valle de los Caídos, un artefacto construido para honrar la memoria de los vencedores de la Guerra Civil, en el que los guardianes del templo, la Abadía benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, forman una comunidad religiosa dirigida por sacerdotes de ideología franquista.
Estos elementos, junto a la enorme cruz que anuncia su existencia a gran distancia, encarnan la continuidad del nacionalcatolicismo. Además, el anonimato de los 34.000 muertos que yacen en la fosa común del Valle es una metáfora de la manera en la que la dictadura enterró a sus víctimas en las cunetas de las carreteras.
El paso del tiempo ha reforzado además este significado, alejándolo de cualquier atisbo de reconciliación entre españoles.
Ha sido lugar de peregrinaje y de manifestaciones dirigidas a rendir honores al dictador y nunca fue considerado como lugar de recogimiento y reflexión sobre la tragedia de la Guerra Civil que afectó a tantos españoles. Por tanto, la opción de conservar el lugar como espacio conmemorativo exige reflexionar sobre su resignificación, una tarea que no se anuncia nada sencilla.
El ejemplo de Vietnam
A lo largo del siglo pasado hemos asistido a la construcción de monumentos conmemorativos de víctimas de guerra, pero nos gustaría destacar la importancia del que a nuestro juicio merece una atención especial porque su diseño no fue apresurado sino que exigió larga reflexión, y porque constituyó, además, motivo de un fuerte debate. Nos referimos al monumento erigido en 1982, en Estados Unidos (Washington), a los muertos en la Guerra de Vietnam.
La característica que lo hace especial es que el esfuerzo por conmemorar a las víctimas de esa guerra tenía que afrontar las diversas emociones e ideologías en conflicto sobre la propia contienda, dado que su naturaleza había resultado profundamente controvertida. Era una guerra confusa y perdida que suscitaba enfrentamiento. No había una idea unánime sobre lo que había significado luchar y morir en ella. No podía ser recordada con un monumento de guerra que saludara con orgullo el triunfo de los Estados Unidos. Debía ser la conmemoración de una derrota, y no resulta fácil imaginar cómo se conmemora una derrota.
Se optó por construir un memorial formado por dos grandes muros que forman un ángulo de 125 grados con la inscripción de los nombres de los 58.000 estadounidenses que perdieron la vida en aquel conflicto bélico. Los muertos se convirtieron en el corazón del proyecto. El monumento no es sólo contemplativo, también interrogativo. A través de su simplicidad austera formula preguntas a los visitantes acerca de su relación con la guerra.
Paralelismos
Creemos que resulta un ejercicio útil acudir a este ejemplo porque reúne al menos dos paralelismos con el caso que nos afecta: primero, debía ser el recordatorio de un episodio doloroso, no de una victoria u homenaje a un héroe nacional, y segundo, la interpretación del objeto de conmemoración dividía profundamente a la sociedad estadounidense.
Por supuesto que las diferencias entre las motivaciones de la guerra de Vietnam y nuestra Guerra Civil son notables, pero el hilo invisible que las asemeja es el de la tragedia de las víctimas que perecieron en ella. Una lista de víctimas que no se agota con los muertos de la contienda sino que en nuestro caso se extiende a aproximadamente 50.000 personas que fueron ejecutadas entre 1939 y 1946 tras la Guerra Civil. El recordatorio de estas últimas víctimas basta por sí sólo para enfatizar la condena del régimen que nació del enfrentamiento entre españoles.
Invitación a la reflexión
En la resignificación del Valle, la idea de reconciliación nacional se queda corta. Es preciso recordar que no va a ser visitado solamente por las personas que vivieron la guerra directamente y aún sobreviven, o por quienes la vivieron a través de los recuerdos legados por sus familiares. El monumento va a ser visitado fundamentalmente por personas pertenecientes a nuevas generaciones que ignoran mucho de lo que sucedió en España desde el año 1936 hasta la restauración de la democracia.
Martha Nussbaum señala que la validez del arte público es dudosa si entre sus múltiples funciones no promociona alguna forma de reflexión, un proceso que progresa también por las emociones de aflicción y pérdida que son capaces de suscitar las formas artísticas.
La invitación a la reflexión se puede conseguir a través de elementos explícitos (como exposiciones temáticas o la presencia de una biblioteca ampliamente dotada) o a través de los elementos simbólicos implícitos. Pero es también necesario que la construcción del memorial que sustituya las formas caducas y vejatorias del Valle de los Caídos asuma, con la mirada puesta en el futuro, la tarea de promocionar los valores de democracia, libertad y solidaridad entre españoles.
Tareas previas
La forma final que adquiera el proyecto de resignificación del Valle de los Caídos puede surgir de la apertura de un concurso de iniciativas sobre el diseño.
Pero hay tareas previas que deben realizarse para dejar allanado este camino. Entre ellas se encuentran la exhumación de las víctimas que yacen en la fosa común o la dignificación de sus tumbas, el desalojo de la comunidad benedictina del recinto del memorial y el derribo de la gigantesca cruz que se ha convertido en estos años en un símbolo sectario de la pretendida “reconciliación nacional”. Un memorial destinado a la reflexión no tiene que ser visible a distancia, sino mediante la presencia física y la interacción con los elementos que lo componen.
Estas son condiciones previas para desarrollar un proyecto, cuyo corazón, al igual que en el memorial de los Veteranos del Vietnam, sean los muertos de nuestra Guerra Civil.
M. Victoria Gómez García, Profesora titular Sociología, Universidad Carlos III
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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