«Todas venimos de situaciones muy duras y la fresa, Huelva, el trabajar fuera unos meses era nuestra salvación y la de nuestros hijos. Yo no quiero vivir en España, sólo quiero que mis hijos salgan adelante, en su país, que estudien. Queremos dignidad, que se nos escuche, que no nos tiren cuando quieran, cuando no nos necesiten. No somos intelectuales, pero sabemos que podemos reclamar nuestros derechos y lo estamos haciendo». (Malika, trabajadora marroquí)
Martes, 20 de abril de 2021. Cuando empecé el viaje de intentar entender qué ocurría con las mujeres jornaleras marroquíes que no han podido venir este año a trabajar en España, tristemente, aprecié la deshumanización con la que se hablaba de ellas. Deshumanización que nos hacía cómplices a todos los lectores de titulares que las tratan, de un modo enfermizo, como meras “cifras”.
Llegué a la conclusión de que las freseras no son nadie para una sociedad civil que finge mostrar interés y preocupación por lo que sucede más allá de sus calles, pero, la cual, sólo les otorga validación y reconocimiento una vez convertidas en mártires, en víctimas de cualquier evento grave.
Sin embargo, he conocido a mujeres que no encajan en el canon impuesto y estereotipado de víctimas débiles y extrañadas ante las injusticias que viven. Me he encontrado con las guerreras de las crónicas que, de una forma u otra, se han salvado a sí mismas de las más hostiles de las historias, de un engranaje que las había obligado a ser algo que no querían, sin dejarles el más mínimo resquicio de decisión posible. Historias que se desarrollan en un patriarcado asolador, llenas de rabia, de dolor, de pobreza, de culpa, de misoginia y de machismo. Historias que nos están cambiando por dentro a quienes tenemos la suerte de poder escucharlas y prestarnos como altavoces para que puedan gritarlas, para devolverles esa voz que una sociedad enferma intentó arrebatarles.
En este viaje, Marta, Amina, Laura, Kamelia, Belén y yo, somos las barcas que une a ambos lados del estrecho de la desinformación y la narración real sobre estas mujeres, desconocidas como humanas y conocidas como jornaleras. La historia de Malika, en este caso, forma parte de la denuncia que estamos haciendo desde Women by Women. Nosotras, mujeres que las acompañan, somos vehículo de sus historias; ellas, son las heroínas de las que por fin se escribe, que anhelan, con las mismas ansías que nosotras, poder leerse y saber que son leídas y escuchadas.
MALIKA
Malika nació y creció en una zona rural muy poco desarrollada de la provincia de Khouribga, en Marruecos. Con 16 años, su padre recibió la oferta de matrimonio para casarla con el hijo de una personalidad del pueblo, quien ya era conocido como una persona conflictiva. La diferencia de clases económicas y sociales puso al padre entre la espada y la pared, cedió, forzó a su hija de 16 años a contraer matrimonio con un hombre que rozaba la treintena.
“Dejé de estudiar, después de casarme con él, no me dejó continuar mis estudios”, me cuenta entre lágrimas.
“Entonces empezaron a venir los niños, tuve a mi primera hija con 16 años, y me fui quedando embarazada de forma prácticamente consecutiva hasta los 20, la segunda la tuve con 18 y al tercero con 20”, relata.
Por aquel entonces, Malika era una joven adolescente que no sabía ni cómo desempeñar la responsabilidad de ser madre, y la única persona que le garantizaba un futuro para ella y para sus hijos era su suegro. Su marido, sin embargo, se dedicaba al consumo de drogas y evadía su responsabilidad.
“A los pocos años me di cuenta de que mi suegra y mi cuñada habían logrado alejar a mis hijos de mí y la muerte de mi suegro me dejó completamente desamparada”, Intento entender por qué. Malika me cuenta, entonces, que su marido había dejado embarazada a otra mujer, y que su subsecuente idea era expulsarla a ella del hogar en el que se encontraba con sus hijos y casarse con la nueva mujer, contaba para ello con el consentimiento de su suegra y su nuera.
“Pensaba que me obligarían a irme con mis hijos, y eso ya me generaba mucha desesperación, mis padres habían muerto y no tenía a donde volver. Pero la pesadilla fue peor, secuestraron a mis hijos. Me quitaron a mis hijos, él me quitó a mis hijos”. Es insoportable escucharla llorar, reconozco, al quebrar esa voz, el pesar de una infancia robada, el dolor de una adolescente forzada a una maternidad no deseada, a la que, además, le estaba siendo arrebatado lo que más quería, su razón de vida: sus hijos.
