A muchas personas les preocupa el problema del clima, desde investigadores a activistas. Sin embargo, el clima es un esquema intelectual humano que no existe en la naturaleza. Allí solo es real el tiempo atmosférico: sequías, inundaciones, fríos y calores, huracanes, tifones, tornados, rayos y relámpagos.
El clima es la estadística de todos estos fenómenos y no existe, de la misma forma en la que no existe el “estudiante promedio”.
Viajemos hasta cualquier zona del planeta, por ejemplo Almería. Esta fue deforestada en el siglo XIX y hoy llueve poco. Decimos entonces que su clima es “seco”, de la misma forma que podríamos establecer que la nota media de un instituto es 8.
La Tierra es esférica y su eje de giro está inclinado; además, oscila con al menos tres escalas distintas de tiempo. Por eso hay en ella regiones que están siempre frías y otras que están siempre calientes. Al menos, durante los últimos 4 000 años.
Esas regiones han cambiado sus temperaturas y lluvia en periodos de tiempo mucho más largos por, entre otras causas, el movimiento de los continentes y las concentraciones de gases como el CO₂, el metano (gas natural) y el vapor de agua, entre otros.
Los cambios anteriores a 1800 ocurrían por causas naturales: volcanes, variaciones del eje de giro de la Tierra y la actividad solar.
En estos últimos 200 años hemos añadido una causa humana: la quema de combustibles fósiles. La diferencia con las causas naturales es su enorme rapidez y persistencia: un volcán inyecta polvo y otras sustancias a la atmósfera, pero estas se mantienen dos o tres años como máximo.
Los gases procedentes de los combustibles fósiles que emitimos de forma continuada y creciente desde 1800 aguantan en la atmósfera más de 120 años.
La vida se puede adaptar a los cambios en las condiciones exteriores. Hay vida en zonas sulfurosas, a grandes profundidades del mar y del suelo, a grandes y bajas temperaturas. Pero necesita mucho tiempo para hacerlo, pues las mutaciones son muy lentas. Por eso pensamos que la extinción de los dinosaurios fue debida a a alguna causa muy rápida, como un meteorito.
La civilización humana no tiene esa capacidad de adaptación. Tenemos registros de muchas civilizaciones que han desaparecido del planeta. El problema es, ¿queremos que lo haga la nuestra?
La temperatura media global aumenta
Se mide el cambio del clima mediante otra variable que no existe en la naturaleza, que es una creación humana: la temperatura media global. Como su nombre indica, es la media de las temperaturas del aire a dos metros del suelo, medidas cada pocos minutos en 40 000 estaciones meteorológicas repartidas por todo el mundo, a lo largo de los 365 días del año.
Es el equivalente de la nota media de todos los estudiantes de matemáticas de todos los colegios del mundo.
La temperatura media global sube si el planeta retiene más calor, y baja si irradia más hacia el espacio. Al mismo tiempo, dependiendo de como repartan la energía los océanos, el planeta perderá más o menos de ese calor y variará su media.
Otra causa muy importante de las variaciones de la temperatura media global es la cantidad de hielo en las latitudes altas. Mucho hielo implica mucha reflexión de la energía que llega del sol a la Tierra, que rebota de nuevo hacia el espacio. Poco, significa que una parte mayor de esa energía se absorbe por la superficie del planeta, lo que aumenta la media global.
Los fenómenos meteorológicos dependen de cómo se muevan las masas de aire de la Tierra, en unas capas verticales entre 0 y 15 000 metros de altitud.
Veamos un ejemplo:
Cuando el mar Mediterráneo estaba muy caliente a finales de agosto y principios de septiembre de 2019, entró sobre España una masa de aire frío a unos 8 000 metros de altura. Entonces el vapor de agua salido del mar caliente como de una taza de caldo hirviendo, se condensó en contacto con el aire frío. El vapor se convirtió en agua que cayó, en cientos de litros por metro cuadrado en pocas horas, sobre Almería, Murcia y la Comunidad Valenciana.
A partir del día 10 de diciembre de 2019 los vientos sobre España procedían del Atlántico norte, pero se habían desplazado durante parte de su trayectoria sobre la muy cálida corriente del Golfo. A pesar de ser invierno, esos vientos se mantenían a una temperatura de unos 6 ⁰C, inyectado nubes, alguna lluvia, vientos y oleaje en las costas.
La trayectoria e intensidad de los vientos a nivel del suelo en las latitudes “templadas” (europeas) depende de la trayectoria de los vientos en una capa entre 6 000 y 10 000 metros de altura (el chorro polar o simplemente el “chorro”). Esta trayectoria y su intensidad dependen a su vez de la diferencia de temperatura entre el ecuador y el Polo Norte.
La temperatura media global determina la del Polo Norte, pues la temperatura del aire en la zona intertropical apenas varía. Por ello, un aumento de 1 ⁰C en la temperatura media global supone un aumento de unos 10 ⁰C en las zonas polares, lo que provoca un cambio radical en las trayectorias de los vientos y las masas de aire.
Una de las regiones que más depende de esas trayectorias es, como hemos visto, la península ibérica, pues está en la zona crítica de máxima velocidad del “chorro”.
Si la diferencia de temperaturas entre ecuador y Polo Norte es grande, el “chorro” se mueve como un río con gran diferencia de altitud entre aguas arriba y aguas abajo, casi sin meandros.
Si la diferencia es pequeña se establecen grandes meandros que significan grandes cambios en las masas de aire que entran en Portugal y España. Esto se traduce en grandes cambios del tiempo atmosférico, y un tiempo extremo.
Un aumento de la temperatura de las zonas polares deshiela las tundras canadiense y siberiana, y esto permite que se desprenda mucho metano, que retiene mucha más radiación que el CO₂. El resultado es que aumenta aun más la temperatura media global.
Este mismo aumento hace que los glaciares de las montañas de Groenlandia no se fundan, sino que resbalen hacia el mar. Esto provoca un aumento del nivel del mar adicional a la expansión térmica del agua. La amenaza para la vida en las costas es clara y evidente. Si se quieren poner diques a la manera holandesa, se precisa muchísimo hormigón, y esto genera aún mas emisiones de gases.
¿Más coches diésel o más riqueza?
Debemos parar esa subida de la temperatura media global. Podemos hacerlo, pero las noticias no son buenas. Los fabricantes de coches españoles nos dicen que el año que viene se venderán más coches diésel. No podemos seguir así.
Tenemos en nuestras manos toda la tecnología necesaria para invertir la tendencia al calentamiento. Es de esperar que, al menos en España, se ponga en marcha con fuerza y rapidez. Esto no solo frenará el aumento de temperatura, sino que nos proporcionará riqueza.
Antonio Ruiz de Elvira Serra, Catedrático de Física Aplicada, Universidad de Alcalá
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