La mirada alerta, Mayra aguarda la llegada de las primeras columnas humanas a la Avenida 9 de Julio, la arteria principal de Buenos Aires. Esta madre de familia ha acudido a manifestarse, este jueves 10 de octubre de 2019, para reclamar el pago de la emergencia alimentaria. Esta ley (Emergencia alimentaria nacional), aprobada por el Parlamento en septiembre, intenta hacer frente al problema del hambre en el país, y, puesto que el hambre se expande, se prevé un incremento del 50% de los fondos destinados a programas sociales. “No nos estuvo llegando nada, falta de todo: frutas, verduras, productos básicos. A veces solo nos encontramos con latas de durazno. ¿Cómo nos podemos alimentar correctamente con eso?”, suspira Mayra, de 29 años, que trabaja en una cooperativa que se ocupa de una cantina social en Moreno, en la zona oeste de Buenos Aires.
Desde el año pasado, la crisis abruma a los argentinos. Un telón de fondo que ha marcado la cita electoral de este 27 de octubre (elecciones presidenciales). Las señales resultan inequívocas. En un año, la pobreza ha aumentado en un 30%. Afecta ahora al 35,4% de la población, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). El último comunicado del Ministerio de Trabajo señala que se han perdido más de 100.000 puestos de trabajo en doce meses, lo que ha repercutido en un incremento de la tasa de desempleo, que supera ya el 10%. Pero esas son las cifras oficiales, puesto que cerca de un tercio de la mano de obra ocupada trabaja en la economía informal, de manera que los estragos en cuanto a pérdidas de empleo podrían ser aún muy superiores.
La última proyección del Fondo Monetario Internacional (FMI) indica que la economía se contraerá aún más este año, con una caída del producto interior bruto del 3,1%. La inflación, históricamente endémica en Argentina, se ha disparado hasta alcanzar el 55% en los doce últimos meses, retroalimentada por la devaluación del peso frente al dólar. La caída del peso respecto al billete verde ocupa regularmente los titulares de la prensa, perdiendo una tercera parte de su valor desde el comienzo del año.
“Nosotros, el dólar, no sabemos lo que es”, protesta Mayra, aludiendo al hecho de que esa divisa segura, a la que recurren las clases más acomodadas para garantizar sus ahorros, está muy alejada de la realidad cotidiana para los argentinos más vulnerables.
“Hace un año que estamos cada vez peor. Mi marido es albañil y se quedó seis meses sin trabajo. Yo venía trabajando de changas [trabajos esporádicos], haciendo limpieza o guardia de niños, pero con la crisis ya no hay más nada”, confiesa, con la vista puesta en sus hijos, Joaquín, de 11 años y Demia, de 4, que se pelean jugando.
“Mi hijo más chico bajó mucho de peso, llegó a pesar 10 kilos”, añade. La familia cuenta con los 5.000 pesos (unos 77 euros, 85 dólares USD) que cobra Mayra por su trabajo en la cooperativa y 3.000 pesos (46 euros, 51,50 USD) de asignación universal por hijo, que acaba de ser revalorizada por el Gobierno.
Los pequeños trabajos que consigue realizar el marido de Mayra completan sus ingresos que, en cualquier caso, representan un monto considerablemente inferior a la “canasta básica”, valorada en 33.013 pesos al mes (506 euros, 566 USD) para una familia-tipo integrada por una pareja y dos niños. “Ya casi no comemos más carne, comemos más harinas y nosotros, los adultos, saltamos comidas para que los niños se puedan alimentar”, señala Mayra. “A veces tengo que decir a los niños: ‘no hay comida’. Y se acostumbran a que no haya. Es feo, me da bronca. Pero no quiero quebrar, por ellos”. Actualmente en Argentina, la mitad de los niños y adolescentes subsisten por debajo del umbral de la pobreza.
Deterioro brutal de la economía
¿Cómo es posible que la economía argentina se haya hundido brutalmente, mientras que en 2017 presentaba una prometedora tasa de crecimiento del 2,9%? La primera debacle se produjo en 2018, cuando Estados Unidos cambió su política monetaria, repercutiendo en todas las economías emergentes. En Argentina, donde las bases eran menos sólidas, la caída fue más violenta que en el resto. Fue en este contexto que Buenos Aires recurrió al FMI. El Fondo Monetario Internacional acordó al país un crédito gigantesco de 57.000 millones de dólares en junio de 2018. A cambio, el país debería comprometerse a equilibrar sus cuentas, reduciendo sobre todo el gasto en educación, ciencia y salud.
