Domingo, 6 de junio de 2021. A pesar de las trágicas muertes, el sufrimiento y la tristeza que ha causado, la pandemia de covid-19 podría pasar a la historia como el acontecimiento que rescató a la humanidad. Ha creado una oportunidad única en una generación para reorientar nuestras vidas y sociedades hacia un camino sostenible. Las encuestas y protestas mundiales han demostrado las ansias de una nueva forma de pensar y el deseo de no volver al mundo anterior a la pandemia.
Las devastadoras consecuencias de la COVID-19 han hecho que se reconozca cada vez más que seguir como hasta ahora es altamente desestabilizador y la fuente de nuestros más oscuros temores. Ha roto los espejos mentales que nos impedían romper con el pasado y abrazar nuevos horizontes.
En Rescate: De la crisis global a un mundo mejor, muestro cómo la ruptura del coronavirus ha demostrado que los ciudadanos están dispuestos a cambiar su comportamiento cuando se les exige. Y que los Gobiernos son capaces de salir de sus camisas de fuerza económicas.
Mi trabajo sobre la globalización y el desarrollo me ha llevado a creer que, si bien los flujos a través de las fronteras nacionales – comercio, personas, finanzas, medicamentos y, sobre todo, ideas – son algo muy bueno, también pueden conducir a un aumento del riesgo y la desigualdad si no se gestionan adecuadamente.
Lo que yo considero el “defecto mariposa” de la globalización ha creado una nueva forma de riesgo sistémico. Fue el origen de la propagación mundial de la crisis financiera de 2008, que se hace evidente en la escalada del cambio climático y la desigualdad, y ahora nos ha abrumado con la pandemia de la COVID-19.
He estado prediciendo que una pandemia mundial era probable y que inevitablemente conduciría a un colapso económico. La única pregunta es por qué no se ha puesto más empeño en la gestión de estos bajos fondos de la globalización y la reticencia a salir de lo habitual. Mi libro muestra por qué lo necesitamos urgentemente.
Las viejas excusas para la inacción ya no son creíbles. La tarea ahora es convertir la respuesta reactiva a las emergencias sanitarias y económicas en un conjunto proactivo de políticas y acciones para crear un mundo inclusivo y sostenible de prosperidad compartida. Antes de la pandemia esto podía parecer inalcanzable, incluso idealista. Los cambios que habrían tardado una década o más en surgir han tenido lugar casi de la noche a la mañana.
En un claro relieve
Entre los cambios positivos se encuentran un mayor reconocimiento de la importancia de la naturaleza, el papel de los trabajadores esenciales, las contribuciones de la ciencia y los expertos y el hecho de contar con el apoyo de la familia, los amigos y los compañeros.
Pero la pandemia también ha exacerbado las desigualdades sanitarias y económicas dentro de los países y entre ellos, devastando la vida y el sustento de muchos y aumentando enormemente el aislamiento y las enfermedades mentales. Un mundo que funciona en línea está más atomizado y puede conducir a un endurecimiento de los núcleos sociales y políticos. Si no se abordan con urgencia las consecuencias negativas de la pandemia, estas proyectarán una larga y oscura sombra.
La idea de que no existe la sociedad, sino solo los individuos egoístas, puede ahora quedar relegada al basurero de la historia. Hemos sido testigos de un derroche de solidaridad, sobre todo de los jóvenes con los ancianos y de los trabajadores esenciales con los demás. Los jóvenes sacrificaron su vida social, su educación y su trabajo y asumieron enormes deudas para ayudar a los ancianos a superar la COVID-19.
Los trabajadores esenciales se arriesgaron a diario para dotar de personal a nuestras residencias y hospitales y garantizar la entrega de alimentos, la recogida de basura y el mantenimiento de la luz. Muchos sacrificaron su propia salud por los demás.
Los costes intolerables de la austeridad y de una cultura que celebraba el individualismo y socavaba el Estado se han revelado con crudeza.
Las guerras mundiales cambiaron para siempre la política y la economía mundiales. El economista John Maynard Keynes sostenía que era necesario “arrancar de las exigencias de la guerra mejoras sociales positivas”.
La pandemia también lo cambiará todo, desde las prioridades personales hasta el poder mundial. Marca el fin de la era neoliberal del individualismo y la primacía de los mercados y los precios, y anuncia un giro del péndulo político hacia la intervención del Estado.
Como ha afirmado el premio Nobel de Economía Angus Deaton, “ahora nos enfrentamos a una serie de retos que no podemos eludir” y que amenazan el tejido social, lo que supone una “oportunidad única en una generación para abordar las desventajas a las que se enfrentan muchos y que esta pandemia ha puesto de manifiesto de forma tan devastadora”.
