El último gol de Vladímir Putin

Imaginemos el siguiente comentario criptodeportivo registrado en el último minuto de la inusual rueda de prensa celebrada el pasado lunes en la sede la de Presidencia de Finlandia: Putin pasa el balón del Mundial a Donald Trump. Trump se lo entrega  a  Melanie. Una jugada impecable… ¡¡¡Gooooool de Putin!!! 

Una jugada simbólica, una jugada perfecta, que refleja el estado de ánimo de quienes tratan de impulsar el nuevo esquema de relaciones internacionales: la geopolítica del caos.

El actual inquilino de la Casa Blanca puede enorgullecerse de haber introducido un nuevo estilo en la diplomacia multilateral: un estilo basado en el chantaje y la amenaza. En efecto, antes de acudir a la cita con Vladimir Putin, el presidente de los Estados Unidos se dedicó a leer la cartilla a sus socios de la OTAN, instándoles a duplicar su aportación al presupuesto de la Alianza (de lo contrario, Norteamérica se retira), acusó a la canciller Ángela Merkel de llevar a cabo una política energética que había convertido a Alemania el “rehén de Rusia”, criticó a la primera ministra británica, Theresa May, por no haber… ¡demandado a la UE! en lugar de promover el Brexit, a la propia Unión Europea de haberse convertido en enemigo (comercial) de los Estados Unidos.

A todas esas lindezas, propias del estilo donaldiano, se sumó la guinda de Helsinki, donde el mandatario estadounidense desautorizó públicamente los resultados de las encuestas sobre injerencia rusa en la campaña presidencial de 2016. Trump eludió la cuestión, señalando que no veía razones para que Rusia quisiera interferir en los comicios. Por si fuera poco, añadió: “El presidente Putin dice que no fue Rusia. No veo ningún motivo por lo que debería ser así”. Aparentemente, el zar del Kremlin logró ser más persuasivo que los mil y un funcionarios que velan por la seguridad de los Estados Unidos.

La respuesta provocó la ira de los servicios de inteligencia norteamericanos y también de veteranos miembros del establishment político de Washington, quienes no dudaron en pronunciar alto y claro la palabra impeachment” (destitución).

Al malestar que se apoderó de los medios de comunicación estadounidenses, incluso los más proclives a Trump, como la cadena de televisión FOX, se suma la preocupación de la prensa de Europa oriental, que no dudó en resumir la cumbre en pocas, aunque causticas palabras: El vencedor Putin y su portavoz Trump. Los comentarios sobran…

La verdad es que el periplo europeo de Donald Trump empezó con mal pie. Después de la deplorable escenificación de la OTAN, en enfrentamiento con la cúpula comunitaria, la “ruptura” diplomática con Alemania y el dislate con sus anfitriones británicos, nadie esperaba resultados positivos en la cumbre de Helsinki. Con razón: en el somero orden del día anunciado por el inquilino de la Casa Blanca figuraban todos los ingredientes de la geopolítica del caos: los conflictos congelados de Ucrania y Crimea, la situación en Siria, los acuerdos sobre limitación de misiles balísticos, el rearme nuclear, el acuerdo con Irán, los conflictos comerciales con China y la Unión Europea, enemigos estos últimos, al igual que Rusia, de la Administración Trump. Pero el Presidente no dudó en corregir los términos. Donde dije enemigos digo competidores. No es por nada, pero tenerlos a todos en contra…

En comparación con el multimillonario americano, Vladímir Putin llegó a la capital finlandesa con los deberes hechos. Entre las propuestas formuladas durante el encuentro figuran: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, creación de grupos de trabajo entre las agencias de inteligencia, la ciberseguridad, encuentros de empresarios, contactos bilaterales entre expertos en defensa, diplomáticos, hombres de negocios y académicos. Aparentemente, a Trump le encantaron las propuestas. ¿Resultados concretos? Cabe suponer, pues, que los responsables de la diplomacia, los servicios secretos y los órganos de seguridad del Estado de ambos países cojan el relevo.

Mientras Trump se dedicaba a insultar y humillar a sus aliados, el Presidente ruso aprovechaba la final del campeonato de futbol para congregar en Moscú a los líderes de la futura alianza “euroasiática” diseñada por el Kremlin; los jefes de Estado y de Gobierno de Armenia, Abjasia, Bielorrusia, Moldova, Kirguistán, la Autoridad Palestina, Qatar, Osetia de Sud y Hungría. Se trata, en la mayoría de los casos, de miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái, una estructura intergubernamental creada en 1996 por República Popular China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, a la que se sumaron en los últimos años Uzbekistán, India y Pakistán. Los integrantes del Grupo coordinan sus políticas en materia de seguridad, defensa, lucha antiterrorista, relaciones económicas multilaterales, explotación de los recursos energéticos – gas natural y petróleo –  y culturales – muestras de arte, festivales, etc. Una auténtica estructura paraestatal que podría convertirse, a medio o largo plazo en… enemiga de los intereses de Washington.

El vencedor Putin tiene, pues, sobradas razones para frotarse las manos. Su regalo envenenado – el balón de Helsinki – le permitió marcar un magistral gol.

El caos geoestratégico sigue.