El concejal

por Rafael García Rico

 

A veces el silencio se desboca y deja encendidos rayos de luz que deslumbran a quienes, aburridos, saben que no escuchan nada porque el tumulto de las palabras en perfecto orden de discurso carece de sentido, significado y, desde luego, interés. De eso se trataba el día 27 de enero: de silencio. El silencio inane de un acto vacío, un discurso hueco, de una oquedad maliciosa. Y de repente la luz. La luz de la dignidad – no hay nada más luminoso que la dignidad y no hay nada más hermoso que la luz inundando la oscuridad -. El día 27 se conmemora la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau.

Un acto de simbolismo se convirtió en un acto de humanidad. Un acto de obligado cumplimiento, una anotación en la agenda: el día del árbol, el día del beso, el día del Holocausto, pensó, seguramente, el alcalde…  Pero contra pronóstico, en el acto estaba un concejal, no un figurante de aplauso obtuso, y lo convirtió en un acto de humanidad. Un simple gesto, un acto reflexivo ejecutado con una discreción encomiable, con la serenidad que da la fortaleza de una convicción que no precisa de aspavientos ni de gesticulaciones exageradas; un simple gesto, sí. Un gesto sencillo: sin hipérbole, ejecutado con la calma absoluta del tiempo detenido, del discurso ignominioso bloqueado, de la dignidad que la luz conquista no por la apariencia sino por la evidencia.

Ramón Silva, concejal socialista, le mostró al alcalde un espejo implacable

Un concejal sentado en las primeras filas, un hombre solo, un pequeño cartel, un recordatorio, una imagen y un nombre: Francisco Largo Caballero. La víctima marginada del homenaje del alcalde. El superviviente del campo nazi sin merecimiento para el señor alcalde, el sujeto despreciado del discurso programado: la memoria que intentaron arrebatar. La evidencia irrefutable. Ramón Silva, concejal socialista, le mostró al alcalde un espejo implacable. “Ramón creo que no es el momento”, dice el alcalde. Y Ramón Silva, educado, correcto, sobrio e inflexible coloca el cartel en la distancia justa, en el ángulo adecuado, y un rapto de dignidad que inunda toda la sala, que agota y disuelve el aburrido discurso del alcalde, devuelve a su lugar, en un instante, al hombre perseguido.

Largo Caballero estuvo internado en Sachsenhausen desde 1943 hasta 1945, falleciendo apenas un año después por las complicaciones de salud causadas por su internamiento. Ramón Silva, el concejal, le devolvió la dignidad robada a Largo Caballero. Y al ayuntamiento de Madrid.


Rafael García Rico es editor y director de irispress magacine e irispress mz producciones

Sea el primero en desahogarse, comentando

Deje una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.