Gritar, aplaudir y reír mientras hay un animal en medio de una plaza que no entiende por qué le matan poco a poco tiene que cambiar. Las subvenciones que necesita y el poco apoyo social que tiene ponen de manifiesto la evolución social.
Lunes, 1 de noviembre de 2021. España, por desgracia, pertenece a una vergonzosa lista de países que no sólo permiten una práctica extremadamente cruel, como lo es la tauromaquia, sino que, además, destinan parte del dinero público a ello en vez de al mantenimiento de la sanidad o educación, entre muchas otras cosas necesarias.
La crueldad de la práctica
Muchos hemos crecido viendo en la televisión la crueldad de los asesinatos que en las plazas de toros se cometían continuamente y el maltrato de animales que, de forma indirecta, se ven arrastrados a ese sangriento espectáculo en el que se celebra la violencia y la tortura. Un toro que entra en una plaza —pocas veces abarrotada, pero con el suficiente bullicio como para estresar al animal— a desangrarse mientras hay quien lo justifica con absurdas premisas como «el toro no sufre» o «la vida que ha llevado hasta entonces ha sido magnífica». Es hasta insultante que argumentos tan incoherentes pretendan pasar por válidos y situarse al mismo nivel de quien defiende la vida o, más bien, que no se mate al animal por gusto, diversión y tradición. Porque hasta hace unos años también lo era tirar cabras desde un campanario y no por ser costumbre deja de ser irreversible. Gritar, aplaudir y reír mientras hay un animal en medio de una plaza que no entiende por qué le matan poco a poco tiene que cambiar.
La tauromaquia y las subvenciones públicas
Defendida a ultranza por la derecha y los sectores más conservadores que dicen hacerlo por la cultura del país mientras otros ámbitos se quedan huérfanos por su carácter crítico, la victimización que el sector rezuma por señalar lo salvaje de la tauromaquia, de la tortura y del asesinato del animal parece que invalidara los argumentos del resto. No obstante, las subvenciones públicas que reciben desde los gobiernos regionales por la falta de público y apoyo social parecen aplacar sus males. El pasado 22 de octubre conocíamos que, en la Comunidad de Madrid, Ayuso ha gastado en estos dos últimos años lo mismo que en los ocho anteriores, cuando también gobernaba el PP. Andalucía tampoco se queda atrás en las subvenciones destinadas al sector y en abril ya publicaban que ayudarían con cuatro millones al sector del toro bravo. Por otra parte, el gobierno, con la publicación del bono cultural, dejaba fuera a la tauromaquia de los espectáculos subvencionados.
Asimismo, la opinión internacional al respecto varía mucho sobre la tauromaquia. Son abundantes las denuncias que, desde los perfiles más mediáticos del ámbito de la cultura o la política, denuncian la crueldad de lo que muchos catalogan como tradición, pero también los países que tienen instaurada la tauromaquia como parte de sus actividades culturales salen en favor de lo que representa para España.
De hecho, es este el principal argumentario en su defensa. La cultura y tradición como algo inamovible a pesar de que suponga el sufrimiento innecesario del animal entre vítores y aplausos. Muchas organizaciones animalistas llevan años pidiendo la adopción de medidas que no se limiten al recorte de subvenciones y prohíban este espectáculo. Pero sus peticiones no se limitan a la tauromaquia, sino a cualquier evento que integre animales y supongan un maltrato para los toros.
De igual manera, cuando muchas veces se hace referencia a la crueldad del espectáculo y se argumenta con que es impensable que se siga haciendo en el siglo XXI, es necesario tener en cuenta que es precisamente el marco sociopolítico actual el que lo permite y fomenta y no es algo atemporal que provoque evitar discernir las causas por las que todavía esto sucede hoy en día. Existen elementos estatales y sociales que creen y defienden que un animal se desangre o se le pongan antorchas en los cuernos como divertimento, y esta gente también vive en el siglo XXI. Asimismo, cualquier conducta asociada a un pasado reaccionario que podamos encontrar asiduamente en los sectores más conservadores ha de abordarse no desde una perspectiva que pretenda justificar acciones o ideologías argumentando que es antigua o típica de tiempos pasados, sino entendiendo por qué sigue sucediendo y analizar las causas que llevan a que sigamos permitiendo semejantes barbaridades. Todo ello sin tener en cuenta el modelo productivo actual y el sufrimiento animal que provoca de forma innecesaria.
La empatía con los animales es un buen reflejo de lo que somos como sociedad, así como el trato que les damos. Luchar contra su tortura es nuestro deber.
Pablo Sánchez es politólogo. Cofundador y coordinador de equipo de The Health Impact. Después de trabajar con refugiados en Serbia, Bosnia, Grecia y Líbano, inició su propio proyecto para ayudar a mejorar un aspecto de la vida de los refugiados que sintió que se había pasado por alto. Graduado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, actualmente es el director de la organización y trabaja diariamente gestionando el equipo y los proyectos. En su tiempo libre estudia un posgrado de derecho internacional humanitario.
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