por Pablo Moral (EOM).
Los partidos verdes parecen resurgir como una alternativa plausible en la izquierda europea ante el desgaste generalizado de la socialdemocracia y el ascenso de la extrema derecha. Sin embargo, su relevancia ni es nueva ni es igual en toda Europa. En este artículo tratamos de descifrar de dónde vienen, qué proponen y qué factores ayudan a comprender el éxito y el fracaso de estos partidos a lo largo del continente.
En el complejo escenario europeo de fragmentación política y polarización social y en línea con la rampante desafección ciudadana con los partidos tradicionales, una nueva tendencia parece abrirse hueco en el noroeste del continente: el ascenso de los partidos verdes. Así lo han constatado en el último año las elecciones locales en Bélgica y los Países Bajos, las generales de Luxemburgo o las regionales en Baviera. El discurso ecologista, a favor de la justicia social, la Unión Europea y la inmigración, parece haberse convertido en una fórmula efectiva en reacción al auge de otros partidos que llevan por bandera el refuerzo fronterizo, el euroescepticismo o el negacionismo del cambio climático; al mismo tiempo, ha logrado minar los apoyos a los partidos tradicionales de izquierda, particularmente a unos desgastados socialdemócratas.
Este fenómeno no ha pasado desapercibido en el ámbito mediático y el eco de la emergencia verde se ha extendido, augurando una nueva alternativa política en la izquierda europea. En detrimento de la euforia ecologista, si atendemos a la Historia y el desempeño de los partidos verdes en Europa, podemos confirmar que ni se trata de una alternativa novedosa ni tampoco está instalada en todo el continente. Por el contrario, su éxito está muy acotado a países con circunstancias políticas y socioeconómicas muy concretas, mientras que su presencia en la política nacional se asentó en Europa hace más de un cuarto de siglo.
La estela verde: de las calles a los Gobiernos
El origen de estos partidos se sitúa en los movimientos sociales ocurridos en Europa occidental a finales de los años sesenta y en la década de los setenta en países fuertemente industrializados que habían experimentado un vigoroso crecimiento económico y cuyo Estado social se encontraba bastante desarrollado. Inicialmente, multitud de jóvenes se echaron a las calles en protesta contra la nuclearización del continente, tanto en el ámbito militar como en el energético, y a favor de la protección del medioambiente. El pacifismo, el ecologismo y la justicia social se convirtieron en los motivos originales que dotaron de cohesión a ciudadanos escépticos con la viabilidad del modelo socioeconómico imperante en sus respectivos países. El crecimiento económico, demandaban, no debía priorizarse sobre las preocupaciones sociales y medioambientales, y la relación con la naturaleza debía estar basada en la cooperación y la consideración, más que en la dominación.
Para ampliar: “‘Nosotros somos el poder’: un siglo de lucha estudiantil”, María Canora en El Orden Mundial, 2018
De este modo, en Alemania, Austria, los países nórdicos, Francia o Reino Unido comenzaron a brotar en los setenta pequeños partidos políticos que trataban de canalizar a nivel local y regional una heterogénea amalgama de reivindicaciones ecologistas que no estaban siendo recogidas por los partidos tradicionales. Si bien el primer partido verde nacional en Europa apareció en 1973 en Reino Unido, no sería hasta principios de los ochenta cuando se generalizaría el establecimiento de este tipo de partidos.
Sin embargo, desde el propio origen de estos partidos se hicieron evidentes ciertas dinámicas que, si bien funcionaron como un acicate para su creación, tradicionalmente han supuesto un lastre para su expansión. En primer lugar, un perfil muy específico de sus integrantes y votantes, eminentemente jóvenes urbanitas de clase media con estudios superiores. En segundo lugar, la fragilidad institucional, motivada inicialmente por la falta de compromiso de los activistas, que en cierta medida demostraron aversión a hacer política de manera tradicional en la estructura burocratizada de un partido político convencional. Y, en tercero, las diferencias ideológicas en su interior, ejemplificadas en la disputa original entre las vertientes más radicales y aquellas con posiciones más pragmáticas. Las primeras pretendían alterar radicalmente la naturaleza de la relación de la sociedad con el mundo natural, lo que implicaba un rechazo al sistema económico y productivo imperante, mientras que las segundas, que acabaron imponiéndose, se mostraban más conformes con lograr reformas factibles que a largo plazo supusieran un éxito para la preservación del medioambiente.
