«Sobre el escudo de Hércules que representa a Andalucía desde la Asamblea de Ronda de 1918, se sobreponía por vez primera una corona real y otra de hojas de laurel».
«Es evidente la tendencia megalómana de quien, como “rey en el Sur”, planta sobre su cabeza, sin pudor alguno, una corona real y otra de laureles».
«El escudo andaluz jamás ha tenido corona porque Andalucía no es el nombre de un reino, sino el de un pueblo».
El pasado domingo, Juanma Moreno estrenó nuevo emblema oficial como presidente de la Junta de Andalucía. Sobre el tradicional escudo de Hércules que viene representando a Andalucía desde la Asamblea de Ronda de 1918, se sobreponía por vez primera una corona real y otra de hojas de laurel. A las pocas horas, la polémica en redes estaba servida.
Durante toda la tarde del domingo, la palabra “Estatuto” fue trending topic en Andalucía. En efecto, la mayoría de comentarios alegaban la ilegalidad de emplear desde las instituciones símbolos ajenos a lo establecido en la Ley del Gobierno y el propio Estatuto de Autonomía, como bien explica el constitucionalista Pérez Trujillano en este hilo. Por mucho que la Justicia española sea extremadamente puntillosa en el uso de símbolos no oficiales desde las instituciones (recordemos las inhabilitaciones por colocar lazos amarillos en el balcón de la Generalitat), el problema no se limita al ámbito de lo legal.
Tal vez deban también preocuparnos las motivaciones que puedan inspirar tal cambio, especialmente en un momento en el que cualquier gobierno debería tener otras prioridades. En primer lugar, es evidente la tendencia megalómana de quien, como “rey en el Sur”, planta sobre su cabeza, sin pudor alguno, una corona real y otra de laureles para encarnar la institución a la que representa. No han faltado en este sentido los comentarios sobre el parecido del nuevo escudo con el logotipo empleado para las medallas al mérito que cada año entrega la Junta, planteando de forma irónica si acaso el presidente se estaba concediendo un autopremio.
Por otro lado, cabe preguntarse qué defecto veía Moreno a un escudo oficial que, en su versión simplificada, vienen utilizando los sucesivos presidentes andaluces desde hace décadas sin necesidad de añadirle ningún aditamento. Inquieta pensar, en todo caso, si esta corona no pretende compensar, más allá de algún complejo personal, una supuesta falta de categoría o de nobleza en el escudo. Es decir, si de alguna forma la corona pretende hacer compatible las expectativas de Juanma Moreno y su tripartito de derechas con la propia identidad de Andalucía y sus símbolos.
Las identidades se fraguan en el enfrentamiento, y la andaluza no es una excepción. Nuestros combates no han sido, sin embargo, de los que reservan coronas de oro ni de laureles al vencedor. Andalucía nació como sujeto político en la lucha contra el hambre, el analfabetismo y el latifundio a finales del S. XIX. En el combate contra la dictadura, el paro y la emigración forzada en el S. XX. En el combate por el derecho a la vivienda y por la defensa del medio ambiente; contra el machismo y por los derechos LGTBI en las décadas más recientes. Algunas de estas batallas se saldaron con estrepitosas derrotas. Otras continúan cada día gracias al esfuerzo de una sociedad civil activa y perseverante. Pocas se ganaron, pero ese puñado de victorias no puede atribuirse a ningún rey ni general laureado, sino al heroísmo anónimo de nuestras madres y abuelos. Esas victorias siguen vivas en forma de derechos reconocidos por las leyes. Por «nuestras leyes», emanadas de un poder legislativo autónomo.
Una identidad así parece incompatible con el nacionalcatolicismo, el autoritarismo y el neoliberalismo exacerbado que han caracterizado históricamente a buena parte de las derechas andaluzas -o más bien, a las sucursales andaluzas de las derechas españolas. Vox lo dice sin pelos en la lengua: para ellos la verdiblanca es “la bandera de la taifa”, el escudo y el himno son “engendros” y Blas Infante, “un tarado”. Moreno, más astuto, sabe que la derecha sólo podrá seguir gobernando Andalucía si consigue desatar, sin cortarlo, el nudo gordiano que une la identidad de los andaluces con los ideales progresistas que durante décadas encarnara el Partido Socialista. De ahí la necesidad de ir introduciendo, sin prisa pero sin pausa, incluso en plena pandemia, ligeros cambios simbólicos. Como una corona. Pero parece que esta vez ha mordido en hueso.
El escudo andaluz jamás ha tenido corona porque Andalucía no es el nombre de un reino, sino el de un pueblo. Nuestro himno no marca el ritmo de grandes desfiles militares porque es una canción campesina. La bandera verdiblanca, en fin, nunca ha servido como estandarte de ningún ejército porque, si alguna vez se manchó de sangre, fue la de los civiles que fueron asesinados por defenderla, como Infante o Caparrós.
Quizá esté ahí el problema. En que algunas cabezas necesitan coronarse porque sólo comprenden la patria como el botín de los reyes guerreros y no como el proyecto de un pueblo decidido a vivir mejor en común. Y que sólo entienden la épica de Juego de Tronos y no la de quienes nos ganamos a pulso un escudo sin corona.
es politólogo andaluz.
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