Por Pedro Luis Ibáñez Lérida.
Diario previo de un asesino confeso, es una anotación de poderoso estigma, que abunda en el delirio escritor y lector. Construyendo un relato irreverente, de profunda y honesta afirmación personal.
VANA PRETENSIÓN LITERARIA. Como la botella de un náufrago en la que deposita todas sus esperanzas para que otras manos la recojan -quién sabe dónde-, algunas obras se aventuran por amor de los lectores más allá del escaparatismo y toman rumbo hacia otros horizontes. Como aquellos productos de ultramar que en otro tiempo satisfacían los gustos más exquisitos por su rareza y singularidad. La literatura toma cuerpo gentil en aquellos si su lectura es única. Pues bien, cada lector aporta al texto su individualidad: la obra se hace nueva. Emerge con inusitada fuerza. La reactivación de este proceso mental no es pasiva. Contrae el reto en la construcción del texto, una vez más. “Siempre me han gustado los libros en que el lector se convierte en un participante del desarrollo de la historia, donde no es solo un observador distante”. En la declaración del escritor norteamericano Paul Auster, la inclusión del lector como hecho fundamental no es precisamente una obviedad. Es indicio fehaciente que el protagonismo último y radicalmente insustituible de una obra literaria pertenece exclusivamente a los lectores.
DIARIO PREVIO DE UN ASESINO CONFESO –Ediciones En Huida. Colección El refugio, 2018-. En la condición humana, la locura y el desequilibrio emocional son tabúes que bajo el eufemismo institucional de salud mental cuelgan del vacío social. Desde esta atalaya de marginalidad que supone atentar a la realidad normalizada, el personaje de esta novela, lector empedernido, realiza una reflexión ácidamente crítica sobre el orden social que ampara la racionalidad aparente desde un mandamiento asentido en la más profunda de sus cavilaciones, “Solo una cosa llevo asida a mi mente: seré escritor”. Con este arranque desmitificador de la creación literaria, la invención no discrimina entre lo real e insomne y se pliega sobre sí mismo para condensar su mejor golpe: la amnistía de las obras literarias porque sí. En la desaforada huida que emprende hacia ese destino que le abrasa en la cabeza, establece planos contrapuestos de espacio y tiempo literario. Ello le permite dialogar con autores y autoras en el presente continuo al que su desvarío le lleva. En el caso de Cervantes, la reflexión del creador de la novela contemporánea en el siglo XV, no deja lugar a dudas sobre su no permisividad, “Cuando empiece un libro, si a las veinte páginas no queda asombrado, tómese la molestia de quemarlo. Les ahorrará a otras personas tener que perder el tiempo”.
PACO HUELVA, ÍNTIMA SUBVERSIÓN LITERARIA. El afinamiento del escritor almonteño, se trasluce en esta obra con la correlación existente entre el ajuste de cuentas y un calculado distanciamiento de la autocomplacencia por su propio oficio, para abordar la quebradura entre realidad y ficción. Para ello deconstruye su alter ego en la formación empírica del personaje que anota en el cuaderno Status 5 european note book, la historia que leemos. Nos acerca a lo que William Faulkner señalaba como elementos que interaccionan en la creación literaria: experiencia, observación e imaginación. Pero el autor de Los otros que me habitan, discurre también hacia la libérrima exposición del librepensamiento que podemos encontrar en las obras y autores que cita como salvaguarda ante el pensamiento único que nos uniformiza y hace esclavos intelectuales de lo socialmente aceptable. Si la literatura se caracteriza es, como señala su autor en los labios del escritor en ciernes, “Porque escribir es un modo de no vivir, o de vivir en otro espacio, en otro lugar donde cada cual impone las normas a su antojo”.
Pedro Luis Ibáñez Lérida es poeta, articulista y comentarista literario. Ha publicado varios libros de poemas, algunos de ellos premiados. Es de reciente publicación El milagro y la herida. Forma parte de la antología Poetas en Bicicleta y de la antología El Aljarafe y el vino.
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