“Estuve meses reclamando a mis hijos de vuelta a las autoridades, no tenía donde vivir, acudía a mis hermanos y cuando les decía que quería traer a mis hijos con ellos se negaban rotundamente a que esa pudiese ser la solución, me llegaron a decir “te fuiste sola, y ahora vuelves con 3, si quieres volver, vuelves sola o no vuelves””. Ni familia, ni medios económicos, lo único bueno que ocurrió en aquel momento fue que la máxima autoridad del pueblo, junto con los gendarmes, consiguieron recuperar a sus hijos y traérselos de vuelta.
“Nunca lo había pasado tan mal, la familia de mi marido había matriculado a mis hijos en el colegio, y yo quería que siguiesen estudiando, pero en el fondo fue una herramienta para chantajearme porque yo no tenía recursos para mantenerlos ni matricularlos en el mismo colegio.” Me explica con un dolor que presiento como uno de los peores que un ser humano puede experimentar, la tortura de no poder darles a tus hijos aquello que sabes que necesitan.
“Me pasé casi un año en las casas de mis hermanos, era incapaz de darle hogar y estabilidad a mis hijos, su padre se negó a mantenerlos y no dejaba de comerme la culpa por si se perdían en el itinerario escolar, pero si algo tenía claro es que me negaba a dejarlos con ese monstruo para que los destruyese como hizo conmigo”. Esuchar a Malika es como asistir a la historia de una heroína cuyo dolor la ha hecho de hierro y la ha obligado a batallar de todas las formas posibles.
Pienso en las mujeres de mi país, en cuántas mujeres como ella han sufrido el destrozo del machismo, el sistema legal deficiente y la falta de ayudas estatales para poder salir adelante sin ninguna clase de educación, posibilidad ni formación, y le pregunto que qué hizo la justicia por ella. Sin embargo, Malika no habla de justicia, habla de buenas personas que reconocen lo justo.
“Me alcé de valor y fui a denunciar a mi marido, me negué a divorciarme porque ahí acabarían mis posibilidades de conseguir una casa donde vivir con mis hijos, mi abogado me lo advirtió, el divorcio sería mi final, y podría también arrebatarme la custodia de mis hijos para hacerme más daño. ¿Te das cuenta Noor? Sólo pude conseguir que mis hijos siguiesen conmigo negándome a divorciarme.” Razón no le falta, el sistema obliga a pagar una pensión a los padres tras el divorcio, pero no hace nada para garantizarla, a menudo los padres prefieren ir a la cárcel antes que pagar lo correspondiente a sus hijos y a su exmujer. Es otra forma de maltrato y de venganza, la justicia no embarga bienes ni cuentas bancarias en esos casos para obligar el pago.
“Él quería a toda costa el divorcio o el consentimiento para el nuevo matrimonio, y no le concedí ninguna de las dos cosas, el juzgado dictaminó que pagase 10.000 euros, que no sólo no pagó, sino que me dijo textualmente “iré a la cárcel, antes que darte algo a ti y a esos niños””. Esas fueron las precisas palabras de un hombre que seguía vengándose de la mujer que había conseguido recuperar a sus hijos. Y así fue, su negativa la mantuvo sin casa, y sin pensiones para los niños. Él, pese a su patrimonio, y a sus medios económicos, fue a la cárcel. No se trató más que de un juego macabro y maquiavélico que le permitió perpetuar la violencia que ya ejercía contra Malika y sus tres hijos.
– Era una forma de presionarme para que abandonase a mis hijos porque no les podía dar un futuro mejor sin tener ni siquiera una casa , sin embargo logré recordar una de las casas que mi suegro tenía en el centro de Khouribga que a menudo me había comentado que quería que mis hijos creciesen en ella porque los colegios y la universidad estaban cerca y me informé para asegurarme de que no había nadie, y después de mucho insistir a las autoridades, el “wakkil” me dijo que me permitía ir a vivir ahí porque era la mujer del heredero principal y la madre de los siguientes herederos. Que si yo decidía ir a esa casa se iba a encargar de que no me pasase nada. – Su voz suena poderosa, orgullosa y entregada. Agradecida con el único hombre en el mundo que realmente le ha mejorado la vida.