La segunda debacle tendría lugar el pasado mes de agosto tras las elecciones primarias, donde obtuvo una amplia victoria el candidato opositor, de centro izquierda, Alberto Fernández, provocando la sorpresa y una respuesta brutal en los mercados: en una jornada, la bolsa argentina cayó cerca de un 38% y las acciones de algunas empresas se desplomaron en un 50%. “La apertura del país a los mercados financieros que decidió este Gobierno lo volvió mucho más expuesto a las turbulencias internacionales”, señala Candelaria Botto, economista de la Universidad de Buenos Aires.
Paralelamente, en una economía que se apoya en gran parte sobre la actividad agrícola, una sequía privó al país de entradas de divisas. A fin de proteger su moneda, el Banco Central decidió subir los tipos de interés, una decisión contraproducente.
“Eso alejó las empresas del acceso al mercado de los créditos”, observa Candelaria Botto, apuntando al mismo tiempo al “balance económico pésimo” del Gobierno de Mauricio Macri. “Hubo una clara prioridad dada a la financiarización de la economía, sin prestar atención a la economía real”.
¿Movimientos financieros abstractos? En absoluto. Se trata de la reacción de los mercados frente a implicaciones inmediatas y concretas en la economía. Desde el día siguiente a las elecciones primarias de agosto, numerosos comercios procedieron al reajuste de sus precios, anticipando el encarecimiento de los productos importados, “dolarizados”, tras la devaluación del peso. Supresión del IVA sobre los productos básicos, apoyo a los más necesitados… todas esas medidas de emergencia adoptadas por el Gobierno no conseguirían mitigar el impacto de la crisis sobre la población. “Hace ya dos semanas que mis hijos no toman productos lácteos”, confiesa Mayra. La leche se ha convertido en un producto de lujo en Argentina. En apenas un año, su precio prácticamente se ha duplicado. El consumo promedio de leche por habitante se sitúa en el nivel más bajo desde 1990, según datos facilitados a la prensa por el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina.
A dos pasos de Mayra y sus hijos, Irma, de 64 años, toma un mate, la infusión nacional argentina. “Permite cortar el hambre”, señala esta jubilada, que cobra la pensión mínima –como la gran mayoría de los argentinos de su misma edad– que se eleva a 12.937 pesos al mes (199 euros, 221 USD). Una mísera cantidad que se queda en la mitad después de descontar la devolución de un préstamo. “Tuve que cambiar el techo de mi casa, estaba lloviendo adentro”. ¿Cómo hace para sobrevivir? “Yo voy para adelante, hago changas como trabajos de costura, artesanía”, indica la sexagenaria que se apoya además en una sólida red de solidaridad familiar. “Nos ayudamos con mis hijos. Si faltan unos pesos para comprar harina, me los dan, hago pan casero y voy a venderlo a una feria”, explica Irma, dejando constancia de que hay que volver a agudizar el ingenio en Argentina para componérselas en tiempos de crisis.
La clase media también acusa el impacto
“Tuvimos que cambiar nuestros hábitos”, admite Sabrina, de 36 años, empujando el carro por los pasillos de un supermercado mayorista, a las afueras de la capital. Al ocupar un cargo directivo en la función pública, forma parte estadísticamente de la clase media alta y admite sentirse privilegiada. “Todavía podemos irnos de vacaciones una vez al año. El país está tan mal que es un lujo. Pero no ahorramos nada. El mes pasado, terminé con dos pesos en mi cuenta”, señala esta madre de familia que, a pesar de todo, sigue comprando productos de primera marca. Su salario, pese a haberse revalorizado gracias a las negociaciones sectoriales, no se ajusta a la inflación. “Ojalá haya un cambio, con un presidente que haga políticas sociales”, manifiesta esta treintañera, que votará por el candidato de la oposición de centro izquierda en las elecciones presidenciales, como más de la mitad de los argentinos, según se desprende de los últimos sondeos.
Frente a los estantes de aceite de girasol, Laura y su hijo Santiago comprueban los precios y los comparan con la lista de ofertas del supermercado, que incluye una serie de productos a punto de caducar. “Estoy cansada, podrida”, confiesa Laura, otra clienta de 43 años. “Venimos pasando por todas la crisis. Este país no logra hacer política a largo plazo”, señala acordándose de la crisis de 2001 y la hiperinflación de 1989. Ni ella ni su familia pueden irse de vacaciones, lo calculan todo, deben renunciar a algunos pequeños placeres. Los ingresos de esta asistente de enfermería y su marido les sitúan justo en la clase media. “Dejé taekwondo por el precio, no me gusta ver a la gente sufrir, aun menos mi familia”, comenta serenamente Santiago, de 12 años. “Pero nos ayudamos. Y nosotros que siempre la pasamos mal con las crisis, nos adaptamos más fácilmente”, añade Laura exhalando un suspiro.
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