Un mal columnista

por Eduardo Flores

Soy un mal columnista. Lo sé.

Por lo general la actualidad me parece frívola. Insustancial. Dura lo mismo que un suspiro. Una columna de opinión caduca en su punto final, si no antes. Para el columnista es una muesca más en la culata. Un poco de suerte quizá permita en un futuro improbable una visión de conjunto del discurso personal; uno del que poder arrepentirse con una sonrisa. La actualidad es trivial por efímera. Nada es crucial, como reza el título de una novela de Pablo Gutiérrez que desde estas líneas me voy a permitir recomendar muy mucho.

Tuvieron a bien los algoritmos de la red que yo recibiese, ya desmentido el bulo generado respecto de la edad de la criatura (se decía falso el original, montaje, vaya el improbable a saber), el vídeo denuncia de bullying volcado a lo viral por la madre de un chico australiano aquejado de acondroplasia (enanismo). Así viaja la actualidad.

Esto es: cuando despertó, el dinosaurio no sólo había ido a por tabaco a Wuhan, sino que había enfermado de Coronavirus, se había curado (como se cura una gripe, fitetú) y, finalmente, ja, allí parecía seguir. Así de rápido, la actualidad. Inasible.

Soy, sin embargo, un ávido lector de opinión. No diferencio colores. Es como meterle al mundo un termómetro por el culo. Un mundo que se está calentando, por cierto, tan por encima de nuestras posibilidades que, para 2050 y con motivo de la calentura, se espera superar las cifras de refugiados que generan las guerras que provocamos y de las que asqueamos salpicaduras. Y sin embargo, Siria dejó de ser actualidad incluso antes del primer pepinazo, allá por 2011. El dinosaurio seguía allí.

Es esta afición a leer opinión la que me lleva a intentarlo una y otra vez. A sabiendas de lo mal columnista que soy. De que no voy a mejorar en mi empeño de afilar mi estilete de opinador.

Me cuesta horrores hacerme una opinión sólida de casi cualquier cosa. Por ejemplo: las políticas adoptadas por el gobierno de coalición contra el negocio de las casas de apuestas y el juego. Por momentos caigo en la decepción, otras veces pienso que mejor eso que nada. Y así. Es criticable la venta de humo, tanto como ridícula la compra del mismo. Ya ven que es sumamente difícil cuando no se firman pactos con el demonio que es el partidismo irracional.  

Resulta que la opinión obliga criterio. Se ha de estar muy informado para escribir bueno y bien una columna en la que, desde la más humilde honestidad, expresar un posicionamiento claro que pueda ayudar a un improbable, a su vez, a hacerse una idea clara de los asuntos que se tratan, servir palabras que organicen sus los pensamientos de otras criaturas que prácticamente habitan otro planeta. Es una responsabilidad. Más si cabe cuando te pagan por ello. Y a un columnista con gancho, que no necesariamente bueno, le abonan una buena plata por su plomo. Es, por tanto, exigible la información y la honestidad.

En mis vanos intentos lo hago gratis. Ay.

Pueser que sea tan mal columnista por no haber recibido nunca unas perras a cambio de opinión. Pueser también que someto la información a una cuarentena desmedida, que la opinión llega tarde y no siempre bien formulada. Pueser que la honestidad está sobrevalorada y que, en la mayoría de casos, la plata no es más que solaz para el espíritu. Así de importante es el silencio. Para un modesto observador de gorriones, importa el solaz. No digo que no le vendrían nada mal unas perras.

No decir, por ejemplo, que me parece un error de sistema, cuando no otra decepción, la distancia tomada, entre la parte más izquierdista de nuestra coalición de izquierdas en el gobierno, del feminismo, es importante.

No decir que comprar a ciegas la teoría queer, cayendo de forma estúpida, en la tan traída y llevada trampa de la diversidad, acerca peligrosamente al discurso de las derechas, es importante.

Lo es, creo, porque la evidencia fisiológica de que se nace mujer u hombre es innegable. Así como también es una evidencia que nacer mujer, independientemente de la orientación sexual, todavía coarta la existencia. A día de hoy se podría decir que una de las probables causas de muerte en el mundo sería ser mujer, serlo sin más. Ya sé, ya sé, suena exagerado. Y no por ello menos verdad. De ahí a desgranar en orden de irrelevancia otros aspectos de la vida que afectan a la mujer y no al hombre, la lista de injusticias sigue siendo obscena.

Ninguna causa debería rivalizar con el feminismo. En cualquier caso, serían agravantes. Ni una sola de nuestras banderas políticas debería olvidar el feminismo. La base de todas nuestras igualdades reside en que hombres y mujeres sean las dos caras de una moneda que vale exactamente lo mismo.  

Que existen realidades ultrajadas y estigmatizadas desde el origen de los tiempos, también. Ahí hay otra lucha. Luchemos también. Y salgamos a la calle por ello cualquier otro día que no sea ocho y que no sea marzo.

Soy mal columnista por estos silencios mal dosificados.

Y tantos otros.

Aceptar ser un mal columnista de opinión pesa más de lo que me gustaría. Está entre mis anhelos la capacidad para el fraseo con enjundia colgando de la percha perfecta en el momento preciso.

Ser opinador ojo de lince, qué consuelo pa’ mi deseo.

Ay.


Eduardo Flores, nació en la batalla de Troya. Es sindicalista y escritor. En su haber cuentan los títulos Una ciudad en la que nunca llueve (Ediciones Mayi, 2013), Villa en Fort-Liberté (Editorial DALYA, 2017) y Lejos y nunca (Editorial DALYA, 2018).

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