Migrantes, signos de esperanza

Miércoles, 24 de septiembre de 2025. Hoy, en un mundo marcado por fronteras visibles e invisibles, levantamos la voz para reconocer la dignidad, la fuerza y la esperanza que encarnan los migrantes. Ellos y ellas, con sus manos vacías pero su corazón lleno de sueños, nos recuerdan que la humanidad no se mide en pasaportes ni documentos, sino en la capacidad de tender puentes, de abrir caminos y de sembrar futuro.

Migrar es un acto de valentía. Es dejar atrás lo conocido para abrazar lo incierto con la convicción de que la vida puede ser mejor. En cada paso de quienes cruzan desiertos, mares o alambradas, late un signo de esperanza: la certeza de que la adversidad no tiene la última palabra, de que aún en el dolor germina la posibilidad de un mañana distinto.

La historia de los pueblos está hecha de migraciones. Allí donde hubo intercambio, mezcla y acogida, florecieron las culturas, crecieron las lenguas y nacieron nuevos horizontes. Los migrantes no son una amenaza; son portadores de saberes, de oficios, de cultura, de lenguas y de historias que enriquecen el tejido de nuestras sociedades. En sus ojos cansados habita la promesa de un mundo más humano, más justo y más solidario.

Reconocemos también que el camino migrante está marcado por sufrimiento: fronteras que excluyen, políticas que criminalizan, muros que hieren y prejuicios que condenan. Pero, aun así, en medio de la hostilidad, se alzan signos luminosos. Son las comunidades que acogen, los vecinos que tienden la mano, los voluntarios que acompañan, los maestros que abren la escuela, los médicos que curan sin preguntar de dónde vienes. Cada gesto de fraternidad rompe la lógica del miedo y nos muestra que otra forma de convivir es posible.

Migrantes, signos de esperanza, somos testigos de que la vida siempre busca abrirse paso y en su esfuerzo por sobrevivir y prosperar nos enseñan que la humanidad se renueva en el movimiento, que la esperanza no es un ideal abstracto, sino una práctica diaria de resistencia y de fe.

Hoy afirmamos que el futuro será de encuentro o no será. Que la hospitalidad no es un lujo, sino un derecho y un deber. Que el signo más claro de esperanza para nuestra época está en la capacidad de reconocernos en el otro, especialmente en aquel que llega de lejos, cargado de sueños. Porque migrar es vivir. Y acoger es nuestra mayor oportunidad de humanidad.

Que cada paso migrante sea semilla en la tierra común. Que cada lengua distinta sea canto que enriquece la armonía del mundo. Que cada herida abierta por el desarraigo encuentre cura en la ternura compartida. Porque en el rostro del migrante vemos reflejada la esperanza que nunca muere, la certeza de que la vida florece más allá de los muros. Acoger es abrir las ventanas del alma al viento nuevo. Migrar es recordar que somos todos viajeros, hijos de la misma tierra y buscadores de un mismo horizonte de luz y dignidad.

Pero no podemos callar ante el clamor de Gaza, donde miles de familias son forzadas a migrar bajo las bombas, expulsadas de su tierra y privadas de futuro. Allí, donde los niños deberían jugar, solo queda el eco del miedo y el hambre. También ellos son migrantes de la esperanza, aunque se les niegue hasta lo más básico: el derecho a vivir. Denunciamos la violencia que pretende arrancarles su dignidad y afirmamos que, incluso entre ruinas, la humanidad no se rinde: Gaza es herida abierta, pero también grito vivo de justicia y anhelo de paz.

Círculo de silencio de Huelva

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