Las repercusiones mentales de la pandemia de covid-19

José Luis Pedreira, psiquiatra, psicoterapeuta y profesor de Psicopatología de la UNED, además de autor de El diván de don Galimatías en La Mar de Onuba, ha sido corresponsable de la Dirección Científica de encuesta sobre la Salud Mental de los españoles realizada por el Centro de Investigaciones Científicas (CIS) con motivo de la pandemia por la COVID-19. El sondeo revela que el 23,4% de la población ha sentido mucho o bastante “miedo a morir debido al coronavirus”. En su columna de este domingo, Pedreira destaca la importancia del estudio y reflexiona sobre algunas de las conclusiones.

Domingo, 7 de marzo de 2021. En La Mar de Onuba venimos señalando desde hace casi un año la importancia de lo mental en la pandemia del covid-19, nos hemos hecho eco de ello en varios artículos con diversa temática. Difundimos el planteamiento del neumólogo de la Universidad de Colorado Prof. Viktor Tseng, que resumió en una gráfica lo que denominó “las oleadas asistenciales de la pandemia por Covid-19”.  La primera oleada la refería a la acción directa de la pandemia, tendría un incremento rápido y el descenso sería más o menos lento según las circunstancias del contexto. Cuando se llegara a la cima de esa oleada, se pondría en marcha la asistencia incrementada de los procesos que se habían marginado ante la pujanza de la pandemia, su subida sería más lenta y la cresta sería mucho menor y el descenso sería regular, pero casi al iniciar el descenso acudirían los procesos crónicos o presentación de procesos graves, el ascenso sería intermedio, la altura de la cima sería mucho menor y el descenso se veía enlentecido. Pero el Prof. Tseng describió la cuarta oleada, una oleada que aparecía por detrás de todas las oleadas precedentes, no tenía cima, la curva era de tipo exponencial, por lo que iba creciendo de forma continua y constantemente hasta superar, con creces, la altura de todas las oleadas precedentes, esta oleada estaba representada por las repercusiones psicológicas, mentales y psicosociales de la pandemia sobre la población en general, incluido el impacto de los factores económicos y sociales desencadenados por la pandemia. Se subraya que esta oleada no desciende, es una curva exponencial y sigue incrementándose.

Aún así, la asistencia a los problemas mentales no ha sido el área al que se le hay prestado una atención focalizada, a pesar que tanto la población como los profesionales explicitaban de forma clara síntomas en esa dirección, como cansancio, ansiedad, estrés, duelo, depresión, impotencia, malestar… No se escuchaba o no se le daba la relevancia que precisaba para poder abordarlo.

El CIS introdujo en su barómetro de enero unas preguntas relativas a detectar si la  expresión mental era relevante o no. El resultado fue positivo, lo que originó que desde la Dirección del CIS se decidiera realizar una encuesta dirigida, de forma específica, a los aspectos psicológicos y de funcionamiento mental durante la pandemia. El CIS estableció una dirección científica que integrara la vivencia en población adulta, pero también en población infanto-juvenil.

La dirección científica del proyecto diseñó las preguntas de la encuesta, para recoger los síntomas manifestados por la población. Una vez diseñada la encuesta, se testó la duración, la recepción por parte de la población y cómo se sentían los profesionales que realizaban las entrevistas. Tras esta prueba, se analizaron varios parámetros: la duración no había sido óbice para la colaboración ciudadana, todo lo contrario los entrevistados colaboraban de buena gana y sorprendidos del hecho que se les preguntara por sus vivencias. La formulación de las preguntas era muy comprensible para los entrevistados. La valoración, tanto de encuestadores como de encuestados, fue positiva. Por fin, la Dirección Científica incorporó algunos cambios de los propuestos durante la prueba.

En la última semana de febrero se desplegó la recogida de las encuestas, siguiendo la metodología que habitualmente desarrolla el CIS. El tamaño muestral fue de 3.083 participantes, resultando una muestra amplia y representativa de población general. Se conseguía obtener la base de la pirámide que describieron Goldberg & Huxley (1982) para los estudios epidemiológicos sobre salud mental y que siempre es la más difícil de conseguir.

