Miércoles, 20 de julio de 2021. Tendría que haber sido un milagro de la naturaleza y la procacidad sexual (quien lo conoce sabe que no era la especialidad de Paco Puche), por nuestras edades, el que mantuviésemos él y yo una desabrida relación paterno filial (como leo en una nota que me manda Héctor Márquez). Éramos coetáneos en todo. Me llevaba algunos años. Pero ni tantos ni los suficientes. La relación que mantuvimos fue de amigos de iguales. Durante 45 años. Con mil peleas y mil reconciliaciones. Como ocurre entre hermanos y colegas. Y durante esos 45 años, procuramos hacer juntos lo que las personas condenadas a cien años de soledad sobre la tierra hacen: inventarlo y pelear por el futuro para que sea un poco mejor el presente.
Yo no estoy triste porque haya muerto Paco Puche. ¿Por qué? Era lo que quería. Ya estaba más que harto de pelearse con sus tres cánceres simultáneos. Quería irse ahora. Y como buen cabezón, al final lo consiguió. Aunque le costase otra de sus peleas. Me emocioné mucho cuando me lo dijeron al ratillo de fallecer. Me entristecí y solté mis lagrimitas. Que ahora se disimulan bien con la mascarilla. No muchas, porque estaba precisamente en su librería (el pudor de mierda de los cobardicas). Pero cuando más tarde me enteré de cómo había sido en realidad el proceso de su muerte, me reí un rato y me puse contento. Porque fue Paco el que decidió cuándo y cómo. Como casi siempre en su vida. Para lo bueno y para lo malo.
No iba a escribir nada sobre él. Y eso que esta es su revista, EL OBSERVADOR. Donde publica todas sus Lecturas impertinentes (AQUÍ) desde octubre de 1987 al 26 de abril de este mismo año de la pandemia, 2021. Su último escrito (AQUÍ). Y si me decido a escribir de él hoy es, porque ayer, por esas cosas de los buzones de Internet que se leen tarde, llegó a mis ojos una nota de Héctor Márquez. Uno de los exégetas públicos que en estos días de luto, sin apenas conocerlo, solo por fuera, ha hablado de él a los medios. Y todo porque coincide que organiza con otras muchas personas un festival para recaudar fondos para la incendiada librería Proteo de Paco. Pero no lo conoce de nada. Solo de oídas. De tres conversaciones insustanciales a pesar de las emotivas chalauras que ha dicho de él. Como casi todos los que han querido escribir cosas buenas de él ahora que ha muerto.
Márquez es alguien terriblemente aficionado a su autodescripción pública. Que en vez de contestar a los que le preguntaban por Puche: «No voy a comentar nada, porque apenas lo conocí», que es la verdad, en vez de decir eso, y en busca de su 15 minutos, no pudo resistirse a desgranar una serie de… dejémoslo en buenas intenciones dialécticas sobre Paco. Pero dibujan una caricatura absurda de alguien polifacético, poliédrico, polimórfico y politodo menos poli, imposible de abarcar con un par de teorías seudoingeniosas. Así que impulsado por la nota de Márquez, en la que él me da permiso a mí para que escriba de Puche (?), publico estas líneas para dejarme claras (siempre se escribe para uno mismo) algunas cosas sobre este cateto de Antequera (él dixit).
Eutanasiar su muerte
Toda esta larga introducción viene a cuento porque el librero y ecologista (como le gustaba firmar) Paco Puche, quiso morirse hace unos días. Todos han hablado del Puche prehistórico y de la pena que produce su muerte. Ninguno, porque no lo conocieron de cerca, habla extensamente de cómo vivió el Puche contemporáneo, y de cómo quiso morir con dignidad. Eutanasiar su muerte, podría ser la frase que definió sus últimas semanas y que a él le gusta. Cuándo tuvo la intención y cómo lo consiguió por razones del medio en que vivimos en su último ingreso en el hospital, ya hecho polvo. Y esto es lo importante. La última lección que imparte. Lo que de verdad importa.
