Aparecen colgados en muchas fachadas de barrios colombianos y, lejos de tener una connotación positiva, los vecinos muestran prendas de color rojo como un grito de auxilio, para denunciar el hambre y la pobreza que sufren los que allí viven.
por María Rodríguez
Los primeros en hacer este llamamiento fueron los vecinos de Soacha, el municipio más poblado de Colombia con más de 700.000 habitantes, situado al sur de Bogotá. Desde que comenzó la cuarentena para evitar la expansión del coronavirus, muchas casas asoman en alguna de sus ventanas o balcones un pequeño trapo rojo que indica la desesperación de sus inquilinos.
La cuarentena es necesaria por el bien de la salud de los ciudadanos, pero en algunos lugares se convierte en un arma de donde filo, sobre todo, en donde predomina la pobreza y una fuerte desigualdad social. Para algunos colombianos, dejar de trabajar se traduce en intensificar su situación de hambruna.
El alcalde de Soacha, Juan Carlos Saldarriaga, que explicó a EFE que la mayoría de los vecinos sobreviven gracias a trabajos informales, fue quien motivó a los ciudadanos que necesitasen ayuda a colgar un trapo rojo en sus fachadas, ya que reconocía que «podría morir mas gente de hambre que del propio coronavirus».
CACEROLADAS
Esta situación ha obligado a miles de colombianos a tener que priorizar el no morir de hambre, por lo que han roto la cuarentena y han salido a las calles para protestar y buscar sustento para mantener a sus familias.
En Ciudad Bolívar, al sur de la capital, decenas de personas se agruparon para exigir a las autoridades que aceleraran el reparto de ayudas que se les había prometido a los grupos más vulnerables.
Más de cinco millones de colombianos sobreviven sin ingresos mensuales fijos, por lo que el estado de alarma ha provocado que muchos no puedan desempeñar sus labores y, por lo tanto, no puedan mantenerse.
«Parecemos las vacas flacas, ya no tenemos aliento ni para caminar. Nos estamos muriendo no de virus sino de hambre. No hemos visto nada de lo que nos prometieron, estamos aguantando hambre», reconocía a EFE Sandra Patricia Hurtado, vecina de Ciudad Bolívar.
En vista de que el Gobierno ha hecho caso omiso a otras alternativas, como el de los trapos rojos, las caceroladas han vuelto a escucharse en los barrios más desfavorecidos de Colombia como señal de protesta. «Estamos comiendo basura porque estamos cansados de andar pidiéndole a la gente. Nosotros no estamos pidiendo limosnas, estamos pidiendo nuestros derechos. Estamos viviendo en una ratonera», añadió Hurtado a la agencia.
SAQUEOS
Algunos de estos vecinos se tienen que conformar con la caridad de algunas empresas o particulares, que ofrecen donaciones. Sin embargo, es inviable que una familia entera se pueda sustentar durante todo un mes con esa ayuda.
El grado de desesperación ha presionado a muchos colombianos a desencadenar una serie de disturbios y saqueos a vehículos donde se transporta alimentos y material, así como supermercados, por lo que muchos de ellos han tenido que cerrar sus puertas para protegerse de las revueltas.
El Gobierno anunció este mes el reparto de un millón de paquetes de productos básicos, una pequeña cifra en comparación con el número de habitantes que, además, tienen que seguir confinados hasta al menos el próximo 11 de mayo.
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