La crisis del capitalismo y sus consecuencias

por Antonio Barreda

 

Martes, 2 de julio de 2024. Poco ha cambiado el mundo desde la más lejana antigüedad. Desde la etapa sumeria eran los sacerdotes y las clases dirigentes los que detentaban el poder económico y social

En la época egipcia, eran el faraón, los sacerdotes y la clase dirigente las que tenían embridada a toda la sociedad porque el oro egipcio fluía como forma de poder en todo el Mediterráneo. En la antigua Roma, para ser senador, debías tener, al menos, un millón de sestercios, y para ser del orden ecuestre poseer, al menos, 400.000 sestercios.

Un nuevo mundo en la Edad Media

Queda claro que a los pobres no los ha querido nadie en la historia de la humanidad. Los esclavos eran cosas, sin derechos, en la antigüedad. Hasta la Iglesia se nutrió de ellos en la Alta Edad Media sin pudor alguno. A los demás, llamados hombres libres, los sometió a la tierra y al que detentaba el poder sobre esa tierra. Solo hay que leer el magnífico libro Guerreros y Campesinos, del medievalista George Duby, o las obras clásicas sobre el feudalismo de la escuela francesa. Las tensiones en las sociedades europeas siempre estuvieron vivas. En la Edad Media, el feudalismo y la Iglesia dotaban de legalidad al rey y a sus nobles por la gracia de Dios.

Fue San Agustín, impactado tras el saqueo de Roma por el godo Alarico en el 411, el que escribió aquella De civitate Dei, confrontando el fin de la antigüedad tardía pagana con el triunfo del Cristianismo en el plano económico y social durante el fin del Imperio Romano. A partir de entonces, la Iglesia y la nobleza usaron el poder que detentaron durante más de un milenio para someter a la plebe, a los llamados despectivamente como «siervos de la gleba».

En las capitulaciones del carolingio Carlos el Calvo, quedaba legislado que había dos clases de hombres: los que son libres y los que no lo son. Había que diferenciar entre los dirigentes y los dirigidos de forma sustancial. Incluso legislando para unos en detrimento de los otros. Los llamados derechos feudales empaparon aquella sociedad estamental hasta sus cimientos, ya que el trabajo era algo destinado a los pobres en su conjunto, incluyendo aquí hasta a los poderosos gremios medievales.

La Revolución Francesa acabó con el antiguo régimen

La Revolución Francesa rompió ese orden social establecido desde la caída de la antigüedad tardía. El 4 de agosto en la Asamblea Nacional de Francia, ante levantamientos campesinos por todo el país, se abolieron los derechos feudales -aunque el concepto de feudalismo como tal fue posterior- el entonces alcalde de París, Jean-Sylvain Bailly, declaró que «la Asamblea Nacional logró más para el pueblo en unas pocas horas que lo que las naciones más sabias e ilustradas habían logrado durante muchos siglos». Más tarde se declaró el que todos los hombres son libres e iguales en la famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Y apareció la división de poderes que había predicado Montesquieu y las constituciones que limitaban el poder de las monarquías absolutas y pasaban a monarquías constitucionales.

Las revoluciones burguesas

Llegó luego a Europa lo que se conoció como la Primavera de los Pueblos, que en España empezó en 1820 con el general Riego. Las constituciones habían llegado para quedarse, para dar la forma al nuevo Estado. Esta lucha llevó a las revoluciones burguesas de 1830 y, la más importante de todas, la de 1848. Justo ese mismo año, Marx y Engels firman el manifiesto comunista, de gran importancia al imprimir un concepto que aun tiene fuerza y vigor: la lucha de clases. Ese año, enormes multitudes se reunieron, de forma pacífica o violenta, y el orden político que había prevalecido en Europa desde la derrota de Napoleón se derrumbó. Reyes, emperadores, aristócratas y terratenientes vieron cómo el sólido mundo que habían creado saltaba por los aires.

