Federico Steinberg, Universidad Autónoma de Madrid
«La UE es una de las más duras, tal vez la más dura. Posiblemente más dura que China, aunque algo más pequeña desde nuestro punto de vista. Y les hemos dicho que tenemos que reunirnos. Y que si no nos reunimos vamos a machacarlos a aranceles» (en el original en inglés “we are going to tariff the hell out of you”).
Esto es lo que decía el presidente Trump el pasado 25 de febrero en una cena con gobernadores sobre la UE. Y no se trata de una afirmación hecha a puerta cerrada, sino que forma parte de una intervención que está publicada en la web de la Casa Blanca.
Por lo tanto, es más que probable que en los próximos meses Estados Unidos establezca nuevamente aranceles sobre los productos europeos. Concretamente, sobre los automóviles, cuyas importaciones han sido catalogadas por el Departamento de Comercio de EEUU como una amenaza a su seguridad nacional.
Sería la segunda vez que lo hiciera, tras los que impuso el año pasado sobre las importaciones de acero y aluminio (también con el argumento de la seguridad nacional) y a los que la UE respondió con barreras comerciales equivalente.
Menos aranceles, más liberalización
Aquella disputa comercial se saldó con un compromiso por ambas partes para frenar la escalada arancelaria e iniciar un proceso de liberalización comercial. Pero como las negociaciones no van como a EEUU le gustaría, la Administración Trump podría utilizar la amenaza de nuevos aranceles para conseguir su objetivo, como ya ha hecho en el pasado.
Para entender qué puede pasar resulta útil entender tanto las motivaciones de EEUU como sus tácticas negociadoras. El presidente Trump tiene la intención de presentarse a la campaña de 2020 sentenciando que ha logrado renegociar los nefastos acuerdos comerciales que tenía EEUU. Y pretende presentar la reducción del déficit comercial bilateral con países como China, México, Japón, Corea del Sur o Alemania como prueba de su éxito.
Seguramente, en 2020 el déficit por cuenta corriente de EEUU habrá aumentado (como viene haciendo hasta ahora) porque la economía está en pleno empleo y ha recibido un impulso fiscal (que aumenta las importaciones), pero el presidente venderá la reducción del déficit comercial bilateral como prueba de éxito. Esto tiene poco sentido económico porque los menores déficit con China, por ejemplo, se compensarán con mayores déficits con otros países asiáticos que exporten productos similares, pero estos tecnicismos no serán suficientemente relevantes en el debate electoral. Además, sabemos que Trump no tiene inconveniente en dañar (o hacer saltar por los aires si fuera necesario) las instituciones multilaterales como la OMC para conseguir sus objetivos.
Desde el punto de vista de la estrategia, le gusta empezar las conversaciones imponiendo aranceles (e ir elevándolos) a menos que el otro país se comprometa a comprar más productos estadounidenses. Y como sabe que para la mayoría de los países el mercado estadounidense es demasiado jugoso como para ponerlo en peligro, hasta ahora (y sobre todo con países más pequeños como México o Corea del Sur) la estrategia le está funcionando.
Europa es otra cosa
Pero la UE es algo distinta. Es más grande, se ha propuesto defender el sistema multilateral de comercio y además sabe que es la única que puede plantarle cara a EEUU (China también podría hacerlo, pero, en la práctica, prefiere ceder a algunas de las demandas de EEUU para que la dejen tranquila y, de hecho, es posible que al final incumpla lo que acuerde porque al estar fuera del sistema OMC nadie puede asegurar que vaya a cumplirse).
Esto significa que la UE, más allá de sentirse traicionada por la actitud de Trump, que la trata como a un rival comercial en vez de como a un aliado geoestratégico, aspira a aprovechar este contencioso para alcanzar un acuerdo comercial más ambicioso (como era el TTIP) y está dispuesta a responder a EEUU con la misma moneda si se producen subidas de aranceles, como ya pasó en el caso del acero y el aluminio.
Por el momento, las negociaciones comerciales entre ambos bloques, que empezaron en julio, no están progresando demasiado. EEUU pretende reducir el déficit bilateral vendiendo más productos agrícolas y energía a la UE y comprándole menos coches, que en su mayoría son alemanes, de ahí lo de sacarse de la chistera que la compra de automóviles extranjeros es una amenaza para su seguridad nacional (Japón y Corea del sur también le exportan muchos coches a EEUU).
La UE, por su parte, que preferiría esperar a 2020 para ver si el inquilino de la Casa Blanca ha cambiado y adopta un tono más amable, corre el riesgo de fragmentarse debido a los divergentes intereses comerciales entre Francia, que no quiere abrir el mercado agrícola a productos de EEUU, y el resto, que estaría dispuesto a hacerlo si así evita una escalada arancelaria y si, de paso, eso le sirve para que el mercado estadounidense se abra en mayor medida para que las empresas europeas puedan concursar en licitaciones en EEUU.
Por lo tanto, lo primero que necesita hacer la UE para enfrentar con ciertas garantías a los aranceles norteamericanos que vienen es consensuar una posición común, aprobar un mandato de negociación para el diálogo comercial con EEUU y estar preparada para responder a los aranceles de Trump con la misma medicina.
Si no se deja amedrentar por EEUU y consigue sus objetivos, podría aspirar a liderar una nueva coalición a favor del orden liberal internacional basado en reglas que todavía está imbricado en la OMC y que Estados Unidos parece querer destruir.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog del Real Instituto Elcano, colaborador de contenido de The Conversation España.
Federico Steinberg, Profesor del Departamento de Análisis Económico, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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