El sueño

Despertó como si aún estuviese poseída por el sueño. Una tibia niebla rodeaba su cuerpo, en aquella habitación con vistas… un olor a humedad, a tierra, a primavera embriagó todos sus sentidos, y algo turbaba su mente, algo que venía de atrás: eran los recuerdos, era el pasado más fuerte que el olvido. Era un pasado lleno de cicatrices pero, que en otros días, le hicieron sonreír. Era como si hubiese abierto la cajita de madera que tenía encima de la mesa y todo hubiese salido de golpe.

Un ¡zas! inesperado la sacudió. Acaso, el tiempo enredado en visiones macabras que nunca quiso dejar a un lado, estaba mirándola de frente, contando los pasos no dados, los minutos sin respirar.

Tenía los ojos abiertos. Veía el agua clara y los árboles del parque. Era la misma sensación que tuvo hace años, de tranquilidad absoluta, de paz… y sabía que alguien la acompañaba. Alguien que siempre estuvo allí. Y le gustaba su presencia… cuando acariciaba su piel con las puertas abiertas, hablando sin tapujos y mirando a los ojos. Antes de que la crueldad de la vida y la falsedad de la gente abrieran su herida. Se sentía bien allí aunque, quizá, siguiese soñando.

Fue entonces. Cerró los ojos y se dejó llevar. Caminó por calles antiguas, de piedra, agarrada a aquella mano. La luz de los farolillos vacilaba. Y una promesa, una promesa que nunca se cumplió pero la marcó.

En algún momento abriría los ojos para vivir la realidad porque allí también esperaban momentos felices. Pero quiso saborear el sueño, un poco más… No era un sueño, era su propia vida que volvía a pasar ante sus ojos; eran caricias que volvía a sentir, eran sus recuerdos que, de vez en cuando, despertaban.

Los faroles de la calle se apagaron. Abrió los ojos lentamente. El olor a tierra mojada se esfumó. Y despertó.

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