‘Fragmentos de otoño’ (II) de María Ángeles Solís

                “Cuando caía la tarde era más fácil recordar. Más fácil atormentarse con ese pasado que no pasó y que hoy damos gracias porque no sucediese. No por ti. No por mí. Sino por el destino, porque no nos habríamos encontrado jamás. Pero era inevitable, inevitable el choque, inevitable el chasquido, inevitable tu voz… El viento murmuraba, murmuraba y poco más.

                  Recuerdo el camino y el paisaje marchito. Recuerdo que el olvido se resignaba a tropezar, con muchos nombres y pocas realidades que dejaron ya de importarme. Sólo una fecha en el horizonte que no sé si llegará…”.

Y la voz, tal cual, se apoderó de mis sentidos porque acaso relataba lo que, desde hace tiempo, callaba mi corazón. Y no importa ya cuánto silencio pueda aposentarse en el alma, cuando, en el horizonte, la figura macabra de la torre de la iglesia, estuvo a punto de volverme atrás… Pero no, no lo consiguió. Ese pasado profundo e intenso, del que ya no quedan cicatrices sino un recuerdo hermoso que, aunque no sea tuyo, jamás me alejaría de ti. Tu dolor y el mío han hecho buenas migas en este otoño. En este otoño y en todos los demás. Parece que te tuve siempre… y es ahora cuando la voz, con paso firme, afirma, asevera y hasta me sacude por no soñar con mi realidad…

                   “Lo mejor que he hecho en mi vida es dejar acariciarme por ti, en aquella noche de enero…. Lo mejor que he hecho en mi vida ha sido impregnarte del aroma de los olivos, aquella noche lluviosa en una ciudad nueva para mí… porque las luces me cegaron, tu luz me cegó… y quiero permanecer ciega toda mi vida si estás junto a mí.

                   Y los cielos innombrables que me susurrabas por la mañana, desde lejos…y las noches de pedirme versos, y el fuego en tus palabras escritas que se borraron en los mensajes pero se grabaron en mi corazón… por eso, corazón, guarda silencio, la verdad no le importa a nadie, sólo a vosotros dos…”.

Cuánta verdad transmites, maldita voz. Parece que siento la mano en la espalda bajando, con esa firmeza que impone la experiencia, y yo desplegando mis alas, dejándome llevar, sin entender apenas cómo se puede llegar a amar así, tan repentinamente, tan profundamente… Y, a pesar de conocerte de siempre, sin haberte visto jamás… te di el aroma de los olivos y me diste la fuerza para llegar a la cima, me diste el saber y el empujón para saltar. Y después de tanto, me pregunto qué te di yo, que permaneces aquí dándome paz… apenas el aroma de los olivos… poco… mereces más.

, porque merece todo. Porque siempre tienes un hueco en su hombro para apoyar tu sien, porque siempre te escucha, porque siempre está. Incluso cuando te escondes entre los olivos, recordándoley no eres capaz de pedirle más fuerza, porque le necesitas, ¿o no? Dale los olivos que te sobran en forma de estrellas, dale tu piel todavía viva, dale la fuerza que necesita y la perdió al dártela a ti…”.

Y, en éste otoño vacío, la voz me pide, me pide que guarde silencio y te lo de todo a ti. Por eso, aunque esa voz parlotee en el silencio, siempre me arrastrará hacia la realidad de un sueño, hacia palabras que borraron recuerdos, hacia triunfos siempre de tu mano, porque la victoria más importante fue encontrarte entre la multitud, fue que me buscaras en un camino hacia el infinito.

Y esta es la historia, de un otoño florecido, por la más hermosa casualidad, con aroma de olivos y estrellas que no dejan de brillar. Yo callaré y, la voz, nunca dejará de acariciar la realidad… con aroma de olivos…

Ilustración: «Camino entre olivos» de Paco Mohedano.

María Ángeles Solis, colaboradora de La Mar de Onuba, es escritora. Ganadora del premio de poesía Federico Mayor Zaragoza en el año 2003; socialdemócrata y socialista. También colabora con otros medios digitales, como Diario Progresista.
http://revista.lamardeonuba.es/fragmentos-de-otono-i-de-maria-angeles-solis/
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