“¿Qué coño es eso de la UDEF?”. Así, en una entrevista en Espejo Público, Jordi Pujol i Soley respondió a la gallega, al sentirse acorralado por las preguntas de Susanna Griso sobre un informe de la Udef, que lo vinculaba con tramas de corrupción. “¿Qué coño es eso de la lectura y de la escritura?”, se podrían preguntar también los jóvenes universitarios, sorprendidos y acorralados por las deficiencias que tienen en estas dos actividades y competencias instrumentales fundamentales.
Creo que no existen estudios sobre estas competencias (capacidad de lectura, de escritura, de espíritu crítico) de los jóvenes bachilleres que llegan a las universidades españolas. Ahora bien, a partir de mi experiencia docente en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), puedo afirmar y afirmo que la mayoría de ellos llegan con unas lagunas lingüísticas tan acusadas, que éstas ponen en entredicho tanto las PAU como la calidad de la formación acreditada formalmente por los títulos universitarios. Por eso, no se puede aseverar, como hacen los “todólogos” que los jóvenes españoles de hoy son la “Generación JASP”: la generación de los mejor y más formados de la historia de España. Eso es sólo una leyenda urbana.
Para argumentar estas aseveraciones y llevar el agua a mi molino, hoy vamos a tratar de responder, plagiando al Honorable (?) Jordi Pujol, a la pregunta “¿Qué coño es eso de la lectura?”. Y dejamos, para una próxima reflexión, la respuesta a esa otra pregunta complementaria: “¿Y qué coño es eso de la escritura?”.
No es la primera vez que analizo la actividad lectora. En otro lugar, ya he respondido a las tres preguntas que André Gide se plantea sobre los “alfabetos” (aquellos que saben leer y escribir): “¿Qué leerán, cuánto leerán y cómo leerán?”. Hoy, ante las lagunas en la competencia lectora de los estudiantes universitarios, vamos a ocuparnos de escudriñar, desde un punto de vista pedagógico y analítico, en qué consiste la lectura comprensiva y detallada de un texto, tipo de lectura necesaria en los estudios universitarios. Para ello, vamos a responder a tres nuevas preguntas: ¿qué es un texto?, ¿en qué consiste comprender un texto? y ¿cómo proceder para conseguirlo?
El texto: objeto complejo y pluricodificado. Un texto es un objeto nuevo para el lector; de ahí, la funcionalidad de la lectura: permitirle descubrir ese algo nuevo vehiculado por el texto. Y, además, es un objeto complejo; por eso, su lectura es una actividad complicada y difícil. Ahora bien, los textos suelen estar “pluricodificados”: el mismo mensaje es expresado con códigos diferentes. Por un lado, el mensaje lingüístico suele estar acompañado de mensajes icónicos (fotos, dibujos, etc.). Además, los textos siempre están precedidos de un “ante-texto” (título, subtítulos). Y finalmente, si los textos están bien escritos, el autor ha cuidado la edición, dividiéndolos en párrafos. Ante la complejidad de los textos y de la lectura, estos elementos son la tabla de salvación y un seguro a todo riesgo para la comprensión lectora del mensaje lingüístico.
En efecto, el mensaje icónico permite descubrir el tema y el contenido global del mensaje lingüístico. Por otro lado, este descubrimiento es confirmado por el “ante-texto” y la “lectura parcial del texto” (primera frase de cada párrafo). Así, estos elementos permiten llevar a cabo una “pre-lectura” del texto, sin haberlo leído, y alcanzar una comprensión global del mismo.
La lectura comprensiva. Para que el lector demuestre que ha comprendido realmente un texto, debe ser capaz de responder a cuatro preguntas. P1: ¿De qué o de quién se habla en el texto leído? P2: ¿Qué aspectos de la cosa o de la persona son abordados en el texto? (i.e. ¿Cuál es la estructura —partes— del mismo?). P3: ¿Cuáles son las informaciones fundamentales y secundarias expresadas en cada parte del texto? Y P4: ¿Qué piensa el lector de lo leído? (i.e. el lector debe rumiar el texto).