– ¿Qué hiciste?
-Noor la pregunta es ¿qué no hice?, estuve dos semanas vendiendo pan que hacía en casa de mi hermana sin contarle nada a nadie, hasta que logré ahorrar el suficiente dinero para ir a la casa, reventar la cerradura y pagar al mejor cerrajero. No podía seguir viviendo sin un colegio cerca al que fuesen mis hijos. La mediana tiene un retraso a causa de esa época, y aún no me lo perdono.
– ¿Y no te dijeron nada?
– Claro que sí, al día siguiente todos estaban debajo de la casa, intentando echarme, mis hermanos incluidos me decían que era una loca. Llamé a los gendarmes y el aviso fue “todo el que se acerque a esta casa y a esta mujer con intenciones de echarla, va a la cárcel”.
– ¿Cómo te sentiste?
– Por primera vez en mi vida estaba protegida. Pero esa protección pasaba por estar vinculada a un hombre que no quería mantener a sus hijos, y sin una justicia que por sentencia me hubiese dado esa casa. La justicia me la saqué yo de debajo de las piedras, con apoyo de buenas personas, pero fui yo. Nadie me dio nada. Sin esa casa mis hijos no iban a tener futuro.
– ¿Y cómo es vivir ahora ahí?
– Es una victoria, no por la casa, que no tiene casi nada, nada es nada, no tenemos nevera. Se trata simplemente de tener un techo en el que vivir con centros de estudios cerca. No me importa la nevera, comemos al día, me importa que estudien, que salgan adelante con un futuro digno.
– ¿Por qué para ti era tan importante que estudiasen desde siempre?
– Porque a mí se me quitó ese derecho y con ello la oportunidad de tener un futuro, dignidad, derechos. Escribí durante años un diario contando mis vivencias, quería dedicarme a algo relacionado con la escritura, pero un día él se encontró el diario y lo quemó. Ojalá mis hijas sean como tú, Noor, y puedan decidir, eso es lo que te da la educación. En Marruecos en nuestra zona, los chicos que no estudian acaban en la delincuencia y por consiguiente en la cárcel, las chicas acaban casadas con 16 años, como yo en su momento y vuelven luego por malos tratos o cualquier cosa con 3 o 4 niños.
– Te da miedo que pasen por lo mismo…
– Lucho todos los días para que mis hijas no se vean en la situación en la que yo me vi, para que puedan escoger con quien casarse, para que puedan ser trabajadoras independientes. No me perdonaría que mis hijas sufriesen lo mismo que yo. Cada dirham que entra en mi casa es para que estudien, no hacen falta muebles en la casa, hacen falta cabezas preparadas, yo me iba a sacar este curso el bach (Selectividad marroquí), porque cuando crecieron me di cuenta de que tenía que estudiar para estar a la altura de lo que esperaba de mis hijos y entenderlos, retomé todo desde donde lo dejé y ya se leer francés, y entiendo un poco de castellano.
– Háblame de I, W y B, ¿cómo son? ¿Son conscientes de todo por lo que has pasado?
– Son mi mayor orgullo y esperanza, la mayor está cursando Primer año de Económicas en la Facultad aquí, la mediana acabará pronto, pero lleva más retraso por aquellos años de problemas y de falta de estabilidad, y el pequeño es buen estudiante, ojalá siga así. Hace años vino al instituto de mi hija una profesora de inglés, y le propuse vivir con nosotros porque tenía epilepsia y necesitaba ayuda diaria, ella les ha enseñado inglés, y eso mejora sus posibilidades de futuro. Estuvo tres años con nosotros. Cuando ella se fue, fue mi primer año en la fresa en España.
– Te enteraste de la oferta y decidiste ir.
– Decidir es mucho decir, era la única oportunidad que tenia de tener buenos ingresos durante un poco tiempo, aunque el trabajo sea muy duro, e invertirlos en mi familia. Las mujeres que como yo no hemos estudiado, estamos condenadas a la pobreza. Fue un sacrificio muy duro irme 3 meses a trabajar, tenía mucho miedo a lo que les pudiese ocurrir a mis hijos. Por primera vez en mi vida tenía medios para poder sacar a mi familia adelante unos meses y ayudarles en su educación como lo necesitaban realmente, la educación en Marruecos no es gratis, a diferencia de lo que se dice que es.