Y es que es triste no haber podido leer en algún sitio alguna necrológica sobre Paco Puche escrita por alguno de sus coetáneos. De los que el aprecia de verdad. De alguien de su edad. Pero ya no quedan. Que personas como Héctor Márquez y otras más, que por su edad y su personalidad, no colaboraron directamente con Paco en ninguna de sus acciones sociales, ecológicas, políticas, medioambientales,… pontifiquen sobre su personalidad, me sorprende. Estas personas no tuvieron o no quisieron tener ningún tipo de estrecha relación con este cateto de Antequera (expresión suya) que tuvo la suerte de encontrar una persona muy cercana e inteligente que lo recicló y lo puso en la senda del mundo XXI, cuando solo era el siglo XX. Alguien de quién se despidió una semana antes de morir. “Te llamo para despedirme”. Porque Paco fue el que puso punto final a su vida. Sus cánceres (padecía tres al mismo tiempo) no lo dejaron vivir con el mínimo de calidad de vida y dignidad que se debe exigir. Le sobró un año de vida. El 26 de abril de este 2021 publicó en EL OBSERVADOR, la revista que monté en 1987 y que él me ayudó a impulsar y de la que se sentía parte esencial, su último artículo. Con la decisión ya tomada de dejar esto. El artículo era sobre Lynn Margulis. Una mujer que le obsesionaba intelectualmente.
Paco quiso dejar su tratamiento y vender todas sus acciones vitales hace bastantes semanas, pero no pudo hacerlo por razones del entorno. Mejoró provisionalmente. Salió del hospital, y volvió a emporar. Lo volvieron a ingresar pero esta vez sí se impuso y dijo que no quería más tratamientos. Que se negaba. Solo paliativos para no tener dolor. Nada de intentar prolongar su vida artificialmente.
Una semana antes de morir llama por teléfono para despedirse. Sí, tal cual: “Oye, que te llamo para despedirme”. Es una de esas conversaciones que Paco protagoniza en las que su interlocutor no sabe qué decir, motivadas por su carácter poco educado en la cotidianeidad y la rutina de las costumbres simples. Una de esas que lo llevaban a vivir situaciones surrealistas que para cualquiera que no tenga su moral imperturbable son imposibles de sostener. Podría terminarse la charla con algún sarcástico y emocionado hasta la victoria siempre fuera de lugar.
Paco murió una semana más tarde. EL OBSERVADOR, su revista, publicó que había fallecido. Y las redes se llenaron de necrológicas bienintencionadas con su puntito fake. Todas terriblemente poéticas, descriptivas y repetitivas de las cuatro cosas que se decía siempre de Paco: que si la dictadura, que fundó la librería, que lo de los libros en la trastienda, que era ecologista, etc,…
Si a Paco se le dice que su exégeta consultado es Márquez, me hubiese preguntado con ese tono de asombro que emplea: «Oye, Fernando, ¿ese quién es?». Y una vez explicado hubiera dicho alguna barbaridad, como era costumbre. Y ayer, por aquello de ver tarde los buzones, leí en mi perfil de Facebook las palabras de Márquez en las que poco más o menos me da permiso para que escriba alguna cosa sobre Paco sin cortarme… ¿Perdona?… y me dice que lo haga porque sabe de mi relación paterno filial con él… ¿Perdona?… Que sabrá este buen hombre de mí o de la relacIón que mantuve con Paco Puche, si no nos conoce de nada a ninguno de los dos. Tanto que aprovechó el tirón para pedirme amistad en Facebook.
De todo un poco y antes que nadie
La diferencia de lo que pueda escribir yo de lo hecho por otras personas, está basado en que yo monté una revista que él ayudó a sostener toda la vida para que fuese lo que es: un soporte informativo vivo, social y de izquierdas. Así, durante los casi 35 años de la existencia de EL OBSERVADOR, su revista, publicó su columna Lecciones impertinentes. La penúltima el 2 de julio de 2019, antes de entrar en muy serios problemas de salud (llevó con toda dignidad palante sus tres cánceres simultáneos), y la última, la publicó el pasado 26 de abril. Como una despedida. Pero anunciando otra vez el siglo XXII. Hablando de uno de sus mitos recurrentes, Lynn Margulis. Y ahora toca escribir de Paco Puche y reivindicar su última lección de vida que convirtió en una lección de muerte.
La parte de la que todos hablan: la librería antifranquista como otras que había repartidas por España, que proporcionaba libros en la trastienda, queda tan lejos en la historia que él nunca hablaba de ella. Era una simple anécdota que ahora sus foráneos ensalzan como si fuera una conquista del Dorado. Para nada. Fue lo que fue y punto.
