El bloqueo de suministro energético mundial impulsa cambio de modelo

por Francisco Villanueva

 

Viernes, 8 de abril de 2022. Por la guerra ucraniana, Estados Unidos decidió no comprar más petróleo a Rusia. Pero el cambio tecnológico de las últimas décadas minimiza su impacto en la generación de energía. Y abre las puertas a nuevos cambios en la economía digital. EE.UU. ha decidido cesar este año las importaciones de petróleo ruso, y Gran Bretaña haría lo mismo al finalizar 2022. Significa que la superpotencia norteamericana dejará de comprar 750.000 barriles de petróleo ruso por día, aproximadamente 8% de los 8,5 millones de barriles de crudo que adquiere diariamente del exterior, lo que representa poco menos de 40% de los 22 millones de barriles de petróleo que consume por día.

Este escaso porcentaje que representa las importaciones de petróleo ruso de pronto ha adquirido un carácter cualitativo, y la decisión del gobierno norteamericano ha desatado un auténtico “shock” energético en la primera economía del mundo (25% del PIB global). La razón de este fenómeno cualitativo es que se superpone a una demanda récord de petróleo en el mundo, originada en un fenomenal aumento del consumo chino/asiático, que ha crecido más de 30% en el último año.

Esto ha llevado a que las importaciones de crudo de la República Popular alcanzaran al nivel más elevado de su historia, con más de 13 millones de barriles de petróleo por día comprados al exterior en el último trimestre de 2021. El resultado de este golpe energético es que el precio del crudo en su variedad “Brent” alcanzó a 140 dólares el barril en la última semana de febrero, aunque luego disminuyó a 128.

Todo esto sucede cuando la percepción del consenso energético estadounidense es que la prohibición de importar el petróleo ruso llevaría los precios del crudo a un súbito y acelerado camino ascendente que podría culminar en 200 dólares por barril en un plazo de 2 a 3 meses, o antes. Si esto sucediera, hay que dar por sentado que la economía estadounidense se sumergiría de inmediato en una aguda y generalizada recesión.

El antecedente directo de este “shock” energético norteamericano fue el que impactó al mundo en 1973, cuando la Guerra del Yom Kippur que enfrentó a Israel con Egipto y Siria, decidió a la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) a boicotear al mundo avanzado que respaldó a Israel en el conflicto; y esto tuvo como consecuencia inmediata una cuadruplicación del precio del crudo la primera vez, y otra segunda cuadruplicación menos de 3 meses después, lo que llevó el valor del petróleo desde su irrisorio nivel inicial de 1,5 dólares el barril a más de 45 en solo 4 meses, lo que sumergió a todo el capitalismo avanzado en una profunda contracción.

La respuesta de EE.UU. y del resto de los países del G-7 al desafío de la OPEP fue volcarse a la tecnología del procesamiento de la información que requería menos energía, menos fuerza de trabajo, y por extensión, menos capital por unidad de producto; y así surgió la producción transnacional guiada por la tecnología de la información, que fue la base estructural de la globalización como nuevo mecanismo de acumulación capitalista, y transformó al mundo para siempre.

El cambio tecnológico de los últimos 50 años es la diferencia básica entre el mercado petrolero de 1973 y el actual, en que tiene mucho menos relevancia el petróleo en la generación del producto.

El cálculo de la Agencia Internacional de Energía (IEA) es que el petróleo es hoy 32% del total de la generación de energía, comparado con 48% que implicaba en 1973, con el agregado de que estos 16 puntos de diferencia hacen que el resto se dedique prácticamente en su totalidad al transporte automotor, lo que significa que ha sido virtualmente excluido de la generación de energía.

En suma, el petróleo que se utiliza para generar una unidad de producto se ha reducido en más de 60% en este periodo, un proceso de drástica disminución que tiende a acelerarse.

La situación paradójica que presenta el mercado petrolero mundial es la siguiente: el cambio tecnológico ha disminuido estructuralmente el consumo de petróleo por unidad de producto; y de esa manera ha reducido acumulativamente la emisión de dióxido de carbono (CO2) que es la causa fundamental del calentamiento de la atmósfera o “cambio climático”.

Esto equivale a afirmar que la lucha contra el flagelo de la época no depende ahora de la adopción de las nuevas tecnologías, sino fundamentalmente del despliegue pleno de un nuevo mecanismo de acumulación fundado en el conocimiento, y no en la intensificación del capital, o el aumento de los insumos, como ocurría en el periodo de la economía industrial.

Las guerras son comprobadamente grandes impulsoras del cambio tecnológico. La tragedia humana que las caracteriza no debe ocultar el hecho de que se convierten en grandes canales de transformación histórica.

Lo fue la del YomKippur en 1973, que en un sentido estricto creó el mundo de nuestra época, fundado en la globalización y en la revolución del conocimiento; y lo será también ahora, y todavía más, con la de Ucrania, que ha estallado en el corazón de Europa, el continente que dio origen al capitalismo.

La guerra en Ucrania es un punto de inflexión en la historia mundial, tanto en el terreno geopolítico y en la creación de un nuevo orden internacional como en la aceleración y salto cualitativo de la tecnología de la información. No hay mal que por bien no venga.

Francisco Villanueva Navas, analista de La Mar de Onuba, es economista y periodista financiero
@FranciscoVill87

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