– Luego llegó la pandemia
– Y aún no nos hemos recuperado, I tiene clases online pero no tenemos wifi, vamos tirando con las recargas de 10 dh en 10 dh (de euro en euro), para que pueda conectarse a los exámenes al menos, que los está pasando ahora mismo. Sin embargo, no ha podido acceder a las clases online porque no teníamos ese dinero. Quiero llorar de pensar que le puede ir mal porque no ha asistido a las clases. ¿Crees que puede aprobar sin asistir a las clases? Me da miedo que fracase porque no tenemos wifi, el ordenador se lo deja una vecina.
– Y, ¿qué haces para mantenerte ahora que no te puedes ir a recoger?
– Rezar, esperar. Rezar para que nos llamen para poder ir a trabajar en la fresa. Hago y vendo pan, hay un puesto de gendarmes cerca de casa y me compran el pan. No tenemos ninguna otra fuente de ingresos, este Ramadán no nos da para comprar la comida para el ftour (rotura del ayuno) a veces. No tenemos ayudas, estamos todas las jornaleras abandonadas. Todas venimos de situaciones muy duras y la fresa, Huelva, el trabajar fuera unos meses era nuestra salvación y la de nuestros hijos. Yo no quiero vivir en España, sólo quiero que mis hijos salgan adelante, en su país, que estudien. Queremos dignidad, que se nos escuche, que no nos tiren cuando quieran, cuando no nos necesiten. No somos intelectuales, pero sabemos que podemos reclamar nuestros derechos y lo estamos haciendo. Yo estudio para poder tener poder sobre mi vida. Siento que en general se ríen constantemente de nosotras porque no tenemos estudios y no estamos formadas.
– Malika, eres maravillosa, ¿lo sabes?
– Tu eres lo mejor que me ha pasado últimamente, Noor. Contarte esto me ayuda a superarlo. Ojalá mis hijas sean como tú, ojalá Allah te pague por todo lo estás haciendo por nosotras, por mí, por escucharme. Eres la única mujer marroquí formada y educada que se ha acercado a nosotras a conocernos. Y siento que hace años que te conozco.
Es una mujer, madre y persona excepcional. No busco ni pretendo que encontréis la objetividad en lo que cuento aquí. Porque sé que estas líneas pueden despertar una sensación diferente en cada lector.
Para mí, Malika es una persona cuya historia y vida me han cambiado por dentro, pero si algo tengo claro, es el miedo burdo a que no se reconozco la existencia de mujeres heroínas de sus vidas, que han ganado porque llevan toda la vida perdiendo y luchando a contracorriente, y han decidido romper el silencio de una vez.
Badia, Hassnaa, Bouchra, Khadija.
No son esas cifras cutres de titulares periodísticos que les quitan la humanidad.
Son historias, vidas y revoluciones.
Son mujeres que quieren cambiar su vida, el futuro de sus hijos, y por lo tanto el futuro de su país.
Merecen el respeto.
La atención.
El aplauso.
La defensa.
La rabia.
El tesón.
De todas y todos los que creemos en sus derechos.
De todas y todos los que creemos en ellas.
Noor Ammar Lamarty es Activista Legal y feminista marroquí, especializada en Derecho Internacional Público y Derecho Penal Internacional con perspectiva de género. Conferenciante y divulgadora sobre desarrollo y derechos de las mujeres en la zona MENA. Articulista y redactora de investigación sobre género e infancia. Fundadora y Presidenta de la revista feminista y plataforma de desarrollo de los derechos de las mujeres WOMENBYWOMEN.
Women’s Rights by Women’s Fight nace de la necesidad de reinventar los espacios donde las mujeres puedan contar su historia, de la imperante necesidad de que estos lugares de expresión no sean adulterados previo consumo por un filtro masculino y patriarcal.
Manteniendo la perspectiva de género en nuestra línea editorial, pretendemos crear una comunidad que permita los intercambios artísticos, dar voz a las mujeres que tienen que ser oídas y no pueden expresarse, compartir conocimiento y nutrirnos unas a otras. Buscamos reivindicar un espacio hecho por y para mujeres en el que nuestra palabra nunca vuelva a ser relegada a un segundo plano.
Es perfecto nooooooor lamarati