La suerte está echada; Benjamín Netanyahu, incombustible líder de la derecha israelí, asume el tercer mandato como Presidente de Gobierno del Estado Judío tras una larga travesía del desierto.
En efecto, hicieron falta tres elecciones generales aparentemente destinadas a derrocar a Bibi (Netanyahu), para que el viejo zorro de la política desmonte las estructuras de sus adversarios, neutralice a la oposición y la argumentación de las múltiples agrupaciones confabuladas para derrocarlo, doblegar la voluntad de su principal contrincante, el general en la reserva Benny Gantz, antiguo jefe del Estado Mayor del Ejército hebreo, hábil estratega pero fracasado político, eterno candidato al cargo de Presidente de Gobierno.
Pero después de dos empates electorales y una victoria de la coalición de centro izquierda liderada por Gantz, su rival logró hacerse con el tercer mandato de Jefe de Gobierno – algo inusitado en la política israelí – ofreciéndole al militar la vicepresidencia de un gobierno de unidad rotatorio, una especie de tanto monta, monta tanto que logró atomizar a la izquierda, eliminar a centristas y comunistas y, ante todo, dejar fuera de juego a los partidos árabes, que Netanyahu no duda en tildar de ojo de los terroristas en la vida política de Israel.
Desde la primera consulta electoral, celebrada en septiembre de 2019, el santo y seña de la coalición Azul y Blanca capitaneada por Gantz era derrocar a Netanyahu. Y ello, por varias razones. En primer lugar, por una cuestión de imagen. El político conservador se agarraba al poder para evitar o retrasar la celebración de un juicio por corrupción y malversación de fondos; el cargo público le ofrecía la inmunidad frente a la Justicia.
A ello se sumaba el hartazgo de los sectores liberales de la sociedad, molestos por la hegemonía de los conservadores y ultrarreligiosos aliados del Likud, acusados de derechizar las estructuras sociales.
A esos factores se añadió, en los últimos meses, otro actor clave: la lucha contra la pandemia del coronavirus. El liderazgo de Netanyahu durante la crisis, sus ataques fulminantes contra Benny Gantz durante la última campaña y la manipulación de las instituciones israelíes para retrasar su juicio, fueron la clave de la permanencia de Bibi el poder. Al final, Gantz tiró la toalla: ante la perspectiva de nuevas elecciones – las cuartas – optó por negociar la formación de un Gobierno de unidad con su rival conservador.
¿Cómo afectará la política del nuevo gobierno las relaciones entre israelíes y palestinos o la futura puesta en marcha del plan de paz de la administración Trump?
Sabido es que una de las primeras decisiones del Gabinete consiste en la anexión de las tierras ocupadas por los asentamientos judíos de Cisjordania y la apropiación de la totalidad del Valle del Jordán, que Israel quiere convertir en zona de seguridad.
En principio, el proceso de anexión dará comienzo el día uno de julio, acentuando el ya de por sí constante deterioro de las relaciones con la comunidad palestina. Netanyahu, heredero del ideario extremista de Ariel Sharon, ha sido el dinamitero de los Acuerdos de Oslo y de las subsiguientes iniciativas de paz presentadas tanto por Europa como por los Estados miembros de la Liga Árabe.
Por otra parte, sus buenas relaciones con las monarquías conservadoras de Oriente Medio, surgidas durante las operaciones bélicas llevadas a cabo en la región por las sucesivas administraciones norteamericanas, le permitieron aislar a los palestinos. Mas la guinda la puso la administración Trump, al encargar la elaboración del cacareado Plan de Paz a los sectores más retrógrados del judaísmo americano que, al igual que la corriente evangélica afín a Donald Trump, defiende la tesis de los supuestos lazos bíblicos que une al pueblo de Israel a la Tierra Santa.
Al igual que Netanyahu, Benny Gantz apoyó públicamente el plan de Trump, que contempla la expansión de la soberanía israelí sobre los asentamientos de Cisjordania. Si para el actual jefe de Gobierno la propuesta de Washington implica la promesa de reconocer la autoridad, véase soberanía de Israel sobre gran parte de Cisjordania, Benny Gantz, al igual que la mayoría de excomandantes del Ejército hebreo, no ve con buenos ojos la perspectiva de establecer un gobierno militar permanente sobre millones de árabes palestinos.
Tampoco disimula su preocupación por el porvenir de las relaciones entre Israel y Jordania. De hecho, el acuerdo de coalición requiere que Netanyahu considere ante todo la estabilidad regional, preservando los acuerdos de paz existentes y facilitando la firma de nuevos instrumentos.
La Autoridad Nacional Palestina ha rechazado categóricamente el plan de paz de Trump, que regala a Israel la mayor parte del territorio cisjordano. Los palestinos estiman, al igual que muchos europeos, que los asentamientos de Cisjordania son ilegales. La anexión provocaría una respuesta muy violenta por parte de los habitantes de Cisjordania.
Israel se juega en estos momentos su capacidad de seguir siendo un Estado judío democrático, estable y capaz de vivir en paz con sus vecinos. Una apuesta a vida o muerte.
Sea el primero en desahogarse, comentando