Pequeño cuento

Tenía un pasado demasiado turbio a las espaldas que le impedía tomar decisiones ahora. Por ello, aún con lágrimas en el alma, la obligó a desplegar sus alas y a volar, para alejarla de él.

La tormenta fue larga.

En los resplandores de los relámpagos se iluminaba el camino por unos segundos, pero luego volvía a oscurecer.

El silencio le arropaba, le cubrió durante mucho tiempo. Decidió cerrar los ojos y rodearse de engaño.

Dejó de oír gritos, hasta que un susurro le despertó.

Y observó, sorprendido, lo claro que estaba el camino. Y comprendió que sólo hacía falta eso, un poco de tiempo… para que volviese a amanecer.

El azar se empeñó en que volviesen a soñar a la vez. Un dolor muy grande de ella les unió primero, luego fue un sueño truncado de él. Pero supieron que ambos estaban ahí, para sentirse cerca, para hacerse fuertes sólo con palabras, aunque dichas de lejos.

Luego, al estar cerca, ese abrazo que tanto se habían prometido en la distancia, llegó por fin a sus cuerpos. Ya sólo faltaba volver a tenerse frente a frente para decirse «te necesito», para decirse, aunque fuese sin palabras «mi camino sin ti es un túnel, donde me falta tu luz».

El destino se encargó de escribir el final del cuento. Tras muchos encuentros con otros, entre la multitud, en lugares fríos cargados de formalismos, hubo un día en que, uno de los dos, propuso ir a tomar algo, a un sitio tranquilo, solos… Y entonces fue allí. Acaso no lo habían olvidado, pero quisieron recordarlo volviéndolo a vivir. Frente a frente, sin darse apenas cuenta, sus labios ya estaban aprisionados. Los de ella por los de él, los de él por los de ella. Había un silencio maravilloso que sobrevolaba sus cabezas, sólo se oía algún que otro susurro “ven» “no te vayas» “quédate conmigo», “siempre», “contigo», “siénteme”… que a ella le hicieron estremecer.  Se acariciaron el rostro, la espalda, el alma.

Luego, por mutuo acuerdo, corrieron las cortinas de su vida y empezaron a vivir su amor sin nadie más, sólo ellos dos. Él la hizo volver a volar, pero con la diferencia de que ya siempre iría cogida a su mano. Ella, de tanto acariciarle las heridas, consiguió convertirlas en cicatrices que ya no dolían porque si a él, algo le dolía, con mirarla, a ella se le pasaba. Y siempre le hacía sonreír.

Y así, mientras los demás mentían, murmuraban o se burlaban… decidieron seguir adelante, por su camino, amándose, acariciándose, besándose… Sin mirar atrás.

MARI ÁNGELES SOLÍS 

@mangelessolis1 


 

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