“¿Qué va a ser de nosotros?”, la cultura frente a una enésima crisis

Ha llegado el momento de responder a una pregunta: ¿es la cultura un bien esencial? ‘Instituciones’ como el Cirque du Soleil (en la imagen, uno de sus espectáculos), afectado por la crisis sanitaria, anunció recientemente el despido temporal de miles de empleados. (Foto: Cirque du Soleil)
por José Fajardo

 

 

La COVID-19 ha desatado una crisis que afecta a todo el planeta pero, igual que el virus se ha cebado con especial virulencia en las comunidades más desamparadas, el daño que va a ocasionar en la cultura se reparte con brutal desigualdad. El arte y el entretenimiento lideran en Europa (tan sólo detrás de la restauración, según Eurostat) el índice de los sectores que correrán más riesgo por esta crisis, poniendo en peligro a más del 40% de los puestos de trabajo.

Los que más sufrirán no son las grandes estrellas del cine, la música o la literatura, sino los trabajadores anónimos de la cadena laboral. Sometidos a la precariedad de un sector que ya estaba en riesgo antes de la pandemia, se preguntan: “¿Qué va a ser de nosotros?”.

Es lo que intenta adivinar la veintena de profesionales consultada para este reportaje. Todos coinciden, sin importar su especialidad, en dos ideas: que la cultura “siempre ha estado en la cuerda floja” y que han sido “los primeros” en sufrir las consecuencias del virus pero serán “los últimos” en recuperarse.

La mayoría cree que las autoridades de sus países “no tienen un plan de salvamento específico”, lamentan “la incertidumbre” y presagian que la crisis irá más allá del periodo de confinamiento: algunos sitúan para la segunda mitad de 2021 el regreso a “una cierta normalidad”, pero prácticamente todos piensan que ya nada volverá a ser igual.

El miedo del público/consumidor al contagio de un virus sigiloso, la imposición del distanciamiento social y la crisis económica que traerá consigo la pandemia van a obligarles a cambiar su modelo de negocio.

“Primero la vida y después el cine”

No ha sido hasta que la emergencia sanitaria se ha ido controlando cuando desde los Gobiernos han empezado a pensar soluciones para que no desaparezca un sector, el de la cultura, que aporta millones de empleos y un porcentaje considerable al PIB nacional (un 3% de media en el mundo, según la Unesco).

“Primero la vida y después el cine”, dijo en abril el ministro de Cultura de España, el socialista José Manuel Rodríguez Uribes, en un desafortunado guiño a Orson Welles que desató la indignación en todos los ámbitos. Organismos como la Unión de Actores, el sindicato de Artistas Líricos o la federación Es Música pidieron una reunión para explorar ayudas inmediatas.

En este país, el Gobierno aprobó cierta reducción de impuestos para autónomos y ERTE para las empresas, un expediente de regulación temporal de empleo que incluye subvenciones públicas. Pero el sector sigue ahogado, muchos trabajadores (como los técnicos de espectáculos o auxiliares) ni siquiera pueden beneficiarse de las ayudas porque no están reconocidos como artistas, según denuncian desde la APM (la asociación de promotores musicales).

Los afectados señalan ejemplos de políticas culturales que se están haciendo bien, desde Francia (un país tradicionalmente proteccionista con sus creadores) hasta Suecia (que ha seguido celebrando conciertos), pasando por Alemania (con un confinamiento menos restrictivo que el español) y Portugal (donde el Gobierno se ha comprometido a que no se pierda el dinero público que invirtió en eventos que no se podrán celebrar).