Para ampliar: The evolution of green politics: development and change within European Green Parties, Jon Burchell, 2002
En los primeros años de los ochenta, los partidos verdes comenzaron a tener representación parlamentaria en Bélgica, Finlandia, Alemania, Luxemburgo y Austria, y para finales de la década ya habían irrumpido en más de una docena de Parlamentos nacionales europeos. Su peso, muy marginal, comenzó a crecer en las siguientes legislaturas, lo que les permitió llegar a formar parte de coaliciones gubernamentales hasta en cinco países en la segunda mitad de la década de los noventa. En 1995 la Liga Verde finlandesa fue el primer partido verde que llegó a un Gobierno europeo al integrar una coalición con socialdemócratas y conservadores. En los dos años siguientes, los verdes lideraban los ministerios de Medioambiente en Italia y Francia como miembros de la coalición gubernamental en sus respectivos países. En Alemania se aliaron durante dos legislaturas, de 1998 a 2005, con los socialdemócratas para asentarse en el Gobierno y controlar varias carteras. El mismo escenario ocurriría en Bélgica entre 1999 y 2002.
A comienzos de siglo, los verdes ya se habían asentado en los Parlamentos de Europa occidental y pasaban por el momento de mayor trascendencia política del que han disfrutado hasta nuestros días. Fuera del Viejo Continente, la propagación de este tipo de partidos propició que en 2001 se fundara la federación mundial Global Verde —Global Greens en inglés—, cuya carta fundacional, la “Carta Verde de la Tierra”, sirvió de referencia sobre sus principios y valores compartidos. Sin embargo, tras los respectivos pasos por los Gobiernos europeos, el desgaste de las coaliciones gubernamentales, las divisiones internas y, en determinados países, como en Alemania, el desencanto provocado en las vertientes más ambiciosas acabaron por socavar el apoyo electoral a este tipo de partidos. Durante los años siguientes quedaron relegados a una posición marginal en la oposición, un panorama que resultaría aún menos halagüeño con el advenimiento de la crisis financiera que golpeó al continente desde 2008, que volvía a poner la economía y otros asuntos más materialistas en el centro del debate político, en detrimento del ecologismo.
Para ampliar: “The Lifespan and the Political Performance of Green Parties in Western Europe”, Ferdinand Müller-Rommel, 2002
Los límites políticos del ecologismo
En cualquier caso, llama la atención la desigual distribución en apoyo y relevancia de los partidos verdes a lo largo de Europa. Consolidados en Europa central y septentrional, su posición ha sido muy marginal en otros países del este o del sur. Cabe cuestionarse, por tanto, qué determina el éxito o el fracaso de este tipo de partidos.
Los estudios realizados en el ámbito de la ciencia política suelen señalar que los partidos verdes tienen mayor probabilidad de éxito en sociedades y contextos posmaterialistas, esto es, economías muy avanzadas en las que el conflicto político se aleja de asuntos más esenciales y se centra en torno a la calidad de vida. Por ello, entre las mayores preocupaciones de sus ciudadanos no se encuentra necesariamente el crecimiento económico o la redistribución de la riqueza. Por el contrario, en sociedades cuyas economías experimentan fuertes carencias, las prioridades tienden a alejarse de asuntos percibidos como menos vitales, como la protección del medioambiente. Esta teoría ayuda a comprender por qué en los países con una fuerte tasa de desempleo los partidos verdes no suelen tener un buen desempeño electoral, como ocurre en España o Grecia. Además de las características socioeconómicas, un segundo factor que se considera clave es la dependencia de la energía nuclear en los distintos países: diferentes estudios han confirmado que, en los países donde la producción de este tipo de energía es mayor y en las regiones donde existen plantas nucleares, los partidos verdes tienden a contar con un mayor apoyo social.
También hay elementos que están más relacionados con la configuración política nacional. En Estados donde existe una mayor descentralización, los verdes tienen más oportunidades de movilización y réditos electorales a escala local y regional como previo paso a su irrupción en la arena nacional. Un ejemplo claro de ello es la evolución de los verdes alemanes, que se hicieron fuertes en los Parlamentos y Gobiernos regionales antes de lograr mayores éxitos a escala nacional. Junto con ello, también influye la proporcionalidad parlamentaria y el grado de absorción de las minorías por parte del sistema electoral: los impedimentos para conseguir escaños han supuesto tradicionalmente un quebradero de cabeza para los partidos verdes, que habitualmente obtienen un porcentaje muy bajo de votos.
Para ampliar: “Fertile soil: explaining variation in the success of Green parties”, Zack Grant y James Tilley, 2018
Otro factor que parece condicionar el éxito ecologista es la existencia de partidos de izquierda de corte más radical que guarden cierta equivalencia en cuanto a los objetivos económicos y que también acaparen en mayor o menor medida aspectos ecologistas. Estos suelen ser un incómodo competidor electoral, en tanto tienden a ser partidos cuyos votantes son demográficamente muy similares —urbanos, seculares y altamente educados—, y pugnan del mismo modo por ganar el voto anti-establishment. En ocasiones, los verdes se presentan a los comicios en alianza electoral con este tipo de partidos, como es el caso de Grecia y España —los Verdes Ecologistas con Syriza y Equo con Unidas Podemos, respectivamente—, para evitar un previsible trasvase de votos.