Más cooperación mundial, no menos
La globalización ha provocado emergencias sanitarias y económicas universales. Y, sin embargo, para afrontarla necesitamos más globalización, no menos. No podemos detener una pandemia global sin más política global.
Tampoco podemos detener el cambio climático ni ninguna de las otras grandes amenazas mediante la desglobalización política.
La desglobalización económica condenaría a la pobreza continua a los miles de millones de personas en el mundo que aún no se benefician de los empleos, las ideas y las oportunidades que trae la globalización.
Significaría que los ciudadanos de los países pobres no tendrían acceso a las vacunas internacionales, a los paneles solares, a las inversiones, a las exportaciones, al turismo y a las ideas que se necesitan urgentemente para reconstruir los países y crear un futuro de prosperidad compartida.
Si aislarnos y detener la globalización pudiera aislarnos del riesgo, podría ser un precio que valiera la pena pagar. Pero, lejos de reducir el riesgo, solo lo aumentará. Lo que necesitamos es una mejor gestión y unos flujos globales más regulados y coordinados para poder compartir los beneficios de la conectividad y frenar los riesgos.
La mayor amenaza para nuestras vidas ha venido históricamente de los conflictos internos o externos. Ahora la amenaza proviene de fuerzas que escapan al control de cualquier país y que requieren la cooperación internacional, en lugar de afirmaciones de supremacía. A todos los países les interesa cooperar para contener las amenazas globales. Del mismo modo, a cada uno de nosotros nos interesa contribuir a la creación de sociedades más cohesionadas y estables.
La COVID-19 nos ha puesto a prueba. Si superamos la prueba habremos demostrado que también podemos vencer las amenazas climáticas y de otro tipo.
Cómo evitar el precipicio
No hay que dar nada por sentado. El virus no solo está cambiando nuestras posibilidades y acciones, sino también nuestra forma de pensar, nuestros sueños y nuestra imaginación. Toda crisis crea una oportunidad, y nos corresponde explorar el lado positivo. Al poner de relieve la importancia de los riesgos sistémicos, la pandemia ha aumentado la concienciación sobre otras amenazas, incluidas las que plantean las futuras pandemias y el cambio climático, y nos ha dado los medios para rescatar nuestras vidas y el futuro.
La COVID-19 ha provocado el mayor retroceso en materia de desarrollo de nuestra vida, revirtiendo 70 años de progreso. Los países de renta baja y media han sufrido un crecimiento negativo por primera vez desde la década de 1950.
Muchas más personas habrán muerto de hambre y por causas relacionadas con la pobreza que por el impacto sanitario directo de la COVID-19.
La pandemia ha provocado que hasta 150 millones de personas más caigan en la pobreza extrema y que el hambre aguda se duplique, pasando de 130 millones de personas en 2019 a 260 millones en 2020. En muchos países pobres, los sistemas de educación y de salud se han colapsado y las redes de seguridad del Gobierno son débiles, si es que existen.
Es lo que ha permitido que el mundo se vea desbordado por la COVID-19. La pandemia ha revelado y exacerbado las desigualdades dentro de los países y entre ellos.
Demuestra de forma contundente por qué retroceder o avanzar por el mismo camino en el que estamos nos lleva a un precipicio. Sin un cambio sistémico, todos estamos condenados a un futuro más desigual e inestable. La COVID-19 ha generado el potencial para crear un mundo más justo e inclusivo.
Traducción de Julio César García Sosa, con la colaboración de Casa África.
Ian Goldin es profesor de Globalización y Desarrollo de la Universidad de Oxford y dirige los Programas Oxford Martin sobre Cambio Tecnológico y Económico, Futuro del Trabajo y Futuro del Desarrollo. También es profesor en el Balliol College de la Universidad. De 2006 a 2016 fue director fundador de la Oxford Martin School, que reunió a más de 300 académicos de toda la Universidad de Oxford para abordar los mayores desafíos globales. Es el autor de Rescue: From Global Crisis to a Better World. Fue Vicepresidente del Banco Mundial (2003-2006) y, antes de eso, Director de Políticas de Desarrollo del Banco (2001-2003). Formó parte del equipo de alta dirección del Banco y dirigió la colaboración del Banco con las Naciones Unidas y otros socios, así como con países clave. Como Director de Política de Desarrollo, desempeñó un papel fundamental en la agenda de investigación y estrategia del Banco.
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