Parásitos, la gran ganadora de la noche de los Oscar, es una original parábola sobre la la lucha de clases. El largometraje surcoreano ha hecho historia en los premios de la Academia del Cine de Hollywood con cuatro premios, entre ellos el de mejor película dos veces (como película internacional y como mejor película de la propia industria estadounidense). Pero más allá de sus cualidades cinematográficas, que son muchas, merece la pena detenerse a analizar el mensaje que oculta su guión.
Se trata de un tema que se padece por doquier y nos confronta con el fenómeno de la globalización: la brecha social entre la opulencia y la miseria. Al ir extinguiéndose la clase media, los contrastes tienen lugar entre gente harto adinerada y otra con recursos muy limitados. En su exploración de esta relación entre los que tienen demasiado y los que tienen demasiado poco, Parásitos enlaza con algunas películas y series del pasado y con ideas que nos llevan hasta la Revolución Francesa.
Upstairs, Downstairs
En la película de Bong Joon Ho, ambos mundos, el adinerado y el de escasos recursos, entran en contacto a través de una relación laboral. Como estos últimos acaban trabajando para los primeros, podríamos decir que nos encontramos también ante una especie de Arriba y abajo convenientemente actualizada.
La famosa serie británica retrata toda una época. Nos hace ver cómo los empleados domésticos defienden escaleras abajo idénticos valores que quienes habitan arriba de la escalera. E incluso reproducen una escala social harto jerarquizada en sus dominios de la planta baja. Bajo el mando del mayordomo y el ama de llaves, quedan el chófer, la cocinera, las doncellas y los lacayos. El primero preside las colaciones e imparte disciplina o dispensa felicitaciones y ascensos.
El olor de la pobreza
El genial director surcoreano traslada ese argumento a nuestros días. Nos plantea, dejándolo a juicio de cada espectador, una pregunta clave: ¿Quién es en realidad el que merecería el calificativo de parásito social? ¿Esa familia que sobrevive a duras penas en medio de la penuria, aprovechándose de la credulidad de otros más afortunados? ¿O el empresario que gana dinero a espuertas, manteniendo a su mujer y a sus hijos en un limbo completamente ajeno al mundo real? Un personaje que, además, desprecia cuanto queda fuera de su burbuja, hasta el punto de que le huele mal.
Este detalle del hedor de la miseria se apunta en varias ocasiones y alcanza todo su protagonismo al final. Como nos advierte Adela Cortina con su concepto de aporofobia, no tememos al extraño salvo si está contaminado por la pobreza. Y, tras visionar Parásitos, cabe añadir que los pobres pueden resultar ofensivos incluso para nuestro sentido del olfato.
El sirviente de Josep Losey
El comienzo de este largometraje surcoreano nos hace recordar la magnífica cinta de Josep Losey El sirviente. En ella, una pareja se hace pasar por hermanos para engañar a su empleador. Ahora, en el guión de Bog Joon-ho, son dos hermanos los que fingen ser novios y luego llevan a sus padres como empleados domésticos de una misma familia con grandes recursos económicos. A partir de ahí todo cambia. No en vano le han premiado con el mejor guión original.
El aristócrata de Losey se ve seducido por la doncella y acaba esclavizado por ella, en teoría la sirviente. En el caso de Parásitos, la adolescente adinerada se prenda de quien han contratado para darle clases y éste le hace caso por el horizonte de una mejora social. En realidad los indigentes resultan ser muy espabilados y tener amplios recursos. Mientras que los habitantes de la mansión son ingenuos y fáciles de convencer. La necesidad parece aguzar el ingenio. Se pone de manifiesto que no escasea el talento, sino más bien la falta de oportunidades, como bien sabemos en otras latitudes. Al final se da una terrible competitividad entre los desfavorecidos por la fortuna y el tono humorístico de comedia da paso a una inconmensurable tragedia.
