En su investidura como presidente del Parlamento Europeo, David María Sassoli recordó que “la UE no es un accidente en la historia”.
Y añadió: “… y nosotros somos los hijos y los nietos de los que encontraron el antídoto contra la degeneración nacionalista que envenenó nuestro pasado”.
Algo más de seis meses después, Sassoli podría seguir sosteniendo, quizás, ambas afirmaciones. Pero, tras el fiasco del Consejo Europeo del pasado marzo, creo que su discurso adoptaría un tono mucho más agresivo. Sobre todo, para recriminar las posturas nacionalistas que han resurgido en la UE a raíz de la COVID-19 y de la clara división que existe, además de su inoperancia.
Crece la desafección hacia la UE
En los últimos años ha crecido el desapego de los ciudadanos de bastantes países comunitarios hacia la Unión (incluida España). O, hacia ‘Bruselas’, si deseamos simplificarlo. Los datos son claros: la confianza y adhesión a la UE han caído, como media, por debajo del 50% y en la última década la pregunta “¿Para qué nos sirve la UE cuando tenemos problemas?” se plantea cada vez con más frecuencia.
Las razones de este giro se atribuyen, esencialmente, a las posturas adoptadas por la Comisión y el Consejo Europeo durante la crisis financiera, al aumento de las desigualdades que se ha producido en varios países, a la incapacidad de aunar posiciones sobre las migraciones y, sin agotar la lista, a los recientes debates sobre el nuevo presupuesto europeo 2021-27. En los países del Sur ha caído claramente el apoyo a la UE y donde no lo ha hecho es, sobre todo, en las naciones que más se benefician del libre comercio que les ofrece la Comunidad, como Holanda, Dinamarca, Finlandia y la propia Alemania. Sólo defienden sus intereses.
Thomas Händel, presidente de la comisión de Empleo y Asuntos Sociales del Parlamento Europeo, señaló recientemente que “necesitamos desmentir la creencia de que una unión económica y monetaria puede funcionar y sobrevivir sin una unión política”. Sin embargo, cuando los presidentes de los gobiernos se reúnen, surgen discrepancias que retrasan cualquier acuerdo conjunto, como sucedió en el caso de los inmigrantes, o ahora con el Covid-19.
El norte europeo y algunos países del centro (Austria) niegan su solidaridad. Alguno se permite incluso insultar a los países del sur, como hizo y ha vuelto a hacer el presidente holandés. Y otros centran su objetivo en reducir el Presupuesto comunitario, ¡que apenas supera el 1% del PIB europeo total!, recortando la ayudas a la agricultura y las políticas de cohesión.
Realizaciones concretas y solidaridad, bases para la construcción europea
No es tranquilizador comprobar que el euroescepticismo crece liderado por políticos populistas y alimentado por el descontento de las clases medias y las más pobres. ¿Cuántos ‘Brexit’ pueden impulsar estas actitudes si no se produce un cambio?
Robert Schuman, uno de los padres fundadores de las Comunidades Europeas, subrayó en uno de sus discursos:
“Europa no se hará de una vez, ni en una obra de conjunto. Se hará gracias a realizaciones concretas que generen, en primer lugar, una solidaridad de hecho”.
Más de 60 años después esa ‘solidaridad’ está en el trastero de la UE. Se resquebrajó seriamente durante la última crisis. El papel que desempeñó la UE y las políticas de austeridad han sido el mejor caldo de cultivo para que los nacionalismos resurgieran con fuerza.
Ahora, con la COVID-19, la situación puede agravarse más, no sólo desde el punto de vista sanitario y del ‘sálvese quien pueda’ en la obtención de material sanitario, sino por el inmediato incremento del desempleo y unas perspectivas económicas que pueden superar claramente a la crisis anterior.
Ante esto, la falta de apoyo a los países más afectados por la epidemia, la negativa a considerar la propuesta de eurobonos, ha dado una vuelta de tuerca a la desafección preexistente y, peor todavía, puede impulsar la búsqueda de soluciones nacionales frente a la exigencia de solidaridad que proclamaron Schuman, Monnet, Adenauer y De Gasperi.
Un paso insuficiente, aunque en la buena dirección
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha impulsado, por fin, una medida que marca un posible cambio, si la acompañan otras. Se trata de la aprobación de un fondo de 100 000 millones de euros para reforzar los seguros de desempleo comunitario de los países donde el paro crezca más. La cifra es pequeña (¡somos 27 países!), pero quizás pueda incrementarse. Aunque falta todavía que los países comunitarios (¡todos!) otorguen una garantía de más del 25% para que la Comisión pueda captar financiación para dicho fondo a escala internacional.
Por otra parte, esta misma semana el Eurogrupo debatirá y puede aprobar nuevas medidas. Entre ellas, concretar la línea de crédito prevista a través del MEDE (el fondo de rescate creado en 2012) y que el Banco Europeo de Inversiones (BEI) participe en un plan de apoyo crediticio de alrededor de 40 000 o 50 000 millones de euros para financiar operaciones con elevado riesgo. Todo ello pendiente de que el Consejo Europeo lo respalde.
Si esto ocurre, empezaríamos a comprobar que, en Bruselas, pero sobre todo por parte de los países más reticentes, se empieza a reaccionar con más energía y que el principio de solidaridad contribuirá a reducir la desafección hacia la Comunidad (“¿Para qué queremos la UE?”). En todo caso, creo que, lamentablemente, el riesgo de que la UE se resquebraje es bastante real. De hecho, hay ya algo más que síntomas.
Juan R. Cuadrado-Roura, Catedrático de Economía Aplicada. Director del Doctorado en CC. Jurídicas y Económicas, Universidad Camilo José Cela
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