
Una conversación inducida por el coordinador del PRELSI recoge confesiones, presiones emocionales y contradicciones flagrantes sobre pagos ilegales, engaños contractuales y amenazas veladas.
Youssef, coordinador del programa de «mediación» del lobby patronal, trató de que la trabajadora repitiera una versión de “baja voluntaria” que él mismo le había dictado previamente.
La conversación fue registrada el día siguiente a la publicación en La Mar de Onuba del artículo “Tú di lo que yo te diga: el coordinador del PRELSI de Interfresa que dictó a una trabajadora GECCO su falsa ‘baja voluntaria’”, y buscaba neutralizar sus revelaciones.
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“Tú di lo que yo te diga”: el coordinador del PRELSI de Interfresa que dictó a una trabajadora GECCO su falsa «baja voluntaria»

Viernes, 30 de mayo de 2025. Veinticuatro horas después de que La Mar de Onuba publicara el artículo que desvelaba cómo una trabajadora GECCO colombiana fue inducida a grabar una “baja voluntaria” ficticia —tras un grave error administrativo que derivó en su llamada fuera de plazo, su desplazamiento a España sin previsión de empleo, la ausencia de colocación efectiva y su posterior despido encubierto con una nómina de un solo día no trabajado—, el coordinador del PRELSI (el Plan de Responsabilidad Ética, Laboral, Social e Igualdad del lobby patronal Interfresa), Youssef, la llamó por teléfono. La conversación, de casi 28 minutos, no tuvo como propósito esclarecer lo ocurrido ni reparar el daño causado. Fue un acto deliberado de control: un intento calculado de blindarse mediante la grabación de un nuevo testimonio en el que la trabajadora, inducida a repetir afirmaciones previamente sugeridas, pareciera validar su versión de los hechos. Si le hubiera salido bien, el resultado habría sido una pieza manipulada que sirviera como prueba exculpatoria frente al escándalo ya desvelado.
En el audio, a cuyo contenido ha tenido acceso La Mar de Onuba, el propio Youssef plantea preguntas con respuestas implícitas, fuerza conclusiones antes de que la trabajadora termine de hablar, y conduce la conversación hacia un único objetivo: dejar constancia grabada de que todo lo sucedido fue regular, conocido por ella y conforme a derecho. Recurre incluso a insinuaciones sobre lo que “debería decir”, se anticipa a posibles contradicciones y —en uno de los tramos más reveladores— sugiere que hay una “verdad” institucional que la trabajadora estaría llamada a confirmar. Es él quien menciona la existencia de otras colocaciones posibles, quien introduce el papel de la empresa El Cebollar y quien intenta reducir el alcance del conflicto a una cuestión de “malentendido”. La trabajadora, sin embargo, no solo no entra en el juego, sino que rebate punto por punto cada construcción falaz y cada insinuación, dejando en evidencia la estrategia del interlocutor.
La llamada no fue un descuido ni una reacción emocional. Fue una maniobra ensayada y consciente, puesta en marcha el día posterior a la publicación de una pieza que desmontaba, con pruebas documentales, la cadena de irregularidades que ella había sufrido. La conversación pretendía ser el antídoto frente a la credibilidad de esa denuncia. Pero, en su transcripción íntegra, lo que muestra es exactamente lo contrario.
El contenido de la conversación evidencia, desde los primeros compases, que no se trataba de una llamada espontánea ni de una conversación neutral. Youssef toma la iniciativa, abre la charla marcando el encuadre temático, establece el tono y conduce el diálogo con una clara intención directiva. No pregunta para escuchar: pregunta para que le respondan lo que necesita oír.
Su patrón discursivo es reconocible: formula preguntas con respuesta implícita, como cuando menciona lo que supuestamente ella ha dicho a “alguien de su país” sobre una posible nueva colocación y le pide confirmación inmediata, sin que la trabajadora haya hecho mención alguna a ese supuesto contacto. En lugar de esperar su relato, introduce él mismo los hechos a validar. Y si la respuesta no se alinea con su objetivo, corrige o reconduce al instante, como ocurre cuando ella recuerda haber sido “engañada” con la promesa de una segunda colocación y él replica que “eso no es lo que hablamos”.
Youssef interrumpe, repite ideas, dramatiza con falsos equilibrios (“yo no quiero decir que nadie miente”, “yo solo quiero entender”) y anticipa las frases que desearía que la trabajadora pronunciara. Llega incluso a explicarle cómo debería “ver” lo ocurrido: como una cadena de malentendidos donde nadie tuvo mala intención y en la que, en el fondo, se hizo lo posible. Toda la estructura del diálogo gira en torno a un propósito: construir un testimonio grabado que pueda usarse como prueba exculpatoria, como una versión “espontánea” de la trabajadora que relativice o invalide las graves revelaciones documentadas en su denuncia pública.