Conexión en el retrete
En esta cuidada película de Bong Joon Ho, cada detalle de cada escena cuenta. Las expresiones de la cara, los planos filmados en el interior de un coche, el ventanal de un salón, los entresijos del sótano camuflado. Hay cuadros escénicos memorables que nuestra retina retiene para siempre, como cuando el cuarteto se ve amenazado por un vídeo telefónico y muchos otros que no conviene desvelar.
Especialmente mordaz es la secuencia del comienzo. Aunque no pueden pagar la factura de teléfono, todos los miembros de la familia pobre tienen sus móviles y recorren su húmedo sótano en busca de un wifi en abierto para poder utilizarlos. Esa cobertura la encuentran en el retrete, donde todos deben apiñarse para poder navegar por internet o llamar gratis.
La gran brecha social de una desigualdad globalizada
Quien vea esta película, queda bien motivado para leer a Thomas Piketty. E igualmente para releer el Discurso sobre el origen de la desigualdad de Rousseau. Para no alargarme les remito al tercer capítulo de mi libro Rousseau: Y la política hizo al hombre -tal como es-, titulado Desigualdad, educación y política.
Bajo los malos gobiernos –advierte Rousseau– la igualdad proclamada por las leyes no pasa de ser aparente e ilusoria. No debería consentirse –nos dice– que un puñado de gentes rebose de superfluidades mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario.
Los asertos de Rousseau, precursores de la Revolución Francesa, parecen describir el mundo de hoy, donde la precariedad laboral y la incertidumbre son el horizonte común de una juventud a la que se le hurta poder planificar sus vidas con un trabajo digno. Desde un país muy lejano al nuestro, Parásitos aborda este problema compartido. La enorme brecha económica y social que se agrava cada día en todas partes.
Roberto R. Aramayo, Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Como historiador de la historia de las ideas morales y políticas ha estudiado algunos pensadores emblemáticos de la Ilustración europea, para reivindicar la vigencia del programa ilustrado, traduciendo al castellano múltiples textos de Diderot, Rousseau, Voltaire, Kant, Schopenhauer y Cassirer.
Pocos hubieran pensado que 2020 sería el año en el que la audiencia global hablaría del impacto del cine surcoreano. Parásitos (Gisaengchung, 2019), el último fenómeno que nos ha ofrecido el cineasta Bong Joon-ho, ha conseguido despertar el interés de los certámenes y festivales de cine más importantes del mundo y, por supuesto, los Oscar no podían resistirse a esta tendencia: Parásitos ha hecho historia al convertirse en el primer film en lengua no inglesa en ganar el Oscar a la mejor película.
El éxito de Parásitos forma parte de la estela de aquel Nuevo Cine Surcoreano que comenzó hace poco más de veinte años. Por entonces, llegaba a la taquilla local el thriller policíaco Shiri (Swiri, Kang Je-gyu, 1999), una obra que ponía sobre la mesa una de las cuestiones que más preocupaba a los ciudadanos del país asiático: la tensa relación entre el norte y el sur. La película fue un rotundo éxito, pero, además, supuso el pistoletazo de salida para un nuevo producto cinematográfico hasta entonces sin explorar por la industria: el blockbuster o superproducción. A partir de Shiri, han sido numerosos los hitos que el cine surcoreano ha inscrito en su historia.
La fórmula del éxito: el blockbuster surcoreano
La fórmula del blockbuster logró captar la atención del público local adaptando este producto hollywoodiense e incorporando su propia identidad nacional. De esta forma, el espectador surcoreano, por un lado, apuesta con confianza por su propio cine y, por otro, el espectador occidental se despoja del esclavizante exotismo que siempre acompaña a los filmes asiáticos. Así es como la industria cinematográfica de Corea del Sur irrumpía en plena globalización con una estrategia de la que pronto se obtuvieron óptimos resultados a escala mundial.
