Fue Amadeo el primer Rey de España elegido en un Parlamento, grave afrenta para los monárquicos.
Por Manuel Filpo Cabana.
España ─según consta─ necesita de una monarquía con su algo mágico de cuento de hadas, claro. La cuestión consiste en tener alguna. Por ello, acudió España a la fábrica europea cuando la ausencia destilaba melancolías y faltas de cotilleos (como los reales ninguno). Porque un pueblo sin fútbol ni chismes constituye una bomba provista de reloj. Siempre. Además, se verían mermadas las plantillas de las revistas y los modistos especializados en ese universo no simbólico preferido por una mayoría de féminas, con perdón.
La denominación de origen de los Austrias, finiquitados con Carlos II, desdichado por los llamados hechizos ─nunca supe sus esencias─ , falleció a temprana edad, casi a la par de España. Después vuelta a Europa para ofrecerles a los Borbones el trono porque aquí no había nadie con pescuezo robusto para llevar una corona, muy pesadas y llamativas entonces. Los regios franceses quedaron encantados con el regalito de sus vecinos y tuvimos otra vez una potestad titulada sin necesidad de master alguno. A José Bonaparte lo colocó de rey su hermano, el inefable Napoleón, también al resto de sus hermanos por el inefable corso, monárquico a última hora. Pero volvimos a lo mismo: a corretear por Europa por otra monarquía porque don Alfonso XIII estaba agotado de perseguir a señoras guapas y tener hijos ilegalizados.. Ahora, menos mal, tenemos dos monarquías: la Juancarlista y la Felipista, cada una a sus vientos, porque el hombre sí hace a la cosa.
Pero ahí estaba don Amadeo de Saboya, serio en su majestad, diferente, hijo del rey de Italia, procedente de una antigua dinastía (vinculada con la española) progresista, bautizado católico pero masón.
Pronto se dio cuenta del indomable talante carpetovetónico. Es para un servidor un monarca sorprendente, único por su excentricidad porque después de dos años dijo solemnemente en la Cortes: «España vive en constante lucha. Si fueran extranjeros los enemigos sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible el remedio para tamaños males. No me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada».
Fue Amadeo el primer Rey de España elegido en un Parlamento, grave afrenta para los monárquicos.
El 16 de noviembre de 1870 votaron los diputados: 191 a favor de Amadeo de Saboya, 60 por la República federal, 27 por el duque de Montpensier, 8 por el anciano general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón, 1 por una República indefinida y 1 por la duquesa de Montpensier, la infanta María Luisa Fernanda, hermana de Isabel II; hubo 19 papeletas en blanco. De este modo el presidente de las Cortes, Manuel Ruiz Zorrilla, declaró: «Queda elegido Rey de los españoles el señor duque de Aosta».
Tal vez la empatía también venga porque mi tío, docto en genealogías, encontró en la rama del árbol de los Filpos, unos procedentes de Italia, acompañantes de don Amadeo. Ahora, un supuesto descendiente, yo, indócil con las hemoglobinas azuladas, escribe estas circunvalaciones articulistas por culpa de mi querido, leal y heroico amigo don Francisco Vélez Nieto, Presidente Honorario de la Asociación de Escritores de Andalucía.
Si los reyes vistiesen litúrgicamente y no fuesen desnudos de paisanos, o sea, descoronados, descetrados, descapados… podían haber dado una sentada de sopetón en el majestuoso sillón real para temblequeos de los separatistas, al castigarlos una semana sin merienda, amarrados a las sillas del pensar, el más duro suplicio humano, peor a la eléctrica, según algunos expertos.