Muchos países europeos han superado a estas alturas una primera oleada del virus SARS-CoV-2. En España, en los peores momentos de la pandemia, entre finales de marzo y principios de abril, se llegaron a registrar más de 900 muertos diarios a manos de la COVID-19. Las estrictas medidas de confinamiento consiguieron que el número de casos (definidos como “positivos” en la prueba de PCR) disminuyera hasta alcanzar un mínimo de unos pocos cientos diarios a mediados de junio.
Sin embargo, durante las últimas semanas se está notificando un aumento significativo del número de casos diarios (más de 1.000). Se calcula que ahora en España hay más de 500 brotes activos, la mayoría de los cuales afectan a grupos de menos de 10 personas. Eso sí, el número de fallecimientos continúa más o menos estable (según parece, unos 15 semanalmente).
¿Es esta situación alarmante?
Valorar la situación es complejo si tenemos en cuenta la dificultad del seguimiento de los datos. Para empezar, no hay un consenso en la definición de caso de COVID-19 entre países. A lo que se suma que, en España, hay discrepancias incomprensibles de datos entre las Comunidades Autónomas y el Ministerio. Está resultando muy difícil encontrar datos actualizados del número de hospitalizados y fallecimientos, que son los más importantes para poder interpretar la situación.
Por otro lado, no es posible comparar la situación de abril (en plena ola epidémica) con la de ahora. Entonces se hacían muy pocas PCR, destinadas solo a confirmar el diagnóstico a los casos con síntomas, hospitalizados y graves, y no en todos. Por esa razón solo se detectaba la “punta del iceberg”. Ahora, sin embargo, los protocolos de detección se han endurecido y se somete a la prueba de PCR a todos los contactos estrechos de cada nuevo positivo, independientemente de que desarrollen o no síntomas. Y como se están haciendo miles de PCR, podemos detectar la “parte sumergida” del iceberg.
Es cierto que vemos más casos porque hacemos más PCR, pero el virus está ahí independientemente de que lo detectemos a no. Los datos actuales demuestran que no hemos vencido al virus, que sigue activo, que continúa circulando entre nosotros. Si las PCR salen positivas es que el virus está ahí. En febrero el virus también circulaba, con la única diferencia de que no lo sabíamos y no lo buscábamos de forma activa como ahora.
Desde entonces, el virus tampoco se ha atenuado. Si infectara ahora a una persona susceptible (mayor de 75 años con patologías previas, por ejemplo), en principio la enfermedad sería igual de grave. Cosa diferente es que, con la experiencia adquirida, los equipos médicos pudieran tratarle mejor la enfermedad. Pero el virus continúa igual de virulento.
En cualquier caso, la detección de brotes aislados de casos asintomáticos en este momento no parece alarmante. Es más, es algo que cabía esperar teniendo en cuenta que hemos estado tres meses confinados y que sólo alrededor de un 10% de la población española llegó a tener contacto con el virus. Pero aunque la situación no sea alarmante, la evolución, la tendencia, sí se puede calificar de muy preocupante, dado que cada semana se detectan nuevos brotes.
¿Estamos ante una segunda oleada del virus?
Por una parte, tranquiliza pensar que de momento parece que el virus es relativamente estable y no está acumulando mutaciones que afecten a su virulencia. Segundas olas más mortíferas en otras pandemias del virus de la gripe se asociaron a cambios genéticos del virus. Lo inquietante es que nos enfrentamos a un virus nuevo para el que, en principio, la población no presenta inmunidad (no parece que hemos llegado a ese mínimo del 60% para llegar a la inmunidad de grupo). Y eso podría favorecer la aparición de una nueva ola.
La buena noticia es que cada vez hay más datos del papel protector que juega la inmunidad celular (más difícil de medir que los anticuerpos). Incluso se ha sugerido que el haber tenido contacto previo con otros coronavirus podría tener cierto efecto protector contra el SARS-CoV-2. Es probable que esto contribuya a la alta cantidad de asintomáticos, aunque todavía no lo sabemos con certeza. Está claro que el nivel de incertidumbre sigue siendo alto.
Lo que no podemos descartar es que algunos de los brotes que se detectan ahora acabe descontrolándose y cause problemas mayores. En varios países esos brotes han acabo formando una segunda oleada del virus. De ahí la importancia de reforzar el control. Por parte de la ciudadanía, se trata de impedir el contagio a toda costa con mascarillas, distanciamiento social e higiene. Además de intentar evitar sitios cerrados, muy concurridos, con mucha gente muy junta y durante mucho tiempo.
En cuanto a las autoridades sanitarias, no les queda otra que tomar la delantera al virus. Al virus le da exactamente igual si le llamamos brote, rebrote u oleada. Al virus también le trae sin cuidado de quién sea la competencia, si autonómica o estatal. El virus no reconoce nuestra fronteras. Y eso implica coordinación, rastreo, cuarentenas y aislamiento, y refuerzo de los sistemas de atención primaria. Hay que evitar por todos los medios que el virus vuelva a llegar a los hospitales.
Quizás (es más una esperanza que una certeza) en un año y medio o dos se consiga cierta inmunidad de grupo que, junto con alguna vacuna, haga que la COVID-19 acabe siendo un virus respiratorio más de los que nos visitan todos los años, con una cuota de mortalidad socialmente “aceptable” (similar a la gripe, por ejemplo). Pero eso no se podría considerar realmente una buena noticia. No hay que olvidar que todos los años muere más gente en invierno que en verano, debido a decenas de virus y bacterias que causan infecciones respiratorias.
Independientemente de que haya una segunda oleada, añadir a esa lista al SARS-CoV-2 puede ser un problema muy serio. Dado que esta temporada invernal no va a haber una vacuna disponible, hay que prepararse para lo peor.
Dr. Ignacio López-Goñi. Catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra. Doctor en Biología por la Universidad de Navarra (1989) Durante varios años fue investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA) en los Departamentos de Biología Molecular y Celular de la Universidad de Berkeley (California, EE.UU.) y de Microbiología Molecular de la Universidad de Columbia (Missouri, EE.UU.) Desde agosto de 1992 se incorporó como Profesor en el Departamento de Microbiología y Parasitología de la Universidad de Navarra, donde ha impartido Microbiología general y Virología en los grados de Biología, Bioquímica y Farmacia. Durante 2005-2014 fue Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra.
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