Para este período recomendamos el libro de reciente aparición Primavera revolucionaria: La lucha por un mundo nuevo, 1848-1849, de Christopher Clark. Para algunos autores, esta revolución de 1848 es casi tan o más importante que la propia Revolución Francesa de 1789, incluso aún más que la posterior Revolución Rusa de 1917. Todo ello porque sienta los cimientos de la Europa del siglo XX, tanto en ideologías como en formas de Estado, incluidas las dos guerras mundiales y sus consecuencias desde el telón de acero hasta hoy. La actual guerra de Ucrania no es más sino un epílogo de todo aquello que surgió en la primavera de 1848.

Por sus calles corrieron el gran Wagner o Mijaíl Bakunin, curtido en las barricadas levantadas en Dresde. El ideario creado por Bakunin sacudió los cimientos de toda Europa hasta bien entrado el siglo XX. Condenado a muerte en varios países europeos, el propio zar tachó su nombre de la lista de amnistía. Vivió en una celda amarrado de pies y manos, sufrió el escorbuto y perdió los dientes. Aun así logró escapar y llegar a Italia desde donde prendió su doctrina hasta llegar a España. Aquí se propagó con fuerza su idea e incluso el anarquista italiano Anguiolillo asesinó a tiros en el Balneario de Santa Águeda al que entonces era el presidente del gobierno, Cánovas del Castillo.

El ascenso de las nuevas políticas

Paralelamente la crisis política iba unida de forma inexorable a la Revolución Industrial y sus consecuencias. No tiene sentido leer a Marx y poder entender sus conceptos como el de la lucha de clases o la dictadura del proletariado sin el contexto de aquella revolución industrial que cimentaba a Europa como la locomotora del mundo, también como la explotadora del mundo. Los trabajadores europeos sembraron las calles de barricadas y manifestaciones para reclamar sus derechos, empezando por las ocho horas de trabajo, aunque los Estados sembraron las calles de muertos en su represión. Allí en esa lucha también surgió la socialdemocracia, donde los trabajadores y sus sindicatos entendieron que en democracia era posible mejorar sus condiciones de trabajo accediendo a los parlamentos y a los gobiernos a través de partidos socialdemócratas sin hacer revoluciones ni dictaduras del proletariado.

En uno de sus textos contra Marx, Bakunin expone que «ellos afirman que sólo la dictadura –la suya, evidentemente– puede crear la voluntad del pueblo; respondemos que ninguna dictadura puede tener otro objeto que su propia perpetuación y que no es capaz de engendrar y desarrollar en el pueblo que la soporta más que la esclavitud; la libertad no puede ser creada más que por la libertad«. Desgraciadamente, no se equivocaba mucho. Esta lucha es el símbolo de una izquierda cainita, dividida y que se persigue sin extenuación los unos contra los otros, en un ciclo sin fin que aun dura hoy en España y en Europa, y que ha facilitado el resurgir de la extrema derecha por todo el viejo continente.

El ascenso de los fascismos

En el plano económico, paralelamente, se iba generando una industrialización de toda Europa, surgían conflictos políticos que afectaban a todo el movimiento económico. Así, tras la I Guerra Mundial, surge el fascismo en Italia, que, tras la marcha de Mussolini y los fascistas italianos sobre Roma en 1922, llegó al poder. Estos movimientos se larvaron en Europa paralelamente al resurgir de la izquierda tras la guerra, que había liquidado en muchas países la Internacional Obrera.

Luego, tras varias crisis salvadas por la campana, llegó la mayor de todas a un mundo que no estaba preparado para ello. La crisis económica de 1929 dinamitó a muchos países, fundamentalmente a Estados Unidos y a una Alemania que tenía que pagar cuantiosas reparaciones de la guerra mundial de 1914. Un tsunami de inflación y de más de seis millones de parados encumbró a Adolfo Hitler al poder en Alemania, prometiendo el paraíso en la Tierra. Una vez llegó al poder, y tras la promulgación de la Ley Habilitante, demolió la democracia hasta sus cimientos. Luego llegaría la guerra y más de cien millones de muertos. En sus presupuestos pesaba más el peso impositivo sobre los salarios que sobre las empresas, algo que hemos vuelto a ver en la Europa de la crisis de 2008.

