‘Think tanks’, la diplomacia de las ideas

Biblioteca pública de Boston. Fuente: Pxhere.
Por Diego Mourelle (El Orden Mundial).

Las doctrinas, narrativas o visiones geopolíticas son activos estratégicos determinantes en la política exterior de los países. La proliferación de think tanksen el entorno cambiante de las relaciones internacionales demuestra la creciente necesidad de impulsar ideas y normas para la acción.

Guerra de ideas

Buena parte de la política exterior no consiste más que en la articulación de un conjunto de ideas en torno a las cuales se movilizan una serie de recursos materiales. No obstante, la intangibilidad del pensamiento hace que rastrear las huellas de la llamada “geopolítica de las ideas” haya sido siempre un elemento secundario frente al análisis de las capacidades militares o económicas. En el ámbito militar, podemos medir el poder de los Estados a partir del número de aviones de combate que tienen, la posesión o no de armas nucleares o la cantidad de portaviones. En el terreno económico, nos podemos aproximar a la influencia internacional de un país a partir de medidas más o menos cuantificables como su producto interior bruto, competitividad económica o grado de apertura comercial. En cambio, en el campo de las ideas, la influencia de un Estado en la construcción del tejido imaginativo de la sociedad internacional es mucho más compleja —por no decir casi imposible— de cuantificar.

Pese a ello, nadie pone en duda que las ideas, doctrinas y narrativas en materia de política exterior influyen intensamente sobre el orden internacional. Si no fuese así, difícilmente se podría explicar la vertiginosa proliferación de think tanks en todos los ámbitos disciplinares y geográficos durante la Guerra Fría. Lo mismo cabe decir del auge de ideas fuerza como la teoría del dominó, el telón de acero o la Revolución Cultural maoísta. Sin duda, este período demostró hasta qué punto las ideas son relevantes en política exterior; el mundo bailó sobre la cuerda floja del desastre nuclear como resultado de un enfrentamiento entre dos superpotencias diametralmente opuestas no tanto en términos militares —que también—, sino fundamentalmente desde la perspectiva intelectual.

Prueba de ello es que la caída del Muro no supuso tanto una victoria militar como fundamentalmente ideológica. Se había derrotado al comunismo, no a las fuerzas armadas de Moscú y sus aliados. Con la desmembración de la URSS, Francis Fukuyama hablaba del “fin de la Historia” y Joseph Nye lanzaba su concepto de soft power —‘poder blando’— aludiendo precisamente a la importancia de generar ideas como herramienta para proyectar poder. Si el poder es en esencia un acto de comunicación, la generación de ideas debe ser considerada necesariamente como un activo estratégico para fortalecer la posición internacional de los Estados.

La eclosión de think tanks en materia de relaciones internacionales tras el fin de la Guerra Fría puso de manifiesto la importancia que había adquirido este planteamiento en el siglo XXI. El desarrollo de conceptos y prácticas como la diplomacia digital o la diplomacia pública revelaron la creciente importancia estratégica que poseía una información cada vez más descentralizada, abundante y accesible en todas las fases de elaboración, planificación y ejecución de la política exterior.

Sin embargo, dentro de su enorme amplitud y variedad temática, los think tanksevolucionaron de la mano de esta globalización de la información hacia nuevos espacios de acción que ya no dependían exclusivamente de los Gobiernos. Sus ámbitos de actuación y objetivos se irían ampliando también desde entornos más académicos o distintas esferas de la sociedad civil. Ello favoreció un notable desarrollo de la operatividad transnacional y privada de nuevas entidades no gubernamentales dentro y fuera de las fronteras nacionales. En el mundo occidental, el monopolio estatal sobre los think tanks se había roto o, si acaso, vuelto más complejo, mientras que la hegemonía —especialmente anglosajona— en la producción normativa internacional había conseguido resistir casi intacta durante esta etapa de cambios. O al menos así había sido hasta ahora.

