Sin productividad, el campo europeo no se sostiene

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por José Manuel Muñoz Puigcerver

 

Es difícil encontrar un sector que resulte más estratégico que el agrícola, o sector FAO, en alusión a la organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, para incluir así la ganadería, la silvicultura y la pesca.

Esta es una industria considerada clave en la mayoría de los modelos de desarrollo, por la necesidad de generar una producción de alimentos suficiente para la subsistencia de los trabajadores de las zonas urbanas, gracias a los excedentes aportados por las zonas rurales.

El sector agrícola español en términos económicos

Aunque el sector agrícola es el motor económico de muchos países en vías de desarrollo, es un sector en retroceso en los países industrializados. Prueba de ello es que, en 2017, la contribución del sector FAO al PIB español fue de 2,7%, empleando a casi 750 000 personas (contabilizando solo agricultura y ganadería). Estas cifras contrastan con las de 2000: entonces, su peso en el PIB nacional era de 3,9% y daba empleo a 882 000 trabajadores.

Aun así, su importancia relativa en la economía española es notablemente superior a la de otros países de nuestro entorno. Para ese mismo año, el peso del sector en el PIB de Alemania, Italia o Países Bajos era de solo el 1,9%, del 1,5% en el caso de Francia y del 0,6% en el de Reino Unido. Además, mientras que en España había 819.000 personas empleadas en la totalidad del sector FAO, la cifra era sensiblemente inferior en Francia (con 697 600) o en Alemania (532 000), aunque ligeramente superior en Italia (871 200).

Estos datos nos permiten detectar el principal problema al que ha de hacer frente el sector: el bajo crecimiento de la productividad.

En aras de la eficiencia y a tenor de una de las reglas básicas de la economía, los salarios deben ir ligados a la productividad, de modo que, cuanto más baja sea esta, menor será la retribución a los factores productivos.

El caso de España es significativo: en el año 2000, el 5,3% de la población ocupada aportaba al conjunto del PIB el 3,9% ya aludido y en 2017, era el 4% de los trabajadores quienes aportaban el 2,7% del PIB también ya mencionado.

Razones para la baja productividad agrícola

Los motivos por los cuales el sector adolece de una productividad crónicamente baja son diversos, y van desde la incertidumbre meteorológica a los desincentivos a la inversión, derivados de una parcelación excesiva de los minifundios.

Para tratar de garantizar el aprovisionamiento a precios asequibles al consumidor y asegurar unos ingresos relativamente estables y dignos para los productores, políticas como la Política Agraria Común (PAC) desempeñan un papel relevante en el mercado de productos agrícolas y en el mercado común europeo.

La principal característica de un mercado común es que, además de permitir la libre circulación de bienes y servicios posibilita, también, la libre circulación de factores productivos. Por eso, con la eliminación de fronteras y demás obstáculos comerciales, la mano de obra y el capital pueden desplazarse allá donde su productividad sea mayor y, por consiguiente, aumentar su retribución.

Políticas comunitarias de apoyo al sector

Sin embargo, la tierra, al tratarse un bien inmueble por naturaleza, siempre estará en desventaja frente a los otros dos, propiciando que las rentas del sector servicios y de la industria sean mayores que aquellas asociadas a la tierra. Este problema ya fue analizado por economistas clásicos como Jean Baptiste Say y es, precisamente, lo que políticas como la PAC tratan de solventar.

Con el objetivo de ayudar a los más de 22 millones de agricultores de la UE, la PAC aporta anualmente alrededor de 60 000 millones de euros al sector, siendo así una política cada vez más proteccionista. En el año 2000, el 45,3% del total de las importaciones de productos agrícolas en el mundo tenía como destino algún país miembro de la Unión Europea. En 2016, era tan solo el 39,1%. Dicho dato, además, contrasta con el 10,1% de Estados Unidos para ambos años.

Los otros participantes en el mercado agroalimentario

Finalmente, también influyen sobre la renta de los agricultores los participantes en los siguientes eslabones de la cadena de valor agroalimentaria. Estos son, principalmente, la industria procesadora de alimentos, el transporte y la distribución. La diferencia de precio, en este caso, vendrá dada, sobre todo, por la preferencia del consumidor a adquirir los productos en grandes superficies y demás establecimientos en lugar de adquirirlos en origen por lo que, en una economía de mercado, será sumamente difícil de regular debido a la aportación de valor que cada uno de esos eslabones ejerce.

Con independencia de que el reparto de ingresos entre los distintos actores de la cadena agroalimentaria pueda considerarse más o menos justo (la cuestión no sería tan distinta al sempiterno debate sobre los sueldos que cobran los futbolistas o los actores), se trata, únicamente, de uno de los factores que inciden en el funcionamiento del mercado de productos agrarios.

En cualquier caso, las ayudas públicas a los agricultores deberían ir siempre encaminadas a llevar a cabo inversiones que, a la postre, supongan incrementos de productividad y, por lo tanto, aumentos de sus rentas. Sin duda, sería la mejor manera de tratar a nuestro campo con la dignidad que este merece.


José Manuel Muñoz Puigcerver, Profesor de Economía Internacional, Universidad Nebrija
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