por Alicia García
Los rastafaris, lejos de ser una comunidad religiosa apolítica, como muchas veces se los presenta, poseen una Historia de lucha y orgullo afrodescendiente pionero en la Jamaica del siglo XX. Esta comunidad agitó las conciencias no solo del Caribe, sino del mundo entero a ritmo de reggae.
Cuando hablamos de rastafaris, siempre se nos vienen a la cabeza reggae, Bob Marley, rastas y una neblina de marihuana. Aunque es cierto que esta imagen es la cara más conocida de la cultura rasta, pocas veces se habla de su lado más político: una comunidad religiosa que desde sus inicios en los años 30 en la isla caribeña de Jamaica luchó contra la represión y la desigualdad de los afrodescendientes jamaicanos y, sobre todo, por la recuperación de la memoria histórica de los esclavos deportados a América.
Para entender los orígenes de este movimiento tan mitificado en el que religión y música se confunden, hay que situarse en la Jamaica de las primeras décadas del siglo XX, por aquel entonces una colonia británica. La esclavitud había sido abolida en 1838; sin embargo, esto no se había traducido en una mejora de las condiciones de vida. La explotación a la que se veían sometidos los negros, especialmente en las áreas rurales, era brutal, una situación que se repetía tanto en el Caribe como en el resto del continente americano.
Garvey, el padre del rastafarismo
En otros puntos del mundo ya se habían organizado diversos intentos por unir a los afrodescendientes, como el primer Congreso Panafricano de Londres de 1900, con un lema muy claro: “África para los africanos”. En este contexto de un movimiento negro primigenio es donde Marcus Mosiah Garvey, el verdadero inspirador del ideario rastafari, comenzó a adquirir sus ideas. El joven jamaicano, nacido en 1887, había organizado huelgas con el sindicato de imprentas; poco más tarde, crearía la más importante de las organizaciones negras en EE. UU. hasta el momento: la Asociación Negra Universal por la Mejora. Gracias a esta organización, Garvey comenzó a lograr difundir un sentimiento de orgullo e identidad negros; solo mediante la unión de todos los afrodescendientes en torno a la idea de un África libre, esa tierra arrebatada, lograrían acabar con la desigualdad racial. No obstante, a los pocos años el jamaicano entendió que para construir una “nación negra” y lograr una verdadera emancipación no bastaba solo con difundir ideas: había que enfrentarse a los monopolios económicos blancos.
Para poder generar una independencia económica, Garvey comenzó a construir en EE. UU. una asociación de negocios negros, la Corporación de Fábricas Negras, donde estaban inscritos numerosos comercios a pequeña escala, el periódico Negro World o lo que sería la joya de la corona: la Línea Estrella Negra, una compañía marítima que buscaba aumentar el comercio con África. Cuando el proyecto de autosuficiencia económica llegó a presentar un peligro grave para los capitales blancos, decidieron acabar con la meteórica carrera de Garvey en EE. UU. y lo deportaron a Jamaica, donde siguió su labor de agitar conciencias, lo que le valdría una nueva deportación a Londres, lugar en el que, finalmente, la persona que había logrado despertar y unir la conciencia negra moriría en el anonimato. No obstante, su grito de “Un objetivo, un dios, un destino: África” ya había calado internacionalmente.
De culto religioso a germen del orgullo negro
La Jamaica a la que llegaron los ecos de las ideas de Garvey no se caracterizaba por tener un movimiento obrero o racial organizado, más allá de insurrecciones puntuales, pese a que la población negra —que representaba más del 90%— eran ciudadanos de segunda clase. En este contexto, necesariamente, el único foco de resistencia que comenzaría a surgir estaría íntimamente ligado a las únicas comunidades organizadas de negros que se permitían: las iglesias cristianas. Cuando los esclavos jamaicanos fueron obligados a cristianizarse, muchos pastores negros trajeron las doctrinas de la Iglesia copta etíope, la única que mantenía unas raíces africanas y que, por lo tanto, les permitía recuperar y aprender sobre la Historia de los negros, que hasta entonces se les había negado. De esta manera, muchos jamaicanos accedieron a la Historia de Etiopía o África —en muchas ocasiones, se identificaba el país con todo el continente— y poco a poco fueron construyendo una idea de tierra prometida en torno a este país.
Si a esto le sumamos que Garvey había profetizado que el día en que se coronara a un rey negro en África la redención de los negros estaría cerca y, poco tiempo después, en 1930, Haile Selassie se convertía en rey de nada menos que Etiopía, el país señalado, se entiende que una comunidad de estos cristianos coptos creara un movimiento que trascendía lo puramente religioso y ponía la emancipación negra en el centro: el rastafarismo. Selassie se convirtió en seguida en una deidad en la Tierra. Para muchos representaba la prueba viviente de que un poder negro podía plantar cara al imperialismo blanco en África. De ahí que el movimiento tomara el nombre original del propio Selassie, Ras Tafari, e incluso hubiera intentos de rastafaris de ir a luchar a Etiopía para defenderla de la invasión italiana.