En el caso concreto de la infancia (< 12 años), la adolescencia (13-18 años) y el adulto joven (19-25 años) la intensidad de afectación mental ha sido de tipo leve-moderado, salvo que hubiera algún trastorno mental previo que entonces se agravaba. Los síntomas se manifiestan de forma persistente y con una duración superior a los 3 meses. La prevalencia de los trastornos comunicados en este rango de edades alcanza un 30-35%, cuando previo al inicio de la pandemia los estudios se referían a 10-15%.

En estas etapas de la vida, la forma prevalente de presentación son los síntomas de la serie ansiosa, predominando: La sensación de miedo al contagio y a la muerte (en adulto joven); llanto varias veces al día, sobre todo en el adulto joven; presentaciones de tipo comportamental, tanto irritabilidad, nerviosismo, inquietud, oposicionismo, desobediencia, incremento de respuestas agresivas, como conductas de inhibición, retraimiento, hiporreactividad. La elevada presentación de síntomas corporales somáticos (dolores diversos, cefalea, abdominalgias, mialgias). Alteración del ritmo y calidad del sueño (les cuesta dormir, duermen de forma más irregular, pesadillas, despertares nocturnos). Alteración del rendimiento escolar, sobre todo con una menor concentración ante los estudios.

Una constante ha sido el incremento del consumo de TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), sobre todo en la adolescencia y el adulto-joven, pasando del uso al abuso y de éste a presentar signos de verdadera adicción a las tecnologías.

En cuanto a la clase social: mayor afectación en las clases sociales media-baja, baja proletariado y clase pobre. La forma de presentación también era diferente según la clase social: en las clases sociales altas y medias predominaban síntomas más emocionales (llanto, dependencia de las figuras parentales, exigencias, tendencia al llanto, inhibición y retraimiento, incremento de consumo de TIC), mientras en las clases sociales bajas predominaba la expresión comportamental (oposicionismo, irritabilidad, respuestas de tipo agresivo, incremento de la exigencia, desobediencia, malestar general).

En la etapa adulta la síntomatología somática fue prevalente, pero muy variables (2,5% – 51,9%) (cansancio, falta de energía, fatiga, problemas de sueño, dolores diversos  (cefalea, espalda, extremidades/articulaciones); otros síntomas (palpitaciones, taquicardia, respiratorios, gastrointestinales, mareos).

Las reacciones emocionales más prevalentes eran el miedo a padecer una enfermedad  grave (48,6%) y las preocupaciones por la salud en mayor medida que antes de la pandemia. En esos miedos destacaban los miedos o preocupaciones relacionados con la COVID-19, tanto a padecerlo ellos mismos, el contagio a sus seres queridos, que lo padecieran seres queridos y sus consecuencias, sobre todo el resultado mortal, con un sentimiento especial por no poder visitarles.

La sintomatología emocional se completaba con desmotivación, desinterés, incluso anhedonia; sentimiento de desesperanza respecto al futuro, síntomas de estrés elevado, sintomatología depresiva aislada, ansiedad o nerviosismo con sentimiento de soledad o aislamiento y acompañado de emociones como ira, enfado, irritabilidad y agresividad.

Los  síntomas referidos a la presencia de estrés postraumático no fueron muy prevalentes, aunque se presentaron de forma aislada con pensamientos o recuerdos intrusivos sobre la COVID-19, sentimiento de angustia o agobio asociado a los pensamientos  intrusivos y pesadillas o imágenes desagradables relacionadas con la COViD-19. En algunas situaciones aparecieron síntomas compatibles con ataques de pánico (ataques de ansiedad) y trastorno de pánico, pero no fue lo habitual.

Un dato fundamental es el incremento de la prescripción de psicofármacos (más del doble de los prescritos con anterioridad al inicio de la pandemia), sobre todo del tipo ansiolíticos, antidepresivos e inductores del sueño y con duración del tratamiento superior a 3 meses.

Lo más representativo, sin duda, es que estamos ante lo que Tseng denominó como cuarta oleada, consistente en las alteraciones mentales ocasionadas por la pandemia Covid-19. Estos síntomas aislados denotan la presencia activa de un trastorno mental subyacente que debe recibir el tratamiento adecuado, más allá de la mera prescripción de psicofármacos.

Estos efectos también afectan a los trabajadores y profesionales sanitario, por lo que se precisa un abordaje adecuado de esta situación que influye, de forma directa, en la asistencia sanitaria que se presta.

