por Javier Polo Brazo.
Nuestro país es el que más población reclusa tiene en Europa y con la mayor media de tiempo de reclusión. Ello a pesar de ser uno de los países de la Unión con menos delitos de sangre por cada 1.000 habitantes. España es un país seguro, más que la admirada Finlandia o Suecia o Dinamarca. Incluso los asesinatos por violencia de género, que son una auténtica pandemia, son estadísticamente menores a la media europea e infinitamente menores a las mundiales.
Obviamente estos datos, que no dejan de ser pura estadística, no consuelan a las víctimas de tan luctuosos hechos. Que los asesinos pasen toda la vida en la cárcel es poco para cualquiera que haya vivido un acto de estas características en primera persona. Pero incluso aunque los culpables fueran ejecutados, una víctima no hallará nunca consuelo. El dolor de los padres no será menor porque los asesinos pasen toda la vida en la cárcel o se les ejecuten.
Si el número de delitos desciende desde hace tiempo y los castigos se endurecen, no hace falta ser un genio para comprender que nuestros políticos no tienen el menor recato en legislar aprovechándose de la conmoción popular y de la rabia que a todos nos entra cuando surge un caso como el vivido estos días con Gabriel. Pero no creo que debamos entrar a cuestionar los pilares de nuestra democracia porque las redes sociales ardan. No podemos utilizar el dolor para subir puntos en los permanentes sondeos electorales.
Que se abran todos los debates que se estimen oportunos, que se tomen las decisiones que correspondan, que se modifiquen las leyes que sean necesarias; pero por favor, no jueguen con el dolor, no se aprovechen de la rabia. La venganza no construye sociedad civil. Respetemos el dolor de las víctimas y la mejor manera de hacerlo es no legislando en caliente.
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