La crisis del 29 aterró al mundo

Pero la crisis del 29 también trajo el llamado milagro del New Deal norteamericano cuya creación se debe a Franklin D. Roosevelt, quien lo pronunció por primera vez en su discurso a la Convención Demócrata de Chicago en 1932. Por primera vez, muchos de los postulados de Keynes llegaron a hacerse realidad. Aquello significaba, en realidad, más Estado como motor económico. La aplicación de esta nueva economía fue tal que la II Guerra Mundial acabó finalmente con la crisis del 29 en Estados Unidos y la maquinaria industrial que se generó dominaría gran parte de la economía mundial hasta hoy.

La llegada del neoliberalismo

Tras la larga construcción desde el fin de la II Guerra Mundial en la Europa Occidental de lo que se conoce como el Estado del Bienestar, llegó la crisis del petróleo de 1973 y Europa, entonces, le vio las orejas al lobo por primera vez desde 1945. Nació entonces el neoliberalismo, una antítesis al New Deal, ya que su principal concepto era menos Estado y más empresa privada, en lo que sería la deconstrucción del Estado a manos del mercado. Muchos presidentes norteamericanos y Margaret Thatcher en Reino Unido fueron los referentes que aplicaron a rajatabla este concepto económico a su país, sin tener en cuenta las consecuencias de ello.

La caída del neoliberalismo

El concepto ha estado vivo cerca de tres décadas y se resquebrajó tras la crisis económica de 2008, que puso en evidencia que la globalización era una quimera absoluta y las ausencias de control del Estado sobre la economía le había hecho un daño irreparable a ésta. Recomendamos el libro del historiador norteamericano Gary Gestle: Auge y caída del orden neoliberal: La historia del mundo en la era del libre mercado. La consecuencia fue el auge de los populismos en todo el mundo, el rescate de las instituciones bancarias, el crecimiento de la desigualdad y la progresiva desaparición de la clase media, el neoliberalismo ha perdido hoy toda la legitimidad de la que gozó a lo largo de tres décadas. El populismo global surge de esta crisis, cuyo principal referente mundial es Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, y en Europa los movimientos de Meloni en Italia, que llegó al poder, o el ascenso de Marine Le Pen en Francia.

Durante tres décadas, desde los 70 y la llegada del neoliberalismo económico, asistimos a un capitalismo desbocado y enloquecido, a tal punto que la concentración de la riqueza en manos de unos pocos alcanza los valores de 1900-1910 y ni siquiera se aplicaban los impuestos al capital que regían en el siglo XIX.

La gran crisis del capitalismo globalizado neoliberal del siglo XXI se desató entre 2007 y 2008, con enormes paralelismos con la del 29, puso en evidencia que los patrimonios privados se habían incrementado sin control, mientras los salarios y la producción casi no habían crecido en los últimos 30 años. Por razones ideológicas, muchos Estados aumentaron la carga fiscal sobre el trabajo y subvencionaron a una casta de rentistas que solo movían capital para acumular más dinero, sin generar ni riqueza ni empleo.

Las crisis económica de 2008

Fue creciendo una enorme burbuja económica inflada a base de crédito, de deuda, en la que cada vez que el sistema financiero se metía en problemas aparecían los bancos centrales con nuevas fórmulas para estimular la economía y hacer crecer la burbuja. Esa burbuja se descontroló y se le acabó escapando de las manos al sistema cuando las innovaciones financieras -hipotecas subprime, derivados, CDOs o MBSs, y demás productos financieros- se complicaron tanto que las autoridades ya no parecían capaces de calcular los riesgos de los propios bancos privados.