El reverdecimiento de la alternativa
En la última década, la evolución de los partidos verdes ha estado marcada por los altibajos. Después de los resultados alentadores que consiguieron en 2009 tanto en Francia y Alemania como en el Parlamento Europeo, la crisis financiera en Europa, que seguía su curso, hizo mella en los apoyos electorales de los partidos ecologistas. Y, en el devenir del siguiente lustro, los verdes afrontaron una coyuntura aún menos prometedora.
Los múltiples atentados terroristas sucedidos en varios países europeos a partir de 2015 y la llegada de inmigrantes a Estados donde los verdes contaban con un sólida base social volvía a alejar los asuntos medioambientales del centro del debate político y, en cualquier caso, no favorecieron el discurso liberal de los partidos ecologistas. Además, el ecologismo había sido absorbido en cierta medida por los partidos políticos tradicionales o por nuevos contendientes de izquierda, como en el caso de Hamon y Mélenchon en Francia: en este país los verdes ni siquiera presentaron candidatura para la presidencia en 2017. Junto con ello, el auge de los partidos populistas de extrema derecha supuso otro desafío para los ecologistas, puesto que competían por el voto de castigo a los partidos tradicionales y lograban absorber a ciertos sectores del electorado de izquierdas.
Para ampliar: “Europa y su regreso al futuro: el avance de la extrema derecha”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2014
Gracias a ello, la socialdemocracia, debilitada por el trasvase de un sector de su electorado más obrero y rural hacia partidos populistas, también se ha visto perjudicada en determinadas ciudades, regiones y países al perder a parte de su electorado urbano y progresista en favor de los verdes. Esta fuga de votantes ha sido evidente en varios ejemplos recientes. En Países Bajos, Izquierda Verde fue el partido que más creció en 2017 respecto a los comicios anteriores y superó al histórico Partido Laborista; un año después, los verdes consiguieron la alcaldía de Ámsterdam. En las elecciones nacionales de Luxemburgo de 2018, los verdes ganaron los mismos escaños que perdieron los socialdemócratas y prácticamente obtuvieron el mismo porcentaje de votos. Ese mismo año, los partidos verdes fueron la segunda fuerza más votada en Bruselas, tras los socialdemócratas, y en las regionales de Baviera lograron un mejor resultado que el histórico Partido Socialdemócrata en un estado tradicionalmente conservador.
Una Europa con matices oscuros
Que la progresión verde va al alza en determinados países parecen confirmarlo las encuestas para las elecciones europeas de mayo de 2019. En ellas, como es habitual, los partidos verdes concurren dentro de la confluencia Los Verdes/Alianza Libre Europea, que incluye, además de partidos ecologistas, una dispersa amalgama de partidos nacionalistas y regionalistas mayoritariamente de izquierdas. Las proyecciones otorgan a esta coalición más de un 15% de intención de voto en países como Alemania —donde superan el 20%—, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos o Bélgica. Pero, más allá de dichos países, no hay muchos motivos para la alegría entre los ecologistas europeos: las encuestas también pronostican la caída electoral de este grupo en países como Francia, Suecia, Hungría, Austria o el Reino Unido. En consecuencia, en contra de lo que podría intuirse ante el auge ecologista en determinadas regiones, la confluencia europea podría incluso perder escaños con respecto a las elecciones de 2014.
Para ampliar: “What’s in for the Greens in the 2019 European elections?”, Tobias G. Schminke en Europe Elects, 2019
El futuro de los partidos verdes parece estar condicionado por el grado de bienestar de los ciudadanos y la manera en la que lleguen a influir en este las cuestiones medioambientales. Consecuentemente, un incremento de la conciencia ecologista o un agravamiento del medioambiente que aumente la percepción individual de vulnerabilidad —merced a la contaminación o el calentamiento global, por ejemplo— podrían ser acicates que motiven el voto a estos partidos en los próximos años. Habrá que esperar para ver si los brotes verdes que ya relucen en suelos propicios arraigan en tierras menos fértiles.
Pablo Moral, Écija (Sevilla), 1992. Analista de El Orden Mundial. Estudiante de doctorado en la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla. Graduado en Relaciones Internacionales y Máster en Estudios Euromediterráneos por la UCM. Seguridad y desarrollo, con la mirada puesta en el Sur. @pabmoral Artículo publicado bajo licencia Creative Commons por
BBDD, … ultimamente estoy observando que en España hay menos concienciación ecologica que antes y es preciso trasladar a Europa lo que está pasando en algunos lugares, y estoy recopilando información