A nadie escapa que las actuales circunstancias son excepcionales y penosas. Muchas cuestiones se han visto afectadas, también la universitaria. En un buen número de países las universidades han cerrado sus campus y muchas de ellas, eminentemente presenciales, han tenido que adaptarse rápidamente al entorno virtual. Quien sabe si esa transformación será solo para salir del bache o reconfigurará la propia formación universitaria, lo que parece claro es que está removiendo el amor a la universidad.
Sí, en circunstancias como las actuales brillan de manera especial los flechados por la causa universitaria y, muy a nuestro pesar, también destacan sobremanera los que están enamorados de una universidad a la carta, por decirlo de una manera decorosa. Veamos qué es una cosa y qué es la otra, pues en un asunto tan importante como este no deberíamos confundir churras con merinas.
El amor universitario a la carta
Si en condiciones normales ya hay personas que malinterpretan el amor a la universidad, qué no ha de pasar estos días de desconcierto y confusión. Nos referimos a esos profesores y estudiantes que creen que la universidad debe adaptarse a sus necesidades, gustos y preferencias.
Por supuesto, no hay que confundir a estas personas con aquellas otras que ahora no disponen de los recursos necesarios y solicitan ayuda para poder cumplir con sus tareas universitarias. Sobra decir que a estas últimas hay que asistirlas todo lo necesario y más.
Estamos hablando de individuos universitarios que reclaman una universidad a la carta, ahora especialmente, y eso es algo que suele traducirse como una universidad que actúe según dicta la ley del mínimo esfuerzo. El profesor que en un estado de normalidad ya no se preparaba las clases, podemos imaginar lo que hace ahora, o mejor dicho, lo que no hace; y el estudiante que aparecía y desaparecía por la universidad como el Guadiana, ahora ya ni está ni se le espera. Eso sí, se pondrá en primera línea si oye voces de aprobado general.
No le demos más vueltas, en la universidad, como en tantos otros lugares, siempre ha habido personas interesadas, y ahora se encuentran en un escenario propicio para satisfacer sus predilecciones. Desde luego que nos interesa mucho más el amor universitario sin condiciones.
Amor universitario sin condiciones
Afortunadamente, el número de profesores y estudiantes que aman la universidad sin limitaciones es mucho más elevado que el de las que no. Siempre ha sido así, y es de esperar que se mantendrá la tendencia en el futuro. Tal cosa es fácilmente comprobable cuando las cosas transcurren de un modo normal y también en estas excepcionales circunstancias que estamos viviendo. Sí, ahora disponemos de pruebas de ese amor, demostraciones de cariño, afecto y pasión por la causa universitaria. Señalemos algunas de ellas.
Una declaración del amor a la universidad es la que hacen esos profesores y estudiantes que, entre inconvenientes y dificultades difíciles de sortear, intentan hacer su trabajo de la mejor forma posible, unos tratando de aprender al máximo y otros procurando enseñar de las mejores maneras posibles.
Saben que las cosas se podrían hacer mejor o de otras maneras, pero no hay excusas ni evasivas, aprender mucho y enseñar bien es su propósito y nada les detiene. Su esfuerzo es grande, y no nos equivocamos si decimos que su recompensa será del mismo tamaño. Ya sabe usted que no nos estamos refiriendo a las notas de unos o los aplausos que puedan recibir otros, sino a la satisfacción de ser y estar como universitarios.
Otra manifestación de amor es la de esos muchísimos universitarios que hoy encarnan y dignifican la dimensión social de la universidad. El abanico es amplio, desde estudiantes de ciencias de la salud que se han unido voluntariamente a profesionales sanitarios, hasta científicos que han puesto su conocimiento y tiempo personal al servicio de la investigación y la creación de material que hoy necesitamos, pasando por personal de administración y servicios universitarios que ofrecen su ayuda a quien la necesite, quizá a través de una conversación cariñosa y pausada con quien anda sumido en la tristeza y la angustia, acaso llevando comida a quien no puede conseguirla de manera autónoma.
Razonar en tiempos de coronavirus
Y la última declaración de amor: la de tantos y tantos universitarios que se están poniendo por obra la competencia universitaria por la excelencia, a saber, razonar con criterio, la mente clara y el alma encendida.
Las obras en este sentido también son muchas: incluye la del estudiante que durante estos días no se han dejado embaucar por bulos y falsedades; la de la estudiante que aprovecha el tiempo libre para cultivarse a través de buenos libros, magníficas películas, excelentes canciones y cautivadoras obras de arte; la del profesor que acude a áreas de conocimiento que no le son propias para ver qué se dice allí sobre lo que está sucediendo; la de la profesora que selecciona todo lo que le llega a su teléfono móvil y reenvía solo lo mejor, lo que considera que puede ayudar a su familia y amistades.
En todas esas cosas también hay mucho amor a la universidad aunque no se vea de buenas a primeras.
En fin, que hay muchas almas universitarias pase lo que pase, profesores y estudiantes que andan convencidos de que la búsqueda de verdades, bellezas y bondades no se detiene por muy mal dadas que vengan las circunstancias. O si se prefiere, que hay muchas personas universitarias que cuando se preguntan para qué existe, está y tiene que estar la universidad, cuestión fundamental para Don José Ortega y Gasset, tienen una respuesta válida: ayudarnos y ayudarse a uno mismo para tener un mundo mejor.
Francisco Esteban Bara, Filosofía de la Educación Superior, Universitat de Barcelona. Profesor Agregado del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona. Sus últimas publicaciones son: Ética del profesorado (editorial Herder) y La Universidad Light (Editorial Paidós). Es profesor visitante de diversas universidades latinoamericanas.
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