Y volvieron los hundimientos bancarios en Estados Unidos que habían surgido en la crisis de 1929, empezando por el gigante Lehman Brothers. Luego se darían cuenta que fue un enorme error dejar caer a los grandes bancos norteamericanos. Estos bancos habían jugado con el capital con productos financieros alejándose de la tradicional inversión en la industria y la creación de puestos de trabajo, y lo apostaron todo a productos financieros derivados de la vivienda. Y la jugada les había salido mal.

En 2004, cinco representantes de los grandes bancos de inversión de Wall Street se reunieron para crear fórmulas financieras hipotecarias con el único objetivo de ganar dinero, pero finalmente aquello se convirtió en la fórmula perfecta para el colapso del mercado de la vivienda en Estados Unidos. En aquella reunión había representantes de Deutsche Bank, Goldman Sachs, Bear Sterns, Citigroup y JP Morgan. Allí idearon las hipotecas subprime, el origen de la mayor crisis financiera desde 1929.

La crisis arrasó España

El ejemplo de la crisis de 2008 lo vimos en España tras la crisis de la banca pública en 2008 que tumbó al gobierno de Zapatero, y con el nuevo gobierno de Rajoy pidiendo un rescate a Europa de 100.000 millones de Euros para tapar ese gigantesco agujero provocado por los dirigentes políticos al frente de las cajas de ahorro. El sistema financiero público se resquebrajó por completo y desapareció en manos de la banca privada.

El entonces gobierno del PP repercutió esa cantidad enorme de dinero del rescate bancario sobre las espaldas de los ciudadanos, especialmente sobre la clase media española a través de impuestos y de recortes, de sueldos, de derechos sociales y de servicios públicos prestados por el Estado, incluidos terribles recortes sanitarios, lo que provocó un récord histórico de 6.278.200 parados y una tasa de paro del 26,94%.

Hoy ya se sabe que todo aquello fue un tremendo error provocado e impuesto por la Alemania de Merkel a los países mediterráneos como Grecia o España, que solo trajo sufrimiento y dolor a la población. Las cajas públicas solo han devuelto una parte ínfima del dinero que se les entregó en el rescate bancario. En este período y tras el calor de las movilizaciones de los autollamados indignados el 15-M de 2011 nació el Podemos de Pablo Iglesias en España o la Syriza de Tsipras en Grecia. Ambos alcanzaron con el tiempo el poder en el gobierno.

La política española se polariza

El costo político de los recortes de Rajoy fue la pérdida del poder tras la moción de censura de 2018 promovida por el PSOE de Pedro Sánchez. Y el viraje del Estado español hacia políticas de protección de la castigada y casi desaparecida clase media española. Paralelamente, fue creciendo a la derecha del PP un partido que recogía el hartazgo hacia la política de los partidos tradicionales de parte de los ciudadanos. Nacía así el Vox de Abascal, que recogía el cansancio de parte de la derecha y hasta de la izquierda con un discurso reconocible en su espina dorsal. También crecían los movimientos nacionalistas en votos hasta la irrupción de Salvador Illa en el complicado escenario catalán.

La política en España está hoy día abierta en canal. Muchos asocian al partido de turno como si fuera su equipo de futbol, aunque millones de votantes ni estén afiliados ni siquiera se lean los programas de los partidos que votan, pero son los míos, los que llevan mi camiseta. Aquí la política ya ha quedado dividida en izquierda, derecha, extrema izquierda y extrema derecha, cuyos postulados son excluyentes entre sí, imposibilitando cualquier acuerdo o cualquier negociación. Y eso salta a la calle, donde la polarización social hace insalvable establecer cualquier diálogo. Y si a eso le sumamos las redes sociales, que se han convertido en un movimiento de polarización, de difusión de bulos y hasta de odio, tenemos el cóctel perfecto para abrir una brecha en la sociedad de difícil encaje en los ciudadanos.

@abarreda1965

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