Miércoles, 15 de febrero de 2023. Creo que practicar la coherencia además de ser una virtud escasa, es una necesidad para mejorar los comportamientos sociales y, sobre todo, políticos. Sería prolijo hacer una relación de la cantidad de incoherencias que se manifiestan en nuestro derredor, es probable que esa relación diera para más de un artículo y casi para una tesis doctoral sobre el comportamiento de las personas y de las organizaciones de todo tipo en cuanto a sus coherencias.
Vayamos al Diccionario de la RAE y consultemos la palabra “coherencia” y obtengamos en su segunda acepción esto: “Actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan.” Es importante resaltar lo de “los principios”.
Volveremos luego a esto, pero me quiero centrar en un aspecto que me preocupa personalmente. Las personas en su comportamiento individual se pueden permitir cierta incoherencia, sobre todo si ese comportamiento no produce ningún daño personal a su entorno. Creo que todas tenemos esa parte de incoherencia en nuestras vidas, a veces postulamos opiniones en una dirección y actuamos de manera contraria a esas opiniones y además las justificamos. Podemos decir que es permisible esa incoherencia, porque es imposible ser coherente de manera permanente, las relaciones humanas están trufadas de relaciones que, en ocasiones, nos lleva a no ser tan consecuentes como nos exige la coherencia.
Pero, salvando ese aspecto, hay otras incoherencias inadmisibles en el comportamiento de las personas y de los colectivos que deben practicarla, en función de los principios que postulan. Me refiero en concreto a todo aquello a lo que están referenciados en esta frase “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.”, erróneamente atribuida a Groucho Marx, pero que esconde esa incoherencia recurrente, por ejemplo, de los partidos o los gobiernos de cualquier ámbito.
Siendo una apreciación de carácter general, es necesario ser muy estricto con estas incoherencias. Sería imperdonable que una persona que se muestre en contra de la pena de muerte, en función de su capacidad de juez, condene a pena de muerte a un acusado porque en su país está es la pena más importante. Su coherencia solo tiene dos salidas, una no llegar a la pena más alta o en su contrario abandonar su carrera de jurista que le obliga a imponer esa sentencia.
En términos más normales, alguien o algún partido que considere que las personas no se deben de juzgar por su origen, permitan que en un gobierno que ellos presidan o permitan se pueda discriminar a alguien por ser extraño o extranjero en su país. O incluso, en una institución que predique el amor a las personas por el hecho de ser personas, no pueden promover que se les niegue determinados derechos a aquellas personas que por su condición económica no contribuyan al mantenimiento de la sociedad.
Sigamos algo más en ese recorrido, ¿es coherente que partidos que se declaran abiertos a la cooperación política pongan líneas rojas a esa cooperación?, ¿es coherente que colectivos que dicen querer lo mejor para la gente se nieguen a compartir espacios electorales con otros que comparten ese principio? Probablemente tendrán argumentos para justificar esa falta de coherencia, pero, en mi opinión, la trascendencia de estos asuntos les obliga a declinar esos posibles argumentos en pos de los principios que están por encima de argumentos de poco calado.
Al fin y al cabo, este tipo de colectivos venden su propia coherencia a aquellos argumentos coyunturales que les viene mejor a sus pensamientos no declarados. Seamos coherentes, trabajemos por la mejora de la gente en cualquier lugar y en cualquier momento. Debemos expandir nuestra responsabilidad y nuestro compromiso más allá de nuestros intereses particulares.
José Antonio Jiménez es coportavoz de Iniciativa del Pueblo Andaluz.
Sea el primero en desahogarse, comentando