Poco a poco, las iglesias ligadas a los rastafaris fueron el epicentro de muchas de las revueltas que se dieron durante estos años en Jamaica. Por ejemplo, la huelga más importante de la década en 1938, que logró una leve mejora de las condiciones de trabajo en las plantaciones, tuvo su origen en la parroquia de Saint Thomas, históricamente ligada a los rastas. Por esta y otras confrontaciones, no solo fueron perseguidos por las autoridades jamaicanas, sino que se los presentó como un movimiento de lunáticos, vagos e insubordinados que las clases negras asimiladas debían evitar. Lejos de esta imagen, los rastafaris fueron desarrollando poco a poco toda una filosofía y conciencia social más allá de la unidad africana de Garvey. Con el nombre de Babilonia identificaron las sociedades coloniales en las que el negro estaba oprimido; de ahí que todo lo que representaban estas sociedades fueran elementos que rechazar: el imperialismo, un modelo de vida capitalista y la violencia. Apostaron por un estilo de vida respetuoso y saludable como vegetarianos y sacralizaron la marihuana o ganja como planta sagrada, pero también defendieron la criminalidad de la homosexualidad o la completa relegación de la mujer a un segundo plano.
La huida de Babilonia
Ante una situación en la que los rastas ocupaban el último escalafón social de toda Jamaica, la única opción que encontraron en estas primeras décadas para enfrentarse a Babilonia antes del esperado retorno a África fue huir de una sociedad que los maltrataba creando sus propias comunas. En 1940 se construyó la comuna Pinnacle, donde convivieron más de 1.500 rastafaris jamaicanos. Este oasis rasta fue el lugar donde su expresión cultural se consolidó y adquirió los rasgos conocidos por todo el mundo en la actualidad: comenzaron a dejarse rastas a imagen de los guerrilleros keniatas Mau Mau, que luchaban contra los colonizadores británicos; se desarrolló el lenguaje iyárico o dread, una alteración del léxico jamaicano criollo, y musicalmente recuperaron ritmos e instrumentos africanos.
A pesar de este intento de desconexión, la comuna era objeto de numerosas redadas bajo la ley antidroga y, finalmente, en 1954, terminó por ser desalojada violentamente y sus miembros se vieron obligados a trasladarse a los guetos de las grandes ciudades, especialmente Kingston, donde no fueron recibidos con los brazos abiertos. Desde estos nuevos poblados chabolistas los rastafaris recibían las noticias de las luchas anticoloniales que estaban teniendo lugar en África o en la cercana Cuba; sin duda, era una señal de que la profecía sobre el retorno a África se acercaba. De hecho, cuando en 1958 se organizó la primera y última convención universal rastafari, muchos de los asistentes llegaron a pensar que tras el encuentro se irían a Etiopía y vendieron todas sus posesiones. El regreso nunca llegó a ocurrir.
Las revueltas que alimentaron el reggae
Si la década de los 50 fue especialmente dura en términos de represión, los primeros 60 no mejoraron las cosas. Tras la independencia de Jamaica de la colonia británica en 1962, todas las esperanzas en un cambio de la situación social, especialmente de los negros de los guetos jamaicanos, se vieron pronto frustradas. Con un paro de un 26% y la perpetuación de una sociedad racista, la única salida política que vieron muchos afrodescendientes fue el rastafarismo, los únicos que reproducían un discurso de conciencia negra similar al que existía ya en Estados Unidos con el Movimiento por los Derechos Civiles, la Nación del Islam o Malcolm X. Quien trajo a Jamaica los ecos de estos movimientos fue un joven profesor universitario negro, Walter Rodney. Además de insistir en la idea de Garvey de que era necesaria una autonomía económica, Rodney defendió que, antes que luchar por la vuelta a África, los negros tenían que liberarse en la propia Jamaica. “Liberación antes que repatriación” fue su lema.
La base teórica que proporcionó Rodney a la filosofía rasta la convirtió en algo mucho más robusto y masivo y, por lo tanto, también más peligroso. Por ello, el Gobierno jamaicano le prohibió la entrada a la llegada de uno de sus viajes en 1968, lo que desató unas revueltas en su nombre. Poco antes, el alzamiento de Coral Gardens, una revuelta surgida tras el desalojo de una barriada rastafari para la construcción de un hotel, también había puesto en jaque al Gobierno durante 21 días y se saldó con ocho muertos y cientos de heridos. Esta serie de enfrentamientos llegaron a poner en grave riesgo la gobernabilidad de la isla. Lo que estaba en juego no era ya la demolición de unas casas o una deportación, sino la situación de hostigamiento continuo a la que se veía sometida una parte de la comunidad jamaicana cada vez más importante.