“Si la gente pierde sus trabajos también será una emergencia. No podemos esperar a que los políticos nos salven”, dice Lorena Jiménez, una de las impulsoras de la iniciativa #SomosMúsica a la que se ha adherido una buena parte del ecosistema de la música española. La idea: estimular el debate y apoyar a los ‘invisibles’ del gremio: producción, montaje, técnicos de sonido, fabricantes de discos…

El trabajo de esta promotora desde su empresa La Trinchera está basado, como gran parte de la industria de la música en España, en el directo. Los grandes festivales españoles, un filón turístico que genera (en este y otros países) cuantiosos ingresos para las ciudades (por el gasto en hoteles, restaurantes y supermercados), han ido anunciando su cancelación hasta 2021 como si fueran fichas de dominó que caen una tras otra.

Para el argentino Agustín López “este es el momento de formar un lobby fuerte para poder negociar con las instituciones”. Trabaja en Industria Works, una empresa con presencia en varios países que supo adelantarse a la crisis actual que atraviesa la música en directo diversificando sus fuentes de ingresos entre editorial, gestión, publicidad o tecnología.

El problema de la música es que apenas cuenta con sindicatos fuertes que integren a todos los ámbitos de la profesión, muchas veces con intereses enfrentados. “Ahora más que nunca debemos unirnos, es la única forma de sobrevivir para los que trabajamos al margen de las grandes compañías”, piensa la colombiana Alejandra Gómez, mánager de bandas como Frente Cumbiero y propietaria del sello Biche.

Ella misma reconoce que hasta ahora había enfocado el crecimiento de sus grupos en el mercado internacional, pero esta nueva realidad le ha animado a reorientar su trabajo para “concienciar a las audiencias locales”, tejiendo asociaciones y lanzando campañas para consumir música de los artistas independientes de su país.

En esa misma línea va el argumento del agitador cultural cubano Rafa G. Escalona, director del magazine musical AM:PM. “Los artistas se han dado cuenta durante la cuarentena del poder de compartir sus trabajos en redes sociales y apostar por narrativas contemporáneas como el podcast, espero que esa explosión de creatividad siga en Cuba cuando pase el virus”.

Ninguno se atreve a adivinar cómo será el futuro pero lo que es seguro es que, al menos en el corto-medio plazo, las restricciones harán que sea inviable mantener el modelo antiguo basado en gran medida en los macrofestivales.

“Si te obligan a reducir el aforo a un tercio y tienes que bajar el precio de las entradas porque con la crisis a muy pocos les va a sobrar el dinero, ¿cómo haces para que sea rentable un concierto? Toda la cadena se verá afectada: los cachés de los artistas, el dinero para las salas o lo que cobra el organizador”, opina Mario del Pino, que lleva más de una década como promotor en España con su empresa 2M Group.

Igual que Napster hirió de muerte a la venta de CD a principios del nuevo siglo, algunas voces como Scott Cohen del gigante Warner Music creen que el coronavirus tendrá el mismo efecto en el directo. Por el momento el cierre de los aeropuertos internacionales y el frenazo del turismo (en marzo cayó un 98% en España) ya han paralizado el negocio de la música en vivo.

Problemas compartidos

La crisis que atraviesa la música es extrapolable al resto de las artes. La catástrofe amenaza al mundo editorial, donde los negocios pequeños luchan por no ir a la quiebra. Antes del coronavirus, “el sector ya estaba en la UCI”, como dice una librera madrileña que pide el anonimato. En su ciudad, cada año cierran el doble de librerías de las que abren, según el Gremio de Librerías de Madrid.

“Hemos sufrido días de angustia pero aguantamos el primer golpe, seguimos en pie”, dice Emilio Sánchez Mediavilla, de la editorial independiente Libros del K.O. responsable de éxitos como Fariña (Nacho Carretero, 2015), pese a los cuales no tiene garantizada su supervivencia. “Es un sector muy frágil, toca hacer malabares mes a mes”, reconoce.

“El problema ahora es el cuello de botella que se está generando por todas las novedades que se han retrasado y saldrán a la vez en cuanto se normalice el mercado”, dice este editor español.