El despegue del pensamiento asiático

Cuando pensamos en cómo se ha narrado y construido tradicionalmente la política internacional en los siglos XX y XXI, resulta fácil comprobar que el mundo occidental ha dominado en la esfera de las ideas. La hegemonía de los think tanksestadounidenses y británicos ha sido durante mucho tiempo un engranaje indispensable para tejer los valores e ideas del sistema internacional liberal contemporáneo. En tanto que herramientas de poder blando o suave, muchas de estas instituciones nunca dejaron de ser una suerte de embajada intelectual de los Estados. Y, pese a los cambios en la distribución del poder internacional que se están experimentando con el ascenso asiático, el dominio de la producción intelectual occidental en materia de relaciones internacionales sigue estando vigente.

Los datos lo confirman: aproximadamente el 55% de los think tanks del mundo se encuentran en EE. UU. o en Europa occidental. Solo en el área metropolitana de Washington D. C. hay más think tanks que en toda la India —cuarto país del mundo en número de este tipo de instituciones—, el estado de Illinois posee el mismo número de think tanks que España y la lista de las diez organizaciones más destacadas internacionalmente está copada por instituciones estadounidenses encabezadas por la Institución Brookings. Quizá resulte menos sorprendente que EE. UU. y Reino Unido ocupen la primera y tercera posición, respectivamente, en número total de think tanks, siendo además los dos países con mayor impacto internacional en la producción de análisis en todos los ámbitos de las políticas públicas. Aunque potencias europeas como Francia o Alemania también cuentan con un posicionamiento sólido que los sitúa entre los diez primeros del mundo y países como España, Austria, Suiza o Suecia se cuelan entre los veinte primeros, el poderío de la dupla anglosajona resulta todavía muy significativo tanto a nivel internacional como en el propio ámbito occidental.

Distribución internacional de think tanks en 2008. Fuente: The Economist

Pero la producción de ideas, análisis, inteligencia y propuestas también es un bien cada vez más relevante para las potencias emergentes en Asia. Ello se constata fácilmente ante el creciente interés de la región por readaptar conceptos occidentales para traducirlos en su versión asiática o, directamente, difundir sus propios conceptos. Cada vez están más extendidas ideas como el Asian way, la economía de mercado con características chinas, y la aparición de proyectos como la Ruta de la Seda, el “diamante de seguridad” o el Indo-Pacífico Abierto y Libre muestran cómo en los países orientales se están desarrollando paradigmas integrales con gran potencial para redefinir la estructura del sistema internacional. Resulta incluso pertinente hablar de un proceso de deslocalización del poder normativo occidental.

En este sentido, el continente asiático es uno de los grandes focos de interés desde el punto de vista de las ideas. Con la entrada en el siglo XXI se ha producido una fuerte expansión —si bien heterogénea en términos de calidad, independencia y distribución geográfica— del número de think tanks en Asia. Esto ha permitido que en la actualidad cerca del 21% de este tipo de instituciones en el mundo tengan su sede en países asiáticos. Estados como Singapur han sido especialmente innovadores en este sector y, pese a no tener un peso absoluto impactante en las clasificaciones internacionales, destacan por quintuplicar la ratio de think tanks por número de habitantes de EE. UU. y poseer una eficacia muy elevada en relación con su peso total. Pero, en términos de influencia absoluta, la brecha de los países asiáticos con los occidentales sigue siendo considerable: mientras los estadounidenses cuentan con más de 1.800 think tanks, China todavía no ha llegado a los 600 y países como Japón apenas rozan los 120.

Think tanks en el sur mundial

En los países del sur mundial —América Latina y África subsahariana— también se ha producido un lento, pero progresivo, avance en la presencia de think tanks. Ambas regiones se han caracterizado históricamente por su exclusión de los circuitos internacionales de producción intelectual, una circunstancia que se refleja en los datos: en América Latina se concentra poco más del 10% de los think tanks del mundo y en África subsahariana la cifra es tan solo del 8,5%. Se da además la circunstancia de que la cantidad en estos casos tampoco se ve compensada por la calidad de las instituciones en términos de repercusión.

Esta tendencia parece haber comenzado a dar los primeros signos de cambio en el siglo XXI. Los países del hemisferio sur han logrado comenzar a reflotar su peso relativo en esta materia. Especialmente sorprendente resulta el caso de Argentina, que logra situarse como séptimo país del mundo en número de think tanks y uno de los más eficientes en términos relativos. Destaca también el incremento de estos centros en países BRICS como Brasil o Sudáfrica, que ocupan ya el 11.º y 12.º puesto, respectivamente. En África subsahariana empiezan a aflorar instituciones como Accord o África 2.0 y en América Latina la presencia de estas entidades también ha dado signos de mejoría en los últimos años.

