No es seguro que la llamada de Lorenzo Fioramonti, ministro de Educación de Italia, animando a los estudiantes a faltar a la escuela y participar en protestas, contribuya a preparar al mundo para los cambios tecnológicos, económicos y sociales necesarios para enfrentar el cambio climático.
Si algo necesitamos para encajar su impacto y adaptarnos al nuevo marco climático-ambiental, van a ser buenos científicos (de la naturaleza y sociales) y buenos tecnólogos.
Pero sobre todo, hacen falta ciudadanos conscientes de que tienen responsabilidades asociadas a sus hábitos de vida, producción y consumo. Ciudadanos bien informados para enfrentar racionalmente las trampas de los “mercaderes de la duda”.
Jóvenes y cambio climático
Por más demagógica que suene su llamada a hacer novillos cada viernes, en lo que sí acertó Fioramonti es en la decisión de impartir a los escolares al menos 33 horas anuales (una hora semanal) de clases sobre sobre causas, efectos y formas de enfrentar y adaptarse al cambio climático.
Los más jóvenes no son tan activos como las manifestaciones de los viernes climáticos del mundo rico pueden hacernos creer, atendiendo a los pocos estudios actitudinales existentes sobre la materia.
Un informe reciente publicado en España por el Instituto Elcano muestra una cercanía de los más jóvenes a los valores medios en todos los ítems.
Esta situación no es responsabilidad de los propios jóvenes, que son producto de la socialización recibida, sino de los adultos. Sus mayores han defendido, en algunos casos, políticas negacionistas (a menudo basadas en falsas verdades), como ha ocurrido durante años en España y actualmente en los Estados Unidos.
Por primera vez tras casi una década de ausencia del problema, el barómetro de noviembre de 2018 del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) incluía un micromódulo sobre cambio climático. Este muestra cómo para los más jóvenes los problemas ambientales son, incluso, menos preocupantes que para los mayores respecto a otros asuntos “cercanos” como el paro o “los políticos”.
En las escasas preguntas específicas sobre el calentamiento global, sus causas, consecuencias y herramientas para enfrentarlo, los cruces por edad indican que los más jóvenes tampoco destacan positivamente respecto de otras generaciones.
Estudios intergeneracionales más exhaustivos, en base a metodologías cualitativas, han obtenido resultados más preocupantes.
Un análisis sobre actitudes ambientales y socialización de abuelos y nietos ha evidenciado que, aunque los más jóvenes expresan actitudes más ambientalistas que las generaciones precedentes, sus prácticas no lo son tanto. Son menos consecuentes en sus hábitos que sus mayores.
La urgencia de la alfabetización climática
El IPCC realiza una evaluación periódica de los conocimientos y elabora informes y resúmenes útiles para el diseño de políticas públicas, tanto para la mitigación (reducción de las emisiones) como para la adaptación (resiliencia) de las poblaciones a los impactos y escenarios de riesgo.
A partir de estas evidencias, las principales agencias apuestan por la educación como una herramienta fundamental para preparar a las generaciones actuales, pero especialmente a las futuras.
Así, el programa de Educación para el Desarrollo Sostenible de la UNESCO evoluciona hacia la Educación para el Cambio Climático. Muttarak y Lutz han revisado las propuestas de los expertos y refrendan la importancia de la educación para reducir la vulnerabilidad a los desastres y potenciar la capacidad adaptativa.
Estados Unidos, a través del Grupo de Trabajo del Consejo Nacional de Investigación, fue pionero en la reflexión. Sin embargo, la presidencia de Trump rompió muchas expectativas a nivel federal.
En 2014, Australia llegó a plantear la alfabetización climática como un objetivo explícito. El Instituto Australiano de Resiliencia ante los Desastres ha desarrollado un completo programa educativo. Aunque algunos investigadores señalan que los apoyos públicos a la educación climática se abandonaron pronto.
En el Reino Unido, con casi medio siglo de experiencia en educación ambiental, encontramos iniciativas como el programa Cambio Climático en las Escuelas. En la región inglesa de North of Tyne acaba de iniciarse un ambicioso programa de educación formal en cambio climático que se pretende generalizar a toda el Reino Unido.
Educación para el cambio climático
No obstante, como señalan los trabajos del proyecto RESCLIMA, la alfabetización climática es una condición insuficiente para cambiar las actitudes y comportamiento de los escolares.
En la interacción clima-sociedad, la principal fuente de incertidumbre no está en las ciencias del clima, sino en las lecturas sociales, económicas y políticas que se hacen.
Hay además una lógica atendiendo a la genealogía del ambientalismo. Desde la primera oleada de alarmas, a mediados del pasado siglo, se entrelazan las voces de científicos de la naturaleza como Rachel Carson (1962), Barry Commoner (1963) o Paul Ehrlich (1968), con las de sociólogos y críticos sociales como Vance Packard (1960), Murray Bookchin (1962) o David Riesman (1964), que relacionan esos problemas con las estructuras sociales.
Junto al cúmulo de evidencias sobre sus nocivos efectos, estos posicionamientos críticos con el modelo de desarrollo económico y modo de vida occidentales condujeron a la primera Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente Humano (Estocolmo, 1972).
En España, aún con las limitaciones de la dictadura, también el componente socioambiental tuvo un peso clave en el despertar de la conciencia, con grandes hitos en la investigación y la acción, como el marcado por el sociólogo Mario Gaviria.
La situación en España
En nuestro país, se promovió en 2004 un Grupo de Trabajo sobre Comunicación, Educación y Participación frente al Cambio Climático. Sus sucesivos seminarios generaron reflexiones, pero sin consecuencias en el sistema educativo. El Gobierno Rajoy (2011-2018), inicialmente negacionista, dejó este fenómeno fuera de la agenda.
Actualmente no existe una acción pública explícita, aunque podamos encontrar acciones aisladas.
El proyecto RESCLIMA ha analizado la presencia del calentamiento global en los libros de texto de Secundaria. Sus resultados demuestran que existe un marco reduccionista y convencional centrado exclusivamente en la dimensión de las ciencias de la naturaleza, olvidando la dimensión social.
En nuestro caso, hemos analizado la presencia del cambio climático en el currículo de la Educación Secundaria en Extremadura, y estamos contrastándolo actualmente con otras comunidades autónomas.
Las conclusiones en un estudio exploratorio deben tomarse con cautela. Pero la principal evidencia encontrada hasta el momento es la escasa presencia del término cambio climático en las asignaturas troncales, específicas y de libre configuración autonómica del currículo de la ESO.
Cierto que detectamos ecos de una cierta sensibilidad ambiental, pero su concreción en experiencias coyunturales e incompletas, como el proyecto de Ecocentros, demuestra el carácter periférico que la cuestión ambiental tiene en la política educativa.
La escuela expresa y reproduce los valores dominantes de una sociedad. A la luz de la presencia de contenidos en libros de texto y programas docentes de la Educación Secundaria, no parece que los valores ambientales formen parte real del ideario colectivo de la sociedad española.
Esto es especialmente significativo en el caso de una sociedad, la extremeña, en la que lo ambiental forma parte del relato identitario regional.
Queda, por tanto, mucho por hacer para que las generaciones futuras sean capaces de asumir actitudes y, sobre todo, hábitos proambientales sostenibles.
Artemio Baigorri, Profesor Titular de Universidad. Área de Sociología, Universidad de Extremadura y Manuela Caballero Guisado, Profesora Contratada Doctora, Área de Sociología, Universidad de Extremadura
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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