Romper una lanza por una ministra castiza

por Federico Relimpio


Lola se llama, la mujer. Lola pone en su cuenta twitter. Lola la llaman todos. Lo de Dolores o María Dolores se queda para el DNI o la partida de nacimiento.

A la hora de publicarse este artículo, no sé si Lola será o no cadáver político. Ni pajolera idea. Tampoco sé más que ustedes, y probablemente menos que algún que otro avispao. Esto que leen es una simple valoración, con perdón de la corrección política.

Lola se llama, la mujer. Lola pone en su cuenta twitter. Lola la llaman todos. Lo de Dolores o María Dolores se queda para el DNI o la partida de nacimiento. Lola. Es Lola y ejerce de Lola. Nada más hay que oírla.

No estoy capacitado para analizar su trayectoria profesional – ¡faltaría más! –, pero llevo casi tres décadas escuchando a mujeres de edades y perfiles variopintos – también hombres, pero hoy no les toca -. Y esta mujer tiene redaños. Ejerce de Lola vaya. Mejorando a la otra, la eterna, la que sentenció aquello de: “¡si me queréis, irse…!” Lolas de España, pues, esta y aquella. Y no trivializo ni quiero hacer una caricatura.

Lola es una mujer que conoce bien intríngulis legales muy feos, y de mucha importancia. Y, lo que es peor, durante demasiado tiempo. Mujer de carácter, en terreno tradicional de hombres, se codea con la cúpula policial, y adquiere de ellos el léxico. Se le cuela ahí un garbanzo negro, y la graba.

Sale en el audio lo que a muchas mujeres de esa edad y esa responsabilidad. Yo las he oído, oigan: que prefieren jefes, que no jefas. Que prefieren compañeros, que no compañeras. No es nada sexual: es que “ a los tíos los ven venir” – palabras que me repitieron, una y mil veces -, mientras que las de su género “las ponen nerviosas”. Y en este grupo también entran gays de un sexo y el otro. Lo que termina por darles una ración de homofobia, con relativa frecuencia. Y del medio masculino-castrense, adquieren la sorna y el lenguaje, que viene sonando estos días hasta la saciedad. Esto tiene todas la excepciones del mundo, como se pueden imaginar.

¿Que porqué me atrevo a escribir acerca de este tipo de tabúes? Porque las escuché, muchas veces, en la intimidad – no se me malinterprete, por favor -. Antes de que surgiera toda esta pamplina de la corrección política.

A estas alturas, no sé si Lola cae o no. Ni idea. Si cae, lo hará en buena parte por mentir, por haber negado un pasado castizo y cuartelero que venía a buscarla. Unas compañías lógicas de aquella época que Lola podía haber explicado perfectamente, y asunto aclarado.

También se podrá prescindir de Lola por la corrección política, por ser el colectivo LGBT y otras letras una voz importante en el gobierno que tenemos, y estar en situación de censurar expresiones y opiniones que Lola podía haber explicado y, mejor aún, pedido disculpas.

Lo peor será la acusación de Iglesias, de tener “familiaridad” con Villarejo: un apestado y encarcelado que ejecuta su venganza implacable desde la celda mediante la emisión de sus audios y veremos qué más. Que sería fácil para Lola haber dicho un “sí, era una época de mi vida, mire usted, y tuve que relacionarme con gente de cuya catadura conocía poco… Errores que se cometen, ¿sabe?”.

Y santas pascuas. A seguir plantando cara a esa caterva pepera que chillaba en el Senado “¡dimisión!” por cosas que su bancada hizo todos los días: mentir con alevosía y contumacia, pasar de toda corrección política – incluso de la más elemental de las educaciones – y relacionarse con narcos y delincuentes convictos y confesos.

Todos somos hijos de nuestra época y de nuestro ambiente. Todos hicimos compañías reprobables, en algún momento, y soltamos algún chiste de negros, gitanos, mujeres – en grupos de tíos – o sobre cualquier otro colectivo. Todos pudimos haber expresado, en la intimidad, preferir trabajar con hombres, mujeres, rubios-arios, catalanes, vascos o lo que a usted le dé la gana, con o sin dos gin-tonics encima. Ello no es excusa para embestir y enviar a la guillotina política a una persona que debe ser evaluada por su discurso y sus hechos.

Y aquí arriba hubiera terminado el artículo, Lola, si no te hubieses empeñado en negar lo innegable. Pero ya…

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