El regreso

«A veces, un leve viento puede cerrar una puerta», pero él no quiso creerlo.

Cuando bajó del tren, vio que la estación no había cambiado. Los mismos bancos de madera donde un día alguien le esperó.

Su maleta apenas pesaba. Quizá porque lo que más lugar ocupaba eran sus recuerdos.

El valle lucía en todo su esplendor. La primavera teñía de colores el extraño sentimiento de volver… y entró al pueblo. La luz se reflejaba en las casas encaladas, blancas, como la inocencia de cuando se fue. Pero él ya se sentía viejo.

Las campanas doblaron. Se preguntó por quién. Pero las respuestas le llegaron dudosas. «Usted, no conoce…». Sí, se sentía viejo.

Buscó su casa. Una casa vieja, vacía. Las campanas seguían doblando. Pero él no conocía… se sentía viejo.

Una chimenea sin lumbre, las puertas chirriaban, el crujir de los peldaños confesando la oquedad de las escaleras… Todo, todo se lo decía a gritos. Pero él no escuchaba. Se sentía viejo.

Fueron tres días, fueron tres noches. Sentado en su sillón, frente a un espejo, mirando un jarrón con rosas secas. Y fue entonces cuando comprendió. Las campanas ya no doblaban. Él ya no se sentía viejo. Él ya no sentía nada.

Fue caminando hacia donde estaban todos los que quiso y vio su nombre. Se arrodilló, tal vez por primera vez en su vida. Cogió un puñado de tierra y la besó. Estaba allí, sin darse cuenta. Lloró.

Ya en casa, quitó las rosas secas. Dejó el jarrón vacío.

Camino a la estación la maleta ya no pesaba nada. Sólo había en ella recuerdos y suspiros. El valle se le mostraba triste. Los árboles secos apagaron para siempre su voz.

El tren partió. Sabía que nunca volvería porque su alma estaba allí para siempre.

En el jarrón, inexplicablemente, brotaron rosas que el olvido no ha podido secar.

MARI ÁNGELES SOLÍS 
@mangelessolis1

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