Biocombustibles: siete mitos al descubierto en pleno debate del Real Decreto

ECODES desmonta con datos oficiales la narrativa de independencia energética y sostenibilidad que rodea a los biocombustibles.

El informe ‘Cazamitos’ alerta de la dependencia exterior, la amenaza a la seguridad alimentaria y los riesgos para la salud pública.

Jueves, 2 de octubre de 2025. En pleno debate sobre el Proyecto de Real Decreto que regulará el uso de biocombustibles en España, la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES) ha publicado el informe Cazamitos sobre los biocombustibles. Su conclusión es demoledora: gran parte de lo que se vende como alternativa limpia, sostenible y soberana no pasa de ser humo… literalmente.

El primer mito que salta por los aires es el de la independencia energética. Ocho de cada diez materias primas necesarias para fabricar biocombustibles en España llegan en barco desde Asia, con China, Indonesia y Malasia como suministradores estrella. En el caso del biodiésel y el HVO, la dependencia supera el 85 %. Difícil hablar de soberanía cuando lo “verde” depende de los contenedores que descargan en nuestros puertos. ECODES recuerda además que Malasia exporta tres veces más aceite de cocina usado del que reconoce haber recogido. El milagro de los panes y los peces aplicado a la fritura: residuos que se multiplican misteriosamente hasta sospechar que lo que en realidad llega es palma virgen camuflada de aceite reciclado.

Tampoco resiste el escrutinio la idea de que los biocombustibles descarbonizarán el transporte por carretera. Los datos son claros: un coche eléctrico con energías renovables contamina bastante menos que uno con motor de combustión alimentado por biocombustibles. En 2024, el 56,8 % de la electricidad generada en España procedía de fuentes renovables. Frente a eso, seguir importando materia prima de dudosa trazabilidad desde la otra punta del mundo resulta un chiste caro y contaminante.

La abundancia de recursos, otro mantra repetido, se estrella contra la realidad. Entre 2021 y 2022 la demanda de grasas animales para producir biocombustibles creció un 60 % en Europa. No solo compite con la alimentación animal y la industria oleoquímica: esa presión está llevando a sustituirlas por aceite de palma, más barato, más destructivo y con mayor huella de carbono. Según los cálculos recogidos por ECODES, la capacidad total de producción nunca cubrirá la demanda prevista: el transporte marítimo por sí solo podría superar los 140 millones de toneladas en 2028, cuando la oferta máxima rondaría los 120. En el mejor de los casos.

El discurso de las “reducciones del 90 % en emisiones” también queda en entredicho. Solo el biopropano se acerca a esa cifra, y siempre mirando el tubo de escape sin contabilizar el ciclo de vida completo. El bioetanol se queda en un 66 %, el HVO en un 83 % y el biodiésel en un 85 %. Muy lejos del marketing edulcorado que intenta presentar cualquier combustible con el prefijo “bio” como salvación del planeta.

En materia de seguridad alimentaria, la paradoja es obscena: en 2023, casi un tercio de las materias primas para biocombustibles procedían de cultivos destinados también a la alimentación, como maíz, caña de azúcar, soja, palma, colza o girasol. Así, lo que se quema en los depósitos de combustible falta en los platos, contribuyendo a subir precios y fomentar monocultivos que degradan suelos y biodiversidad.

Tampoco la aviación y el transporte marítimo encontrarán su redención en estos combustibles. En 2030 apenas cubrirán una quinta parte de la demanda de queroseno en España, mientras Bruselas mantiene abiertas investigaciones sobre posibles fraudes en importaciones. Frente a esos límites, el propio informe apunta hacia el hidrógeno verde y los combustibles sintéticos renovables como opciones de futuro, todavía caras pero mucho más escalables y menos dependientes de recursos escasos.

El último mito desmontado es el del “combustible verde” que no daña la salud. La combustión de biocombustibles sigue generando óxidos de nitrógeno y partículas finas responsables de inflamaciones respiratorias, enfermedades cardiovasculares y más de 250.000 muertes prematuras al año en Europa. A eso se suma la contaminación acústica: seguir quemando, aunque sea con etiqueta bio, no reduce el ruido de los motores ni sus efectos sobre el sueño, la ansiedad o el sistema inmunitario.

El veredicto de ECODES es inequívoco: el actual modelo de biocombustibles no refuerza la independencia ni garantiza la sostenibilidad. Se trata de un espejismo que prolonga la dependencia exterior, amenaza la seguridad alimentaria y mantiene riesgos graves para la salud y el medio ambiente. Mientras tanto, la alternativa ya está sobre la mesa: electrificar el transporte por carretera y apostar por combustibles sintéticos e hidrógeno verde en los sectores donde no hay otra salida.


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