Sin embargo, gran parte de los países emergentes o en vías de desarrollo en estas regiones siguen presentando importantes debilidades en lo que respecta a su producción de políticas públicas o ideas a nivel internacional. Una de las más significativas es lo limitado de su ámbito de influencia, circunscrito a su entorno regional. Esto es especialmente cierto en el caso africano. En el caso de América Latina, la dimensión de estas instituciones suele limitarse estrictamente al ámbito universitario, por lo que sus efectos suelen tener una dimensión más académica que práctica sobre la formulación de ideas para la acción.

Ideas para la acción

Los think tanks de política exterior son agentes con una gran relevancia en la producción de activos intelectuales, pero sus funciones no son meramente teóricas o especulativas. Su objetivo es influir; buscan producir efectos concretos, crear opinión o proponer políticas públicas. Son híbridos entre la academia y la función pública, bisagras que tratan de aunar teoría y práctica para comunicar, pero especialmente para impulsar decisiones. Estas entidades no son uniformes ni se organizan necesariamente de las mismas formas. Pero todas tienen en común su voluntad de contribuir a la formación del debate público, a la proyección de ciertos relatos y narrativas y la generación de conocimientos e ideas con utilidad práctica.

No en vano, la información es el oro negro del siglo XXI. Las propuestas y narrativas sobre política exterior operan, por tanto, bajo un régimen de competencia en el mercado de las ideas. La competición por seducir, atraer o crear marcos cognitivos funcionales para la satisfacción de los objetivos de la política exterior es una dimensión ligada necesariamente a las relaciones internacionales. La diplomacia de las ideas es un imperativo en las sociedades del conocimiento. Quien construye el relato o influye en la construcción de los conceptos tiene una ventaja competitiva sobre el resto, porque fija los parámetros de acción a su conveniencia. No es lo mismo hacer las reglas que seguirlas. De ahí la competencia normativa e ideacional entre países: ¿acaso no era este el elemento subyacente al tradicional rechazo chino a conceptos como la responsabilidad de proteger, que para Pekín suponían una amenaza al principio de no injerencia en asuntos internos de terceros países?

Los think tanks también han demostrado su capacidad de influencia en los decisores de la política exterior, especialmente en el caso estadounidense. Bill Clinton, por ejemplo, aseguró que su política hacia los Balcanes en los 90 se vio muy influida por el libro Fantasmas balcánicos, de Robert Kaplan, mientras que su sucesor, George W. Bush, optó por invadir Irak en 2003 en un contexto de importantes campañas de presión realizadas desde think tanks, como el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense, vinculado al movimiento neoconservador. En la actualidad, en plena guerra de la desinformación, resulta interesante observar cómo think tanks de la derecha conservadora, como la Fundación Heritage, operan como engranajes ideológicos importantes en la articulación y promoción de la política exterior del presidente Trump.

Red de think tanks en EE. UU. El color rojo identifica a los conservadores; el azul, a los progresistas, y el morado, a los que combinan elementos de ambos. Fuente: Think Tank Watch

Los think tanks pueden llegar a ser instituciones muy influyentes, aunque con lógicas complejas, dinámicas y variables. Son por ello verdaderos talleres para la construcción de los paradigmas narrativos e intelectuales que diseñan nuestra comprensión del mundo: desde el choque de civilizaciones hasta el sharp power, pasando por las guerras híbridas, los conceptos describen y crean realidades. Y, como la realidad social puede llegar a ser una quimera, el interés creciente por este tipo de entidades no deja de evidenciar que muchas veces, como señalaba Henry Kissinger, lo que se perciba como verdadero puede llegar a ser incluso más determinante en relaciones internacionales que la propia verdad.

Diego Mourelle

Vaduz (Liechtenstein), 1995. Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en política exterior y seguridad internacional en la Unión Europea y Asia-Pacífico. Opositor a la carrera diplomática de España.