Por Teresa Gurza.
Tiene toda la razón Donald Trump, al criticar a las empresas de videojuegos por fomentar la violencia y el racismo: “Debemos frenar la glorificación de la violencia en nuestra sociedad. Esto incluye, dijo, los repugnantes y espeluznantes videojuegos, tan comunes ahora”.
Y en verdad debiera hacerlo, porque seguramente los criminales que asesinaron este sábado a 32 personas en Texas y en Ohio, jugaron de niños a tirarle a todo lo que se moviera; y lo mismo hicieron sus padres y abuelos en los años cincuenta, con las primeras consolas que enseñaban a matar monitos de aspecto japonés; y que poco a poco, y logrado el propósito de insensibilizar a los usuarios, inventaron “juegos” más crueles.
Pero lo que el presidente gringo omite, es que ha sido él, con su diario discurso de odio, el principal envenenador de mentes desquiciadas, que tiran a matar.
Él ha atizado más que nadie, el menosprecio a los emigrados pobres; porque los ricos, son recibidos bien en todas partes; así sean negros, hispanos, musulmanes o asiáticos.
¿Es ese mismo Trump, el que ahora pide condenar el racismo y el supremacismo?
¿El mismo que declaró que los asesinos del sábado pasado, tienen “problemas mentales”?
Hay que hacerle entender que los tienen también él y los otros matones que en lo que va del año han dejado en EE. UU. 275 muertos y 103 heridos.
Los más recientes son, Patrick Crusius y Connor Betts, de 21 y 24 años, quienes con trece horas de diferencia y 1574 kilómetros de distancia, abrieron fuego contra gente que hacía su super o disfrutaba la noche, antes de que por sus balas cayeran 31 muertos y 53 heridos.
Crusius, nativo de Dallas, manejó nueve horas y usó el léxico de Trump, para advertir que quería matar tantos mexicanos cómo pudiera.
Para eso, entró la mañana del 3 de agosto al Walmart de El Paso, con un rifle AK-47 y protección para los oídos; asesinó 22 personas, lesionó 24 y se entregó a la policía.
Fue el suyo, un crimen premeditado, anunciado y alevoso; ocho de las veintidós víctimas fatales eran mexicanos.
Y a la impotencia ante la tragedia de esos compatriotas y sus familias, tenemos que agregar la sumisa reacción del gobierno mexicano.
Es indignante que aun en esta situación, el secretario Ebrard haya hecho un agradecido reconocimiento a Trump, “por calificar la matanza de El Paso como terrorismo”.
La noche de ese sábado, Betts balaceó gente que se divertía en un sitio de bares y discotecas de Dayton; usando chaleco antibalas, máscara y un fusil con muchas municiones, alcanzó a asesinar a nueve personas, su hermana entre ellas, antes de ser abatido por los guardias.
Los dos han sido descritos, como individuos de carácter irritable y explosivo, distantes y solitarios.
Crusius, tenía serpientes como mascotas; y Betts, había hecho una lista con nombres de conocidos que deseaba violar y matar.
Cierto que en todos los países del mundo hay locos; y fanáticos que llaman al odio.
Pero da terror, que en EE. UU: el más fanático sea su presidente; y que se pueda adquirir rifles y pistolas, como quien compra hot-dogs.
Incluso pese a la masacre en El Paso, Walmart anunció que seguirá vendiéndolas.
Detrás de todo esto, está la influyente y poderosísima Asociación Nacional del Rifle; integrada por racistas que condicionan su apoyo económico y electoral a candidatos presidenciales y congresistas, a los que exigen dejar tal cual, las leyes a su favor.
Por eso EE. UU. concentra, como informó Jorge Castañeda en el programa Es la Hora de Opinar de este lunes 5 de agosto, el 42 por ciento de las armas del mundo.
Hartos desquiciados, discursos de odio, y facilidad para adquirir armas, integran un cóctel letal que explota a cada rato contra víctimas inocentes.
Trump llegó a la presidencia del que se dice el país más poderoso del mundo, gracias en mucho a sus miserables posiciones racistas; y su ejemplo es para los gringos locos, suficiente aliciente para llevar sus dichos a los hechos.
Estas últimas masacres volvieron a colocar en el debate de la política estadounidense, la venta y posesión de armas.
Es urgente que lleguen a compromisos serios; porque como dijo el expresidente Barak Obama, “mientras no cambiemos nuestras leyes, estas matanzas seguirán ocurriendo”.
Si nada cambia, la proximidad de elecciones intensificará el discurso de odio de Trump contra México, y la vida de nuestros emigrados será de miedo.
Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente
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