Desde que se repuso del atentado sufrido en Afganistán que le robó una de sus piernas, el trabajo de Emilio se ha vuelto más sosegado, pero en absoluto menos profundo.
Domingo, 20 de junio de 2021. El premio Pulitzer otorgado a Emilio Morenatti por sus instantáneas tomadas a ancianos en España durante la pandemia del coronavirus demuestra dos cosas: una, que a diez kilómetros a la redonda de donde vives puede existir material suficiente para contar historias potentes sin necesidad de irte al fin del mundo; y dos, que buena información y emoción no solo no tienen por qué estar reñidas entre sí sino que, como en el caso que nos ocupa, pueden llegar a complementarse sin problema.
Es algo que puede hacerse, además, sin saltarse la regla fundamental del reportero, aportar con tu trabajo los elementos necesarios para que quien lo vea reflexione y pueda extraer sus propias conclusiones porque los datos que se aportan no están contaminados de opinión. Para eso hay que saber mirar como lo hace Emilio. Está lo que sucede, está la obligación de contarlo y hacerlo con decencia; luego, que te dejen trabajar en lugar de hacer todo lo posible para impedírtelo, como ocurre en tantos casos. Y a partir de ahí, lo que queda es remangarse y ponerse a la faena. Cada día.
Así fue como Morenatti consiguió fotografiar escenas conmovedoras como «el beso eterno a través de plástico –palabras textuales suyas- de Agustina y Pascual en una residencia de mayores tras 82 días de separación, o la ciudad vacía por el toque de queda con un mendigo durmiendo en medio de la calle, o un parking convertido en morgue con 280 cadáveres del COVID, o a dos trabajadores retirando el cuerpo de una persona mayor en una residencia junto a su compañero de habitación…»
Estar en el lugar justo en el momento adecuado nunca es una casualidad. La gente estaba asustada, indefensa y carente de información, luego había que ponerse a trabajar, como hizo Emilio, para combatir esa ignorancia, para arrojar un poco de luz sobre lo que ocurría. Una vez definido el objetivo entraban en juego el oficio y la técnica, así como la habilidad para ganarse voluntades y sortear prohibiciones. Llevamos tiempo sin vernos, pero puedo imaginarme en Barcelona cada mañana a Emilio Morenatti, durante las semanas más espantosas de la pandemia, salir a la calle con su equipo fotográfico proponiéndose contar la jornada en una foto, o en dos, como nuestro querido Eduardo Abad solía repetir siempre. Haz mil fotos si quieres, pero al final del día manda al servicio de la agencia dos o tres como máximo. Lo que envíes tiene que resumir todo lo que has hecho. Nada importante de lo que has visto puede quedar fuera de la foto que difundes.
Mil veces le escuché al bueno de Abad esta cantinela en su despacho de la Agencia Efe donde era jefe de fotografía de la delegación andaluza. A sus órdenes estaban por entonces Julio Muñoz, Sergio Caro y Emilio Morenatti. Yo trabajaba pared con pared con ellos (CNN+ tenía alquilados los servicios a Efe en Andalucía) y escuchar las instrucciones de Eduardo me parecía todo un privilegio. En aquel departamento estaban los profesionales con mejor olfato periodístico de la agencia. En su tiempo libre Morenatti se preparaba para un día volar estudiando inglés y machacándose por las calles de Sevilla corriendo sin parar. No tardó en ser fichado por Associated Press y marcharse a Oriente Medio.
Desde que se repuso del atentado sufrido en Afganistán que le robó una de sus piernas, el trabajo de Emilio se ha vuelto más sosegado, pero en absoluto menos profundo. Instalado en Barcelona como delegado de AP en España y Portugal, últimamente no ha tenido que desplazarse demasiado para contarnos lo que estaba pasando en el mundo entero.
Sus trabajos siempre tuvieron personalidad propia. Su estilo ha acabado convirtiéndose en estilazo, diría yo, hasta el punto que muchas de sus fotos podrían reconocerse aunque no estuvieran firmadas. Su manera de trabajar la luz convierte en cuadro de museo buena parte de sus composiciones, donde ningún detalle sobra ni falta y cada persona, lugar o cosa cuenta con la iluminación precisa para que el foco de la historia esté bien claro desde la primera mirada. Las fotos de Morenatti, por muchas veces que se miren, siempre te hacen pensar y descubrir detalles de los que en un primer momento pudiste no percatarte.
Ahí están sus cuentas personales en las redes sociales, certificando su trabajo diario durante los nueve meses más duros de pandemia. En ellas colgó en su momento, a medida que AP las iba distribuyendo, las fotos que ahora son Pulitzer. Unas llegaron a ser primeras páginas en periódicos de todo el mundo y otras como la de Paco, un enfermo al que sacan en camilla del hospital hasta el paseo marítimo para que vea el mar tras 52 días en la UCI, fue considerada una de las mejores fotos de 2020 por The New York Times.
Morenatti, que por encima de todas las cosas hace periodismo, es el ejemplo más claro de hasta qué punto este oficio se puede ejercer con dignidad, sensibilidad y respeto. Cómo me gustaría que Eduardo Abad estuviera aún entre nosotros para poder saborear este momento, Emilio. Cómo disfrutaría yo también viendo cómo, a pesar de lo orgulloso que él estaría de ti, aún sería capaz de ponerte alguna pega que yo celebraría mientras tú nos llamabas cabrones y nos íbamos los tres a tomar una caña al bar de abajo.
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