Profundidad Subacuática

Art work: Isabel Chiara

¿Para qué mentir? En esa pecera la vida finalmente era suave. Eran unos centímetros iluminados por la televisión en las noches, por una ventana encortinada durante el día, amalgamada por conversaciones telefónicas, fiestas de vez en cuando, comida puntual. Una interrogación constante si entre una tortuga y un ser humano, podría haber una conversación real. Afuera sonaban coches, afiladores de cuchillos, gente con sus ocurrencias, ambulancias, palabras sueltas en las veredas como niños buscando a sus padres.

Luego de varios años aprendí a sentirme bien con mi espacio. Ni por asomo imaginaba algo distinto cuando alguien decidió darme libertad argumentando hacerme feliz. Me dejaron a orillas del mar, mis lagrimitas incrementaron su volumen azul. Arrastrándome corriente adentro. Amaba ser doméstica, esa razón para que las visitas encontraran pretextos para hablar. Oía sus adivinanzas respecto a mi procedencia, contaban por mis cuadrados en la concha, mi auténtica edad. Nunca averigüe mi nombre dado. Era Rapunzel, otros Tortita, mi dueño antes de enamorarse repetía: Cariñito…

Las primeras horas parecieron un tormento, tenía poca experiencia contra la fuerza de las corrientes contrarias. Recordaba comprendiendo a mi dueño frente a la nevera, usando una tristeza grande para su talla, desesperado a la hora de no encontrar comida. Esa corriente marca a los humanos a vivir de dos maneras: Rebeldes o Resignados.

Al verme quedaba relajado, eso significaba su cariño, aprendí así a quererlo. Teñimos un espacio pequeño con el color de una inmensa soledad. Con noticias desastrosas, mascarillas en la cara, ministras madrastras de Trabajo. Una conspiración mundial imaginaria haciendo desaparecer viejos, personal excedente en sus fábricas de la Nada. Acumulando pasos detenidos, buscando actividad, leyendo en voz alta, ejercitando la memoria, evitando olvidar orígenes. Soy tortuga, repito. Mi retentiva nunca apuntó la fecha de llegada a esta pecera, se convirtió en tarea llenar de misterio a este hombre y a su barba, a sus ojos de niño malcriado, a sus pies de estatua perfecta.

Una mañana vino exaltado, borracho por el vino de estar enamorado, su principal locura fue liberarme. Reconocerme como su compañera exacta, agradecerme liberándome de mi jaula vidriada y un galeón mohoso de plástico olvidado en su plataforma de limo.

Aquí me tienen flotando en alta mar. Su delirante bien, resultó ser mi mal. Animales grandes intentan tragarme, los barcos cruzan con lentitud espantosa, demoledora. Hay botellas con mensajes pidiendo fin a la pandemia. He visto pies negros sumergidos, temblando de frío y temor, mientras una patrulla gritaba alto impidiendo su entrada al reino de la supuesta Felicidad. Ahora la vida es sinónimo de deriva. Los sueños maravillosos son el flotador para llegar al mañana.

También he conocido seres buenos. Una estrella marina intentando cantar ópera. Un cangrejo diplomático de una nación, donde un rey prendado por su imagen, aprendió a robar. Un delfín anhelando salir en televisión, ser influencer publicando fotos de Transatlánticos retratando turistas, tejiendo falsa tranquilidad. Una sirena fumando puros Habanos bajo el agua, la luz de la luna alumbrando profundidades insondables, un camarón dormido a propósito para dejarse llevar por la corriente. Erizos buscando señales WiFi. Orcas atacando naves. Jugar y matar tienen abrumador parecido. Ballenas persiguiendo delgadeces, corales susurrando secretos números para ganar loterías. Mi libertad indeseada resultó una condena. El amor por mi dueño recién asoma sus escamas. Paradójicos Bella y Bestia parecidos a un matrimonio normal. Inconscientemente era mío, yo era de él. Nunca lo supimos. Aprendimos a aplazar la verdad.

Al otro lado, luego de una gruesa corriente milagrosamente aparece un buzo.

“Bajo del agua, el frío ajeno deja de atacar. Veo la medusa traslúcida de los recuerdos inmediatos, llorar es un acto seco llenando de bruma el casco de buceo. Soñar con una tortuga, trae buena suerte. Siento terror de encontrarme con ese pez fantasma hallado en la Bahía de Bonavista, costa de Terranova, Canadá. Un monstruo abisal, tenebroso cual llamada telefónica esperada. Las rutas marinas carecen de semáforos. La claridad refractada acelera el caos. Vuelo, atravieso burbujas de aire, en el fondo marino quedan mis pisadas marcadas, nadie espera arriba. El océano es un escenario teatral, una lupa aumentando defectos, desfigurando virtudes. Este cuerpo vagabundeando profundidades, ensimismado en interrogaciones, marcado de sal en sus arrugas faciales, el pelo salitre, las canas vencidas, el sexo parecido a un difunto empequeñecido, humedecido. Lleva un arnés amarillo brillante, suspendiendo la posibilidad de quedar apartado de respirar, el balón de oxígeno pendiente, pulmón mágico reventando leyes naturales. El traje defendiéndome, inmediata metamorfosis de mariposa anfibia. Botas, escarpines, guantes, máscara, aletas, regulador y botella, chaleco de buceo (BCD) y cinturón de lastre. El casco contra golpes. ¿En la tierra podríamos usar esos complementos contra diferentes peligros? Se parecen al mismo amor, al entregarse quedas blindado, sellado contra el ahogo, expuesto al riesgo de la asfixiante monotonía”.

Entonces el encuentro sucede. Dos animales aparentemente distintos buscando salvarse del descarte, cruzan miradas, atentos al vaivén marítimo. La tortuga descubre a un hombre submarino con pies de goma. El buzo atisba un cofre de nácar tornasolado avanzando, llenando de hermosura el momento impensado. Dos habitantes de mundos polarizados por el poder, sus huesos desprestigiados. Supervivientes del egoísmo, cruzándose en altamar.

Se miran, se tientan, casi se palpan. Se encuentran ratificando la belleza. Las coincidencias son falsas. El azar administra asombro a los necesitados. El buzo sonríe, ella baila. Se enamoran durante el segundo necesario que dura la eternidad. Se rozan imantados. Luego cada cual sigue su solitario derrotero, convencidos, permitiéndose esa rara emoción. Con casco de buceo o escafandra o mascarilla anti calamidad. ¡La vida permanecerá viva mientras siga!


Richard Villalón©®

 

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