‘El invento’, por Francisco Palacios

por Francisco Palacios Chaves

 

Jueves, 22 de diciembre de 2022. Será que acaba de terminar un Mundial, que tengo sobredosis de balompié o que echo de menos las noches de frenopático del Santiago Bernabéu. Pero sea cual sea la causa, últimamente veo la actualidad en clave futbolera, o al menos fácilmente equiparable al deporte rey.

Llevamos una semana de improperios, insultos y griterío en el Parlamento, los medios y las redes sociales; vamos, un día más en la oficina. En esta ocasión, provocados por la intención del Gobierno de cambiar la manera en que se renuevan los cargos del Tribunal Constitucional, en manos de una mayoría de togados conservadores y acabar con la paralización de dicha renovación. El barro de este enquistamiento viene de los lodos del inmovilismo del partido de la oposición, que la mantiene bloqueada bajo cualquier excusa. De ahí que varios vocales estén ocupando unos sillones que ya han pasado, de largo, la fecha de consumo recomendado, la de caducidad y hasta la de garantía.

La derecha, viendo que en el Parlamento tenía todas las de perder, pide medidas cautelarísimas de amparo al más alto tribunal del Estado para que el cambio de la ley no se lleve a votación antes de su dictamen. En primer lugar debía decidirse si los vocales caducados podían seguir formando parte de las posteriores votaciones, y para sorpresa de cualquiera que tenga dos dedos de frente, los mismos que son el objeto de la votación, votan, obviamente, que se quedan. De leyes no conozco mucho, pero lo de ser juez y parte si que lo entiendo. Y está muy feo. Como era de esperar, la mayoría del alto tribunal decide, con el voto de los caducados, que aunque lo estén, no pasa nada. Igual que cuando cogías un flan del frigorífico, veías que estaba pasado de fecha y venia tu madre, le quitaba la parte que más mala pinta tenía y te decía “esto está bueno, así que cómetelo”. Y a acatar la sentencia. A partir de ahí, no es de extrañar que luego se votara afirmativamente a la reforma de la elección del propio Constitucional.

Será que acaba de terminar un Mundial, que tengo sobredosis de balompié o que echo de menos las noches de frenopático del Santiago Bernabéu. Pero sea cual sea la causa, últimamente veo la actualidad en clave futbolera, o al menos fácilmente equiparable al deporte rey.

Llevamos una semana de improperios, insultos y griterío en el Parlamento, los medios y las redes sociales; vamos, un día más en la oficina. En esta ocasión, provocados por la intención del Gobierno de cambiar la manera en que se renuevan los cargos del Tribunal Constitucional, en manos de una mayoría de togados conservadores y acabar con la paralización de dicha renovación. El barro de este enquistamiento viene de los lodos del inmovilismo del partido de la oposición, que la mantiene bloqueada bajo cualquier excusa. De ahí que varios vocales estén ocupando unos sillones que ya han pasado, de largo, la fecha de consumo recomendado, la de caducidad y hasta la de garantía.

La derecha, viendo que en el Parlamento tenía todas las de perder, pide medidas cautelarísimas de amparo al más alto tribunal del Estado para que el cambio de la ley no se lleve a votación antes de su dictamen. En primer lugar debía decidirse si los vocales caducados podían seguir formando parte de las posteriores votaciones, y para sorpresa de cualquiera que tenga dos dedos de frente, los mismos que son el objeto de la votación, votan, obviamente, que se quedan. De leyes no conozco mucho, pero lo de ser juez y parte si que lo entiendo. Y está muy feo. Como era de esperar, la mayoría del alto tribunal decide, con el voto de los caducados, que aunque lo estén, no pasa nada. Igual que cuando cogías un flan del frigorífico, veías que estaba pasado de fecha y venia tu madre, le quitaba la parte que más mala pinta tenía y te decía “esto está bueno, así que cómetelo”. Y a acatar la sentencia. A partir de ahí, no es de extrañar que luego se votara afirmativamente a la reforma de la elección del propio Constitucional.

Francisco Palacios Chaves es programador informático

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