A partir de estos disturbios, las autoridades jamaicanas entendieron el peligroso potencial de los rastafaris y la conveniencia de mantenerlos pacificados. La visita oficial de Haile Selassie el 21 de abril de 1966 fue una concesión del Gobierno para calmarlos. La llegada de este mesías negro fue una auténtica revolución en la isla: más de 100.000 personas fueron a recibirlo al aeropuerto y tuvo el efecto contrario al deseado para el Gobierno. En lugar de apaciguar a los rastas, a partir de esa visita el movimiento fue imparable y el Gobierno tendría que virar sus políticas para no quedar fuera de juego. En adelante, las campañas políticas se harían a ritmo de reggaee incluso en los programas políticos se mencionaba una posible repatriación a África.
La extensión del rastafarismo
En los 70 el reggae reventó todas las radios de Jamaica y del mundo entero y, gracias a ello, las ideas rastas llegaron hasta todos los rincones. Las alabanzas a Yah —abreviación de Yavé—, el retorno a África o las inquietudes y el descontento de la población negra se escuchaban como nunca. La música pasó a ser vehículo de toda esa politización a escala mundial. Más allá del famoso “Stand up for your rights” de Marley —verdadero referente del movimiento en la actualidad y autor de numerosos himnos del reggae—, estaban el We should be in Angola de Pablo Moses o la portada de los Mighty Diamonds para Stand up to your judgment con unos guerrilleros rastas armados con lemas como “Muerte al capitalismo”, “Muerte a los colonialistas ingleses”, “Muerte a los imperialistas yanquis” o “Muerte a los maoístas”. Pese a representar una pequeña comunidad en una isla caribeña, los rastas estaban marcando el ideario político a escala mundial de toda una generación.
En el resto del Caribe, las ideas rastafaris llegaron también gracias al reggae. En las cercanas islas caribeñas de habla inglesa, las ideas antiimperialistas y de justicia social para los negros se hicieron muy populares, no así tanto las ideas de repatriación y deificación de Selassie. De hecho, los rastafaris tuvieron un papel —pocas veces mencionado— en las revoluciones de las islas de Granada y Dominica en 1979 y 1981, respectivamente. En la diminuta isla de Granada, dos tercios del Ejército Popular de Liberación que logró derribar al dictador Eric Gairy en 1979 lo componían rastafaris; más tarde, el revolucionario Maurice Bishop los marginaría de los futuros Gobiernos de la isla. En Trinidad también trataron de llevar a cabo su propia economía de autosuficiencia e independencia de los grandes monopolios con el cultivo de la marihuana, y fueron los rastas quienes desde las islas de Monsterrat, Nevis, y San Vicente se opusieron a la venta de la cadena de islas de las Granadinas a inversores privados.
El movimiento rastafari en la actualidad
Curiosamente, no fue la desaparición del adorado Selassie en 1975 lo que marcó el declive del reggae y, con él, de la presencia rasta en el panorama internacional, sino la muerte en 1981 de Bob Marley, el rastafari más famoso de la Historia. Actualmente, el movimiento ha cambiado algunas de sus consignas originales debido a su gran heterogeneidad; por ejemplo, ya no existe tanto énfasis sobre el regreso a Etiopía, pero sí sobre el panafricanismo y la recuperación de una memoria y unidad afrodescendiente. Asociaciones rastafaris como la Organización Rastafari del Caribe han tenido un rol vital en materia de memoria y reparaciones durante el esclavismo y el periodo colonial; de hecho, se encuentran entre los impulsores de una iniciativa para que la Caricom, organización regional caribeña, inicie los trámites para demandar a las antiguas colonias y exigir reparaciones.
Sin ir tan lejos, los esfuerzos rastafaris buscan también justicia para sucesos más recientes, como el caso de Coral Gardens o las masacres que siguieron a la ley contra los rastas de 1974 en Dominica. Pero, más allá de estas cuestiones concretas, la comunidad rastafari sigue su camino ajeno a las políticas de Babilonia reclamando únicamente la legalización de la marihuana. El movimiento que en sus inicios impulsó la conciencia negra tanto en Jamaica como en el resto del Caribe ha perdido en gran medida ese carácter de lucha y hoy en día no tiene una voz predominante frente a la pobreza, la violencia o el racismo que siguen asolando las islas caribeñas.
Alicia García Madrid, 1994. Analista de El Orden Mundial. Graduada en Ciencias Políticas por la UCM y Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Sussex. Interesada en migraciones, seguridad internacional y procesos de paz, pero, sobre todo, en escribir sobre aquellas realidades menos mediáticas.