El proceso de expansión iniciado por la industria y respaldado por el apoyo gubernamental propició un cambio sin precedentes a mediados de la década de los 90, momento en el que, por fin, la censura parecía quedar en el pasado para dar la bienvenida a la renovación. Las primeras obras de Hong Sang-soo, como su ópera prima, El día que un cerdo cayó al pozo (Daijiga umule pajinnal, 1996), conseguían hacerse hueco en el circuito de festivales internacionales; La Isla (Seom, 2000), de Kim Ki-duk, impactaba a la crítica y al público occidental con aquella atroz escena de anzuelos; y Lee Chang-dong arrasaba en Venecia con Oasis (Oasiseu, 2002).
El cine de autor surcoreano no tardaría en compartir programación en estos certámenes con los mejores blockbusters del país, destacando principalmente Oldboy (2003), obra con la que Park Chan-wook haría despegar su carrera en el panorama internacional.
Hollywood y Corea del Sur: una relación compleja
No es la primera vez que Hollywood muestra interés en esta cinematografía. La relación entre ambas industrias a lo largo de la historia ha pasado de la resistencia a la imitación. En la actualidad, Corea del Sur se erige como uno de los pocos mercados prácticamente impenetrables por el imparable torbellino hollywoodiense.
Año tras año, las películas con mayor recaudación de la taquilla surcoreana son locales, permitiendo un menor espacio al blockbuster estadounidense que, a excepción de los largometrajes de superhéroes (subgénero que no termina de dominar la industria surcoreana), no consigue alcanzar el primer puesto del ránking. Pocos países pueden hacer gala del éxito de su cine en su propio mercado.
Pero es que, además, el cine surcoreano ha conseguido una difusión notable en el resto de Asia, Oriente Medio, América Latina y Europa. Asimismo, en el mercado estadounidense se ha erigido como una influencia demostrada. La popular comedia romántica My Sassy Girl (Yeopgijeogin geunyeo, 2001), de Kwak Jae-young, tendría su remake estadounidense de título homónimo en 2008, bajo la dirección de Yann Samuell. Mientras que el fallido Old Boy (2013) de Spike Lee intentaría emular al premiado Oldboy (2003) de Park Chan-wook. Precisamente, no es baladí que este último cineasta tuviera la oportunidad de dirigir la producción estadounidense Stoker (2013) bajo la producción de los hermanos Ridley y Tony Scott.
Parásitos, hito histórico
Pero el interés de Hollywood no implica reconocimiento y han tenido que pasar muchos años de éxitos y metas alcanzadas para lograr obtener nada menos que seis nominaciones a los Oscar, de los que finalmente ha obtenido cuatro estatuillas (además de mejor película, mejor dirección, mejor guion original y mejor película internacional). Ninguna otra película surcoreana, ni siquiera las que habían triunfado en festivales europeos, habían conseguido llegar al corazón de la industria estadounidense.
Papel activo de la audiencia
Parásitos salió por la puerta grande de Cannes y, desde entonces, su circulación ha sido imparable. La película ha calado fácilmente en el espectador occidental a través de una herramienta infalible: el papel activo de la audiencia. Su fulminante crítica a la sociedad y al capitalismo a través de la sátira prepara el terreno para un clímax que desata la crueldad del ser humano, permitiendo que su calado vaya más allá de la propia visualización de la película.
A pesar de la precariedad en la que viven sus protagonistas, el espectador no puede evitar reír a carcajadas ante la picaresca para, posteriormente, ser azotado por la realidad que le rodea. Es ese extremado capitalismo el que domina tanto a la sociedad estadounidense como a la surcoreana, reforzando aún más sus lazos gracias a una empatía inevitable pese a las diferencias culturales que les separan. Por tanto, Parásitos no podía haber llegado en mejor momento.
Si Park Chan-wook ya fue recibido en Corea del Sur como un auténtico héroe nacional tras obtener el premio a mejor película por Oldboy en el Festival de Cannes de 2004, en el que, recordemos, Quentin Tarantino presidía el jurado, ahora es Bong Joon-ho quien suma el que será otro inolvidable hito en la historia del cine surcoreano y quien será recibido en su país con todos los honores.
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