José Luis Pedreira Massa, Don Galimatías en La Mar de Onuba, es Vocal del Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Psiquiatra y psicoterapeuta de infancia y adolescencia. Prof. de Psicopatología, Grado de Criminología (UNED).

<strong>El 23,4% de los españoles reconoce que ha sentido miedo a morir debido a la COVID-19</strong>
Según la encuesta sobre Salud Mental realizada por el CIS, un 35,1% reconoce que “ha llorado debido a la situación en la que estamos por el COVID-19”
  • Un 41,9% asegura haber sufrido “problemas de sueño” desde el principio de la pandemia
  • Se trata del primer estudio científico sobre Salud Mental durante la pandemia, basado en una muestra representativa de la población española con más de 3000 entrevistas

Madrid, 4 de marzo de 2021. Con motivo de la pandemia por la COVID-19, el CIS ha realizado una encuesta sobre la Salud Mental de los españoles. Este sondeo revela que el 23,4% de la población ha sentido mucho o bastante “miedo a morir debido al coronavirus”, un 18,4% entre los hombres y un 28,3% entre las mujeres. Por edad, los que más miedo han sentido a morir a causa del COVID-19 son las personas de 55 a 64 años. (Un 26,2%).

Un 68,6% ha sentido mucho o bastante “miedo a que pueda morir algún familiar o ser querido” y un 72,3% reconoce que ha sentido mucha o bastante preocupación de que “se contagie algún familiar o ser querido”.

El 35,1% admite que “ha llorado debido a esta situación”, un 16,9% de hombres y un 52,8% de mujeres. Por edad, los más jóvenes, los de 18 a 24 años, son los que más reconocen que han llorado por la situación de pandemia (42,8%).

También se ha preguntado si desde que empezó la epidemia se han sentido mal por algún motivo. Un 41,9% “ha tenido problemas de sueño”, un 51,9% ha reconocido “sentirse cansado o con pocas energías” y un 38,7% ha tenido “dolores de cabeza”, entre otros problemas como taquicardias, mareos o desmayos.

Además, en este último año un 61,2% de los españoles se siente más preocupado por su salud que antes.

Salud mental en menores

También se han reflejado cambios en el comportamiento de los niños y adolescentes. Un 52,2% de los padres que tienen hijos menores de edad (843 entrevistas de la muestra) con los que han convivido durante la pandemia han notado cambios en la manera de ser de sus hijos.

De aquellos que han notado algún cambio en el comportamiento de sus hijos o nietos convivientes, un 72,7 % asegura que sus hijos o nietos han sufrido “cambios de humor”, un 78,6% “cambios en los hábitos de vida” y un 30,4% “cambios en el sueño”.

Colaboración académica                                             

La Dirección Científica de esta encuesta ha estado a cargo del Catedrático de la UNED, Bonifacio Sandín, especializado en Personalidad, evaluación y tratamientos psicológicos, y el psiquiatra, psicoterapeuta y profesor de Psicopatología de la UNED, José Luis Pedreira.

El profesor Pedreira ha asegurado que la importancia de este estudio radica “en el tamaño muestral que es representativo y que incluye al conjunto de todos los rangos de edad”.

Pedreira también ha destacado “la sensación de miedo al contagio y a la muerte en adultos jóvenes, así como el llanto varias veces al día” en este rango de edad. Y ha subrayado el incremento de la prescripción de psicofármacos (más del doble de los prescritos con anterioridad al inicio de la pandemia) sobre todo de ansiolíticos, antidepresivos e inductores del sueño, y con duración de tratamientos superiores a 3 meses.

El profesor Sandín ha coincidido en resaltar “la importancia de la muestra”, que es representativa de la población de todo el país por lo que se trata del “primer estudio que puede aportar datos longitudinales”. Y ha hecho notar que con la pandemia se han incrementado “los problemas de sueño, la tendencia a llorar y las preocupaciones a enfermar”.

Sandín también ha subrayado que “la clase media-baja y los que se consideran clase trabajadora y clase obrera padecen más trastornos mentales que los que se identifican como clase alta, situándose la clase media-media en una posición intermedia”.

La investigación del Centro de Investigaciones sociológicas es la primera encuesta representativa sobre la salud mental de los españoles realizada durante la pandemia con una muestra de 3083 entrevistas efectuadas del 19 al 25 de febrero.

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