Metodología. Desde un punto de vista analítico y pedagógico, el aprendiz de lector, para alcanzar su objetivo, debe recorrer 4 etapas y realizar 4 actividades sucesivas. En primer lugar, debe sobrevolar el texto. “Leer” es como viajar a un país desconocido. Por eso, antes de iniciar un viaje turístico y para sacar el mayor provecho del mismo, es necesario documentarse, prepararlo y tomar ciertas precauciones. Podemos decir lo mismo de la lectura de un texto: si iniciamos la lectura “in extenso” del texto, sin haberlo sobrevolado y explorado, corremos el riesgo de perdernos, de no comprenderlo y, lo que es más grave, de abandonar la lectura. De ahí, la funcionalidad de la “pre-lectura”: descodificación del mensaje icónico; luego, del título y de los subtítulos; y, finalmente, de la lectura parcial del mensaje lingüístico (primera frase de cada párrafo), gracias a la división del texto en párrafos.
En segundo lugar y hecho lo que precede, el aprendiz de lector debe realizar la primera lectura “in extenso” del mensaje lingüístico. Para ello, debe leer el texto sin detenerse antes las palabras o expresiones desconocidas o los pasajes oscuros o que presentan dificultades. Esto no impide una comprensión global del texto, facilitada ya por la pre-lectura. Con esta primera lectura, el aprendiz de lector debe ser capaz de responder a las dos primeras preguntas, formuladas ut supra: ¿de qué o de quién se habla? (P1) y ¿Cuál es la estructura del texto? (P2).
En tercer lugar, el aprendiz de lector debe hacer una segunda lectura “in extenso”, por dos motivos: si no es capaz de responder a las dos preguntas precitadas y para solucionar los problemas puntuales de léxico, morfosintaxis o referenciales. Para ello, tiene que localizarlos (subrayándolos o encuadrándolos o marcándolos con un rotulador, etc.) y utilizar diccionarios y gramáticas.
Una vez solucionados todos los problemas encontrados en la segunda lectura “in extenso”, el aprendiz de lector podrá proceder a la tercera y definitiva lectura del texto y a tomar apuntes para poder responder a las 4 preguntas explicitadas “ci-dessus”: P1, P2, P3 y P4. Y, finalmente, debe analizar, rumiar y apropiarse, con sentido critico, lo que acaba de conocer.
Moraleja. Si “alfabetizar” es hacer adquirir el alfabeto para leer y escribir, un “analfabeto” sería aquel que no lo ha adquirido y, por lo tanto, no sabe ni leer ni escribir. Estas competencias básicas deberían ser adquiridas en la enseñanza primaria y secundaria. Sin embargo, según mi experiencia docente, esto no siempre sucede y, lo que es más grave, sucede cada vez menos, en la mayoría de los jóvenes bachilleres que llegan a la universidad. Con estas livianas alforjas lingüísticas no se puede ir muy lejos y sólo se puede resentir la formación que deben adquirir en la universidad. No se pueden pedir peras al olmo.
La lectura, como la escritura o cualquier otra capacidad, se puede y se debe enseñar y aprender. Pero, para ello, hay que tener claro y explicar qué es lo que se quiere enseñar-aprender. Y, además, tener claro cómo se va a proceder para llevarlo a cabo. Con estas dos premisas y si no se escatiman esfuerzos y uno se lanza a la acción, el éxito estará asegurado en cualquier empresa. Giner de los Ríos, uno de los padres de la Institución Libre de Enseñanza, lo tenía muy claro cuando formuló el siguiente principio pedagógico: “Teoría y práctica, no. La teoría debe ser teoría de la práctica. Y la práctica, práctica de la teoría”. Plantear las preguntas correctas sobre la lectura, como hemos hecho ut supra, es tener ya la mitad de la respuesta, es situarse en el camino de la adquisición de la competencia lectora, tan fundamental para sacar provecho de la enseñanza universitaria y para asegurar la obligatoria autoformación continua y continuada.
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