Con la situación de obligado teletrabajo provocada por el COVID-19, he observado que varios de mis alumnos se despiden en sus correos electrónicos con un “espero que podamos volvernos a ver”. Alguno que otro ha hecho referencia a cómo echaba de menos ese momento en el que el profesor pregunta y los alumnos, con miedo a ser elegidos para responder, realizan todo tipo de movimientos que evitan el contacto visual para eludir la cuestión. Los jóvenes sienten morriña hacia ese momento angustioso, producto de la interacción directa y personal.
Durante esta pandemia, jóvenes y adultos nos hemos relacionado casi exclusivamente a través de la pantalla. Los jóvenes, muy habituados a este tipo de relación interpersonal, experimentarán ahora una necesidad de relacionarse cara a cara, dejando el uso de las redes sociales y los dispositivos como otra opción más.
Ingredientes y receta paso a paso
Para explicar el fenómeno que vivirán los jóvenes a medida que retomamos la normalidad, pensemos en un bizcocho, uno de los postres “top ten” de este confinamiento. Para elaborarlo combinaremos cinco ingredientes:
- Necesidad de afiliación (100 gramos aprox). Es decir, demanda de la sensación de cercanía que se tiene con los otros, y que se manifiesta estableciendo lazos, sobre todo de amistad. Esta necesidad permite el desarrollo de habilidades sociales que, a partir de la confianza y la cercanía generada en la relación, preparan al joven para entender cuáles son sus límites y dónde están los del otro.
Esta necesidad nos identifica como seres sociales, colaborativos y solidarios. Las restricciones durante la pandemia nos obligaron a satisfacerla a través de las redes sociales. Eso sí, sin dejar de experimentar después esa sensación de “si hubiéramos estado en persona, este momento hubiera sido mejor”.
- Capacidades cognitivas (otros 100 gramos). En la etapa de la adolescencia, el joven desarrolla habilidades cognitivas que le permiten tomar decisiones que mejoran la forma de pensar, concretamente de forma abstracta. Por ejemplo, comprende el significado de la amistad, aunque no pueda “tocarla”. Ya no ve solamente el “yo”, también ve el “nosotros”. Y eso le otorga la capacidad de pensar de manera global.
Por estas razones los jóvenes tienden a pensar que las cosas son relativas, hecho que se relaciona con la rebeldía contestataria tan característica en su etapa adolescente. Es más, en la adolescencia se eleva el egocentrismo, acompañado de sensaciones de singularidad e invulnerabilidad. Esto conduce a tomar decisiones que implican más riesgo.
Al igual que las personas adultas, los jóvenes pueden prever las consecuencias positivas y negativas de sus actos. Pero no lo valoran de la misma forma. En situación de pandemia, por ejemplo, el adolescente centra su peso en la recompensa de ver y estar con un amigo, mientras que el adulto pone énfasis en si implica riesgo para la salud de ambos.
- Teoría Prospectiva del Conocimiento (media taza). Las personas solemos otorgar mayor peso a las pérdidas potenciales frente a las ganancias a la hora de tomar una decisión, y los adolescentes no son la excepción. En confinamiento, han experimentado repetidamente la sensación de que se están perdiendo mucho sin el contacto cara a cara. Y eso aumenta el valor que le otorga a la presencialidad. Sobre todo si se suma al hecho de que la sociedad le priva de esta posibilidad.
- Limitaciones y autoridad (2 tazas). Los adolescentes y jóvenes pertenecen a la llamada Generación Z. Se trata de una generación tecnológicamente empoderada, que siempre se ha erizado contra las restricciones de la autoridad. A medida que los adolescentes descubren su propia identidad, se ponen a prueba y actúan constantemente contra las restricciones para lograr sus fines. Esto les entrena para encontrar nuevas formas de sortear las circunstancias que los limitan.
- Búsqueda desesperada por aliviar la sensación de aburrimiento (100 ml). Según el estudio sobre el aburrimiento de Thomas Goetz, existen cinco tipos de aburrimiento. En uno de ellos, el individuo siente un fuerte malestar y se muestra proactivo para dejar la fase del aburrimiento distrayéndose con otra cosa. Al no encontrar recursos atractivos para aliviar esta sensación, los jóvenes encontrarán en las relaciones humanas algo nuevo que les permitirá aliviar esta sensación de malestar.
Notas para el cocinero
– Dificultad de la receta: Alta pero con amor y paciencia se puede hacer más fácil.
– Tiempo total de elaboración y cocción: una vida entera.
– Observaciones: Recuerden que la mano de quien prepara cada bizcocho lo hace diferente al resto.
- Necesidad de afiliación (100 gramos aprox). Es decir, demanda de la sensación de cercanía que se tiene con los otros, y que se manifiesta estableciendo lazos, sobre todo de amistad. Esta necesidad permite el desarrollo de habilidades sociales que, a partir de la confianza y la cercanía generada en la relación, preparan al joven para entender cuáles son sus límites y dónde están los del otro.
Aún no sabemos cómo se cocinará este bizcocho el próximo verano para nuestros jóvenes. Sí conocemos los ingredientes de los que partimos, además de algunas verdades sobre ellos que siguen vigentes en este momento difícil: son adaptables, son empáticos y tienden a estar a la altura de las altas expectativas.
Mientras nos esforzamos por descubrir las nuevas reglas y rutinas del trato interpersonal (nuevas formas de hacer bizcochos), recordemos que los adolescentes suelen ser al menos tan creativos como los adultos. No hay que olvidar que nos han enseñado a manejarnos en las videollamadas y en las redes sociales. Por tanto, apreciarán que se les trate con el mismo respeto.
Elkin Luis, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología, Universidad de Navarra. Doctor en Medicina con especialidad en Neurociencia y Máster en Neurociencia y Cognición, Máster en Neuropsicología y en Psicología General Sanitaria y licenciado en Psicología. Su trayectoria laboral se enmarca en la valoración por pruebas de neuropsicología y de neuroimagen de procesos cognitivos tales como: la memoria, la atención y las funciones ejecutivas, en los que ha trabajado para el Centro de investigación Médica Aplicada (CIMA). También cuenta con experiencia docente tanto en los grados de Psicología y Medicina como en másteres de la Universidad de Navarra, además de en la Fundación Universitaria los Libertadores, Universidad Católica de Colombia, y en la Universidad Manuela Beltrán (Colombia). En este país ha trabajando en instituciones como: Procuraduría General de la Nación, Policía Nacional de Colombia y en la República de El Salvador para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD. Ha desarrollado estancias internacionales de docencia e investigación en el Henley Bussiness School de la Universidad de Reading (Reino Unido) y en el Centro de Afecto y Regulación Emocional (CARE) de la Universidad del Desarrollo en Chile.
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