El objetivo no era esclarecer los hechos, ni aclarar dudas, ni mucho menos pedir disculpas. El propósito era fabricar un relato alternativo, con apariencia de diálogo transparente, en el que la voz de la trabajadora legitimara una versión interesada que se oponía a los hechos ya denunciados. La maniobra era clara: neutralizar el escándalo convirtiéndolo en “malentendido”, restarle importancia a las irregularidades administrativas, diluir la responsabilidad institucional, y desacreditar preventivamente cualquier nuevo paso que ella pudiera dar en defensa de sus derechos.
Sin embargo, el plan se desmorona desde el primer cruce. La trabajadora no se deja guiar ni manipular. Escucha, pero responde a su manera. Corrige las insinuaciones, niega las versiones que le son impuestas, insiste en que fue engañada, recuerda que se le prometió otra colocación que nunca llegó, y aclara —varias veces— que en ningún momento fue advertida de su despido ni informada de que no habría trabajo para ella. Le desmonta, con firmeza y serenidad, cada tentativa de manipulación, dejando constancia en el propio audio de lo que realmente ocurrió. Lo que Youssef pretendía usar como coartada se convierte, en manos de su interlocutora, en una prueba más del control institucional que se ejerce desde el Prelsi sobre las trabajadoras contratadas en origen.
Tras los primeros minutos de tanteo, Youssef introduce lo que parece ser el núcleo real de su llamada: justificar por qué la empresa decidió prescindir de P.. Lo hace sin rodeos, cargando la responsabilidad sobre la propia trabajadora. Sostiene que no fue una decisión arbitraria, sino basada en la valoración de que “no rendía lo suficiente” o que “no cumplía con el trabajo como esperaban”.
Ese juicio, que no consta en ningún documento oficial ni fue comunicado previamente a la afectada, aparece por primera vez en esta conversación, y es introducido como explicación retroactiva para un despido que no ha sido reconocido formalmente por ninguna parte del proceso GECCO. La tesis de Youssef es simple: P. no funcionaba, la empresa decidió no contar con ella, y no había otra alternativa que tramitar su regreso.
A partir de ahí, el coordinador del PRELSI encadena una batería de justificaciones de corte administrativo: dice que no había otras colocaciones disponibles, que se le había emitido el billete de vuelta, y que todo se había hecho conforme al procedimiento.
Pero es entonces cuando introduce dos elementos clave que revelan una intención más calculada: una nómina de un solo día y el justificante de compra del billete de regreso. Ambos documentos, presentados como pruebas de que la relación laboral existió y finalizó correctamente, no tienen más valor que el de ser piezas colocadas ex post para blindar a la empresa. P. lo sabe, y le rebate cada punto con datos y fechas que desmontan su relato.
Entonces, Youssef introduce un nuevo enfoque: “Yo no sé quién de tu país, me dijiste a alguien de ahí que gestiona el tema este de la contratación, te ha dicho que te puede colocar en otro sitio, siempre que te desvincules de esa empresa, ¿verdad?”. No lo presenta como un hecho, ni aporta ningún dato concreto; se limita a lanzar una hipótesis, construida en forma de pregunta abierta.
P. no valida esa hipótesis. No confirma esa supuesta conversación con nadie en Colombia, ni se adhiere a la versión que Youssef intenta instalar. Reitera, en cambio, su disposición a trabajar. Lo que ha solicitado es una reubicación laboral —como alternativa al limbo en el que se encuentra desde su llegada a España—, no una desvinculación. En ningún momento plantea marcharse ni se refiere a una baja voluntaria. Su voluntad es seguir empleada y cumplir con su compromiso.
El intento de Youssef de generar una coartada mediante una reinterpretación forzada de los hechos fracasa desde el inicio. P. no asume la versión que se le sugiere, ni en su relato ni en su actitud. Lo que expresa es su intención de mantenerse activa, no de abandonar el empleo.
En otro momento de la conversación, Youssef introduce una hipótesis que no atribuye directamente a sí mismo: dice que “alguien” le ha trasladado que P. estaría interesada en desvincularse de la empresa, una idea que no concreta ni respalda con hechos ni nombres. Es un argumento funcional, no verificable, que lanza para justificar el rumbo que quiere imponer a la conversación. No se trata de responder a la situación real de la trabajadora, sino de forzar un marco narrativo que la coloque a ella como quien ha querido marcharse, dejando fuera todo el contexto de irregularidades ya documentadas: la llamada fuera de plazo, la falta de previsión de empleo, la ausencia de colocación efectiva, la maniobra para inducirle una baja voluntaria ficticia y el billete de regreso gestionado sin garantías.