Lo importante es como él, con ayuda y su mucho esfuerzo pasó de ser ese cateto de Antequera (se lo escuché decir mil veces), licenciado en Mercantil, a un hombre avanzado que trajo a Málaga y a la revista que apoya, EL OBSERVADOR, en pleno siglo XX, lo último en luchas sociales para el siglo XXI: La Nueva Cultura del Agua, cuando nadie sabía lo que era eso. Su lucha por el Valle del Genal para que siguiera vivo: y allí fuimos, a patearlo para que EL OBSERVADOR hiciera un vídeo documental reivindicativo y social para contar su batalla. O cuando trajo a Málaga el Partido Radical Transnacional de Pannella y Bobino, cuando aquí ni existía. O cómo participó con Los Verdes como partido en una campaña electoral, cuando todos se lo tomaban a cachondeo menos su revista, que lo fotografíó desnudamente verde. Mil acciones más y luego Ecologistas Acción. Y siempre con dos temas muy dentro: el agua y el territorio. En su revista, publicamos dos monográficos históricos con Málaga como centro, coordinados por él. Uno de cada cuestión. Con las mejores plumas del momento. E hicimos libros. O cuando lo llevé a grabar a África el programa piloto de la serie de televisión producida por EL OBSERVADOR Al Sur del Sur y descubrió un mundo nuevo que le sorprendió, porque Paco se sorprende fácilmente de lo cotidiano. Nunca ha tenido mucha facilidad para retener entre sus manos relaciones, personas o situaciones de convivencia real. Era un teórico que llevaba a la práctica sus pensamientos sin ningún tipo de experiencia en alguno de esos campos.
Y por encima de todo, su último gran hallazgo que lo ocupó durante los últimos años y lo llevó a ser un experto internacional requerido en todo el mundo. Encontró uno de los peligros más graves que acechan a la sociedad civil actual. Esa muerte silenciosa llamada amianto. Empezó escribiendo en su columna y pronto llegaron a la redacción correos de todo el planeta pidiendo su dirección para contactar con él para pedirle ayuda o información. Porque, como siempre, como había pasado con los radicales, con el agua, con el territorio, con los verdes, con la ecología, con la mujer, etc… nadie sabía nada de aquello. Siempre por delante.
Y se fue por el mundo a cubrir con una acreditación de EL OBSERVADOR los juicios contra el que para él es uno de los mayores monstruos de la historia: Stephan Schmidheiny, el magnate suizo del amianto fundador de AVINA. Crónicas que publicó puntualmente en las páginas de su revista. Revista que salió adelante porque él, como otras grandes personas, echaron una mano. Lo mismo que hizo con una ingente cantidad de proyectos sociales en esta Málaga fenicia en la que cada vez quedan menos personas de su entidad.
Otro día otro Puche
Otro día hablaremos del Puche empresario. De sus sociedades. De quién fue la persona que le enseñó a modernizarlas. O de cuando Puche (oh, sorpresa) fue gerente del fantasmagórico y terrible Hospital Siquiátrico de Málaga, en los años ochenta. O de cuando Puche se encandiló con… mil cosas desconocidas para el respetable. Resumir la vida de un hombre en un par de pobres anécdotas contadas por cualquiera o por mí, es insultar su inteligencia y sobre todo su corazón. Paco Puche no fue eso que se llama un hombre bueno o un buen hombre. La definición es tan simplista que es insultante. Fue mucho más y mucho menos. Se podría definir como el hombre que imita a una montaña rusa. Capaz de subir y bajar a velocidad de vértigo y siempre sin poder pararse para no descarrilar.
Por eso estas líneas tratan en realidad de algunos de los temas que le preocupan. De la usurpación. De la impostura. De no ser quien se dices que es. Y todo lo contrario. De ser fiel a uno mismo hasta al morir. De querer ser lo que uno ha querido ser hasta el lecho o cama de muerte. Y todo esto también para decir que Paco Puche al fin pudo morirse el otro día como intentaba conseguir desde hace semanas. Y que dio con su muerte su última lección de vida. De verdad. Más allá de la teoría. Fue protagonista de su última lección moral. Él, al que tanto le gusta ser protagonista de estas acciones éticas, por fin consigue dar la última y marcharse por el foro entre aplausos del respetable a toda una vida, la suya. Y eso era lo que yo quería escribir, porque alguien tenía que contarlo. Porque los exégetas que le han salido no tienen ni puta idea en realidad de quien es Paco Puche. Ese cateto de Antequera que se convirtió con ayuda de otras personas y su gran esfuerzo, en el primer hombre del siglo XXI en habitar la Málaga del siglo XX. Llegó a todo antes que nadie. Y allí estuvimos juntos para poderlo contar ahora.
Salud y alegría, Paco. Nos vemos pronto.
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