Algunos plantean bajar los precios de sus libros, ya de por sí bastante ajustados para pagar el trabajo de toda la cadena de valor, desde el escritor hasta el editor, el corrector, el diseñador, el distribuidor… “Imagínate para remunerar a todos con menos de 20 euros que cuesta un libro”, dicen desde esta editorial especializada en crónica periodística.

Las presentaciones de libros se verán afectadas, especialmente en el caso de los autores extranjeros que no podrán viajar. Las grandes ferias peligran en 2020, pese a que la de Madrid —que en 2019 batió su récord con 2,3 millones de visitantes y más de 10 millones de euros (10,8 millones de dólares) en ventas— anunció que se celebraría este mes de octubre.

La Feria del Libro de Bogotá, una de las más importantes de América Latina, ya ha sido aplazada hasta el próximo año. En la capital colombiana está La Valija de Fuego, una pequeña librería y editorial que resiste desde hace más de una década. Marco Sosa, el dueño, ha organizado una campaña de apoyo para evitar echar el cierre por la pandemia.

“Por el momento estamos aguantando gracias a la venta online, pero las cifras no son buenas”, reconoce. Aun así sigue pensando en editar nuevos títulos. “Los libros son como el diablo, siempre te tientan: no puedes parar de publicar aunque sea tu perdición”, asume.

¿Luz al final del túnel?

La epidemia ha puesto en evidencia que la cultura es un bálsamo en tiempos adversos que sirve para conectar a las personas. Así ha sucedido con la canción Resistiré sonando cada tarde en los balcones españoles; la conversación global en torno a series como La casa de papel y los documentales Tiger King y The last dance; el regreso de la novela negra y de clásicos como La peste de Albert Camus; un auge de los videojuegos de autor…

En los tres primeros meses de este año Netflix sumó cerca de 16 millones de suscriptores nuevos. La empresa anunció en abril que donará 100 millones de dólares USD (unos 92 millones de euros) para ayudar en estos tiempos difíciles al sector audiovisual en todo el mundo.

En marzo el sector del cine en España (productores y distribuidores) pidió al Gobierno que les permita estrenar directamente en plataformas o televisiones para paliar el durísimo golpe del cierre de los cines, donde sólo en España cada fin de semana se recauda una media de cuatro millones de euros (4,3 millones de dólares).

Mientras, desde varios ámbitos de la música piden que los grandes servicios de streaming (Spotify, Amazon, Apple) paguen más dinero a los artistas. Es la pugna de un sector resiliente acostumbrado a la supervivencia y a la continua adaptación a los nuevos tiempos.

El editor colombiano Juan David Correa recuerda cuando, a finales de los 90, los más agoreros dieron por muerto al libro en papel con la irrupción del eBook. “La globalización produjo efectos terribles que debilitaron al sector. La crisis se generalizó. Una vez más íbamos a desaparecer”, recuerda.

Pero la industria editorial superó el cambio de paradigma, al menos, hasta ahora. “Hoy las librerías enfrentan uno de los mayores desafíos de su historia. ¿Qué nos pide este momento? ¿La ilusión de ser pioneros o la de querer que nos devuelvan el mundo que nos quitaron?”, se pregunta Correa, que trabaja en Planeta.

En abril coincidieron dos propuestas que muestran hacia dónde van los nuevos hábitos de consumo: el rapero estadounidense Travis Scott reunió a más de 12 millones de espectadores en su actuación virtual dentro del videojuego Fortnite; mientras el festival solidario, por streamingOne World: Together At Home organizado por Lady Gaga recaudó más de 117 millones de euros (unos 127 millones de dólares).

La última tendencia será (ya es) la de propuestas ‘seguras’ para evitar el contagio, desde tours virtuales por las pinacotecas hasta un regreso a los autocines. El dilema es cómo sacar rentabilidad de estos nuevos escenarios y que no se pierdan puestos de trabajo. Ha llegado el momento de responder a una pregunta: ¿es la cultura un bien esencial?


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