Youssef está grabando, sin decírselo, y busca que, durante la charla, P. confirme —o al menos no niegue— que quiere dejar la empresa. Ese sería el material que, una vez registrado, podría utilizar como prueba defensiva ante las graves revelaciones publicadas por La Mar de Onuba.
P., sin embargo, no entra en ese juego. No acepta el marco ni el relato. No dice que quiera desvincularse, sino que quiere trabajar. Recuerda que no la han asignado a ninguna finca y que se ha quedado esperando. Youssef insiste, repite la pregunta bajo otras formas, vuelve sobre su punto inicial sin obtener nunca la validación que busca. En lugar de construir una coartada, lo que consigue es que la trabajadora refuerce, punto por punto, la veracidad de los hechos que La Mar de Onuba ya ha documentado.
Ya durante los minutos finales de la conversación, Youssef intensifica su estrategia para intentar que P. acepte como propia la versión fabricada de su despido. Le plantea que, si el encargado tenía problemas solo con ella, debía de haber alguna razón: “¿Tú crees que el hombre está loco o va a ver ir solo por P. que trabaja bien, que saca cubos igual que las demás?” Lejos de aceptar la insinuación, P. responde con firmeza: no fue la única maltratada, solo la que decidió denunciarlo.
El intercambio da paso a una justificación difusa de la política empresarial. Según Youssef, el empresario “ve su beneficio”, y aunque reconoce que el pago por producción está prohibido, asegura que “no puede pagar por caja o por cubo”, justo después de admitir que eso es exactamente lo que hicieron con ella. “Eso es totalmente ilegal lo que me estás diciendo”, afirma. Minutos antes había sostenido que no podía cambiar el sistema de pago cuando P. empezó a rendir más. La contradicción es flagrante.
Para cerrar el tramo, Youssef cambia de tono. Promete ayudarla y le dice que puede contar con él, aunque vuelve a cargar contra el encargado, tachándolo de conflictivo. Cuando menciona la nota de voz que P. grabó pidiendo la baja voluntaria, insiste en que fue idea de ella. P. lo desmiente con claridad: “Usted me dijo lo que debía decir para grabarlo”. Enseguida recuerda cómo él le propuso expresamente: “Vamos a grabar que tú me has pedido la baja voluntaria”.
Youssef, en cambio, quiere dejar constancia de que todo fue espontáneo, y recurre a ejemplos sin sentido para justificar la situación. Le recuerda que trabajó como camarera en una discoteca y sugiere que no estaba físicamente preparada para el campo, pese a que nunca fue examinada ni evaluada con criterios profesionales. “Muchas mujeres no han trabajado en el campo, pero se ve que tienen fuerza. No sé si es tu caso”, desliza.
Entonces P. le interrumpe con un último gesto de dignidad: no puede seguir hablando, la propietaria de la vivienda está durmiendo. Youssef cierra entonces la llamada con cortesía, pero sin conseguir imponer su relato. La conversación termina, pero lo que revela permanece.
El caso de P. desvela con precisión quirúrgica cómo los márgenes del sistema GECCO pueden convertirse en zonas de impunidad institucional. No se trató de un error corregido a tiempo, ni de un malentendido administrativo. Fue un itinerario completo de vulneración de derechos, ejecutado paso a paso: una llamada fuera de plazo, un viaje inútil a miles de kilómetros, una promesa de empleo inexistente, una maniobra para forzar su marcha, y una llamada grabada con la esperanza de disfrazarlo todo de normalidad.
La conversación con Youssef no aporta una sola explicación jurídica o laboral válida sobre la cadena de errores que condujo al despido de P., ni aclara quién tomó realmente las decisiones. Al contrario: evidencia hasta qué punto se recurrió a maniobras informales y a relatos manipulados para encubrir responsabilidades, justificar un despido sin base legal y forzar una salida que no llegó a consumarse.
P. continúa en España, a la espera de una resolución oficial. A la denuncia interpuesta el pasado lunes antes la Inspección de Trabajo y Seguridad Social. Su caso, registrado con pruebas documentales y audios, ilustra con crudeza cómo una trabajadora que llegó contratada en origen, cumpliendo con todos los requisitos exigidos por el sistema GECCO, puede terminar siendo excluida, presionada y desacreditada sin que medien garantías ni explicaciones. Presionada por el coordinador del Prelsi, el coordinador del Plan de Responsabilidad Ética, Laboral y de Igualdad de Interfresa, el lobby patronal de los frutos rojos.
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