’Annunzio, uno de sus adoradores, admirador y ocasional amante, apodó «la divina Marchesa» a Luisa Casati Stampa de Soncino -el título de su marido Camillo, pero el matrimonio duró apenas dos años- uno de los personajes más fascinantes y extravagantes de la Europa anterior a la 2ª Guerra Mundial. Nacida en Milán en 1881 con el apellido Amman, sus padres eran comerciantes muy ricos (él de orígenes austriacos) que murieron jóvenes dejando una enorme fortuna, que ella -la Casati- redondeó y ennobleció al casarse con el marqués Camillo. Vivió mucho tiempo en Venecia, aunque viajando por toda Europa. Luisa Casati se hizo célebre muy pronto por sus amistades artísticas, sus varios romances, que incluían también mujeres (como la pintora Romaine Brooks) y por sus fiestas esplendorosas y dispendiosas, donde la Casati buscaba -y conseguía- ser ella misma una acabada obra de arte. El deseo de la vida propia como obra de arte, halló en Casati uno de sus mejores logros. De los más perfectos. Amigos cercanos -además de D’Annunzio- fueron el célebre conde Robert de Montesquiou (él mismo arte también), el diseñador decó Erté, Jean Cocteau o Cecil Beaton… Pero son los pintores y diseñadores -como el propio Mariano Fortuny o León Bakst, el de los ballets rusos- quienes hacen de la Casati, primero la musa decadente, después la musa futurista -tras su buen encuentro con Marinetti- y más tarde, poco antes de iniciar su declive, la musa surrealista, con las fotografías que le hizo Man Ray. Siempre maquillada (mucho negro en los ojos) y casi disfrazada de elegancias irreales, basta ver los retratos varios y magníficos, para seguir el vuelo de la Casati, que vivía en Venecia en el Palazzo Vernier dei Leoni.
La Casati usó serpientes pitón como adorno, paseó la plaza San Marcos con dos leopardos y se hizo fabricar múltiples tocados y vestidos con plumas de pavoreal, uno retratado en el segundo de los retratos que le hizo el gran Boldoni (el primero es el de los galgos negros), pero a esos retratos hay que añadir -entre muchos- el misterioso de Ignacio Zuloaga, el de Romaine Brooks, el de Kees Van Dongen o el de Augustus John… Extravagante hasta el delirio, posando desnuda como un efebo, arte ella misma, entre pintores, escritores y diseñadores, Luisa Casati terminó derrochando su gran fortuna en esas grandes fiestas, grandes viajes, y gastos de coleccionista sin tasa. Pasada de algún modo su época, arruinada y llena de acreedores, en 1946, Casati su fue a Londres a vivir con su única hija, Cristina, con la nunca tuvo buena relación. Terminaron mal, y la Casati sin dejar su lado teatral -le había quedado un abrigo de piel de leopardo- vivió en una pobre pensión de Brompton sin dejar de salir disfrazada, incluso buscando prendas entre los desperdicios. Murió de un ataque cerebral en 1957 -y fue enterrada en Londres- y tras la muerte renació el mito estrafalario de quien había sido algo olvidada en sus últimos tiempos. Luisa Casati, los ojos muy maquillados de negro, el pelo teñido en tonos rojizos, el permanente aire de sueño y delirio, es difícil hallar un personaje de su talla. La Casati inspiró a Coco Chanel (que además compró objetos que le habían pertenecido) y más tarde al sucesor Karl Lagerfeld… Otro icono mago y mágico de otro mundo perdido.
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