Es difícil encontrar noticias de portada sobre los recientes incidentes en el Sáhara Occidental; Marruecos minimiza unos ataques que el Polisario ha elevado a la categoría de actos de guerra. En cualquier caso, estos incidentes cambian radicalmente la situación que se mantenía desde hace 29 años y vuelve a poner sobre la mesa un conflicto que la comunidad internacional nunca tuvo voluntad de cerrar.
El pueblo saharaui fue abandonado a su suerte en el año 75 del siglo pasado, primero por España, después por el resto del mundo -con Francia y Estados Unidos a la cabeza- que encargaron a la ONU un simulacro de referéndum que esta no ha sido capaz de organizar. La realización de este referéndum y el despliegue de las tropas del MINURSO fueron condiciones del acuerdo de finalización de la guerra en el año 91.
Casi treinta años después de acabada la guerra todo sigue exactamente igual y ningún actor internacional se atreve a decir en voz alta algo que todos han asumido: nunca habrá referéndum. Marruecos ha jugado –y juega- muy bien sus cartas en ese escenario y ningún país de los que podrían inclinar la balanza va a hacer nada para molestar a un vecino que les arregla el patio trasero en una región tan convulsa como el Magreb.
Pero en esos veintinueve años desde que acabó la guerra -cuarenta y cinco desde el origen del conflicto- son varias las generaciones de saharauis que han nacido en los campos de ese “no lugar” situado en la hammada argelina cerca de Tinduf, o en Mauritania o en el Sáhara ocupado por Marruecos. Estos jóvenes llevan años presionando a un ajado Frente Polisario que se acomodó en ese callejón sin salida de la ayuda internacional y del buenismo militante.
Era más que previsible que este paso se iba a dar. El último congreso del Polisario, hace un año, ya abrió esa vía. Pero nadie miraba, ni tan siquiera la ONU, esos que estaban allí para mirarlo todo. Ahora vemos encenderse nuevamente una región donde los extremismos campan a sus anchas y dónde nunca se sabe cómo acaban las cosas.
Y España, como si no fuera con nosotros. Hemos desterrado de nuestra memoria que España es la responsable última de todo. Que para la legalidad internacional seguimos siendo la potencia colonial de un territorio que nunca fue descolonizado formalmente. Que buena parte de los que hicieron la guerra en los años ochenta tenían en su bolsillo un DNI español. Parece como si con el papel que juega la agencia de Cooperación Española y las ongs -que mantienen las despensas de Tinduf llenas- hayamos redimido nuestro pecado original.
No sé qué recorrido tendrá esta guerra total, según el Polisario, o estos incidentes menores, según un henchido Marruecos sabedor que ningún país europeo, ni el amigo americano, harán nada contra sus intereses. Pero los jóvenes saharauis han dicho basta y ya nada va a ser igual; al tiempo.
Javier Polo Brazo, columnista de La Mar de Onuba, es fotógrafo, cineasta y escritor. Ente sus obras destacan el cortometraje Andar dos kilómetros en línea recta y el documental Las Altas Aceras. Desarrolla su actividad profesional en los campos de los Recursos Humanos, la gestión de calidad y la Responsabilidad Social Corporativa.
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