
Combatiente, preso político y presidente, impulsó reformas históricas en Uruguay sin abandonar nunca su ética austera y popular.
Del aislamiento carcelario a la jefatura del Estado, gobernó con coherencia, promovió derechos civiles y rechazó los privilegios del poder.
Pepe Mujica, el Mandela sudamericano del siglo XXI
Miércoles, 14 de mayo de 2025. José “Pepe” Mujica ha muerto este martes, 13 de mayo de 2025, en su casa del Rincón del Cerro, Montevideo, a los 89 años. Exguerrillero, preso político durante la dictadura, y posteriormente figura clave en la construcción democrática de su país, Mujica se destacó por impulsar profundas reformas sociales desde el gobierno y por su inusual austeridad en el ejercicio del poder. Su trayectoria abarcó desde la lucha armada en los años sesenta hasta la más alta magistratura de Uruguay, manteniendo siempre un compromiso con los derechos humanos, la justicia social y la dignidad de los trabajadores.
Militancia tupamara y prisión bajo la dictadura
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica se involucró desde joven en la militancia política. En 1964 se integró al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), la guerrilla urbana de izquierda que emergió frente al creciente autoritarismo de la época. Participó en diversas acciones armadas y, en ese contexto, resultó herido de seis balazos en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Fue detenido en varias ocasiones y logró fugarse dos veces de la cárcel de Punta Carretas, hasta que a principios de los años 70 fue recapturado. Pasó casi quince años privado de libertad durante el régimen autoritario.
Tras el golpe de Estado de 1973, la dictadura cívico-militar uruguaya mantuvo a Mujica como «rehén»: uno de los nueve líderes tupamaros encarcelados en condiciones extremas de aislamiento, bajo la amenaza de ser ejecutados si su organización retomaba las acciones armadas. Permaneció once años incomunicado, sometido a tratos crueles y torturas. Aquella reclusión, que sobrellevó cultivando la resistencia mental, terminó con el retorno de la democracia. En marzo de 1985, con la salida de la dictadura, recuperó la libertad gracias a una ley de amnistía para presos políticos.
De la lucha armada a la política democrática
Ya libre, Mujica abrazó la vía política legal como instrumento de cambio social. Junto a otros ex guerrilleros y militantes de izquierda fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), que se integró en la coalición progresista del Frente Amplio. En las elecciones de 1994 fue elegido diputado por Montevideo. Posteriormente ocupó un escaño de senador en 1999. En 2005, con la llegada del Frente Amplio al gobierno, fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. Desde el gabinete, destacó por su estilo directo y su lenguaje llano. En 2009 fue elegido presidente de la República, cargo que asumió el 1 de marzo de 2010 con 75 años.
Durante su mandato, Mujica impulsó políticas sociales y reformas legales pioneras en América Latina. Bajo su administración se legalizó el aborto en el primer trimestre de gestación, se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo y se reguló el mercado del cannabis, siendo Uruguay el primer país del mundo en legalizar y controlar estatalmente su producción y venta. Estas medidas posicionaron a Uruguay como un país a la vanguardia regional en materia de derechos civiles.
En el terreno de la inclusión social y económica, su gobierno lanzó el Plan Juntos de construcción de viviendas para sectores vulnerables y fortaleció los Consejos de Salarios, lo que contribuyó a la mejora de los ingresos y condiciones laborales. En materia energética, impulsó una transformación estructural hacia fuentes renovables: hacia el final de su quinquenio, Uruguay obtenía más del 90 % de su electricidad de fuentes limpias.
En política exterior, su administración mantuvo posiciones humanitarias y solidarias. En 2014 accedió a recibir en Uruguay a prisioneros liberados de Guantánamo y a familias refugiadas de la guerra de Siria, que fueron reasentadas con apoyo institucional.
Austeridad y coherencia
Mujica se hizo conocido internacionalmente por su estilo de vida austero. Rechazó mudarse a la residencia presidencial y continuó viviendo en su modesta chacra a las afueras de Montevideo. Donaba alrededor del 90 % de su salario presidencial a programas sociales. Su modo de vida, sin alardes, lo convirtió en referente ético a escala global. Su famoso Volkswagen Fusca de 1987 se convirtió en símbolo de su sobriedad política.
Tras dejar la presidencia en 2015, continuó como senador hasta 2020, cuando anunció su retiro de la política activa por razones de salud y edad. Sin embargo, siguió participando esporádicamente en la vida pública. En abril de 2024 anunció que padecía un cáncer de esófago; en enero de 2025 informó que no se sometería a más tratamientos. Ha muerto en su casa, junto a su compañera, la también ex vicepresidenta Lucía Topolansky.
Sin buscar mitificaciones, Mujica representó una excepcionalidad política y moral en el ejercicio del poder: la de quien no se sirvió del cargo ni de su historia. Queda su ejemplo.
José Mujica no buscó parecerse a nadie. Pero su biografía lo coloca, sin necesidad de adornos, en una categoría donde muy pocos han llegado. Como Nelson Mandela, eligió enfrentarse al poder cuando ese poder negaba derechos. Como él, asumió la vía armada, fue encarcelado durante años y se negó a convertir esa experiencia en odio. Ambos llegaron a la presidencia de sus países sin renunciar a lo que fueron, y ambos la abandonaron sin aferrarse a ella.
Mandela hizo de la reconciliación un principio político. Mujica, admás, convirtió la austeridad en mensaje.
A uno lo acompañó el aura del Nobel. Al otro, el respeto de generaciones que han visto y verán en él una rareza: alguien que podía haber sido todo y eligió seguir siendo él mismo.
Ambos representan una trayectoria política vivida desde la coherencia.
Mandela fue un referente mundial desde Sudáfrica. Mujica lo es desde América Latina. Los dos, con carácter univesal, de algo más difícil de cojgar: honestidad, decisión y decencia.
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