“Oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao ciao…”. Este estribillo obstinado, que parece llamar a la reunión, resuena y pasa el testigo de un manifestante a otro. De París a Nueva Delhi, parando por el Kurdistán, la canción entonada por las trabajadoras del campo italianas a principios del siglo XX, que se convirtió en el himno de los combatientes antifascistas en la época de Mussolini, es desde hace muchos años una de las canciones que se suelen cantar en las manifestaciones de todo el mundo. Existen decenas de versiones e interpretaciones de Bella Ciao, hasta tal punto que algunas personas todavía ignoran su origen, muy anterior a la canción que aparece en los créditos de la serie española La casa de papel, que la dio a conocer al público general en todo el mundo en 2018.
“Las canciones forman parte del repertorio de las movilizaciones populares desde la Edad Media porque pueden emocionar y movilizar, hablan a todo el mundo y, durante mucho tiempo, fueron el arte de aquellos que no tenían voz”, escribe la historiadora francesa Clyde Marlo-Plumauzille en el periódico Libération. En Francia, el himno nacional actual, La Marsellesa, es uno de los ejemplos más conocidos de canciones escritas en un contexto revolucionario (en 1792) que ha sobrevivido al paso de los siglos gracias a sus palabras, que promueven el patriotismo, la libertad y la resistencia a la tiranía. A pesar de los intentos de apropiación por parte de las derechas nacionalistas y de su “institucionalización” republicana, este “canto de guerra” (su denominación de origen) todavía ha sido adoptado como un canto de lucha por los chalecos amarillos o los músicos de la Ópera de París, en huelga contra la reforma de las pensiones impulsada por el Gobierno de Macron, en diciembre de 2019.
En las manifestaciones populares actuales contra la injusticia social, la opresión o el “sistema”, en Chile, Argelia o Hong Kong, se entremezclan las referencias clásicas del repertorio militante y las procedentes de la cultura popular, en ocasiones referencias muy singulares. También han surgido nuevas composiciones creadas por artistas comprometidos que dejarán su impronta en la historia como los nuevos himnos revolucionarios del final del decenio.
Tradiciones y ’viralización’
Chile tiene una larga tradición de canción de protesta, la cual ha vuelto a surgir en el levantamiento de otoño de 2019. La canción El pueblo unido jamás será vencido, compuesta por Sergio Ortega y el grupo Quilapayún en 1970 en la época de la dictadura de Pinochet, ya conoció un cierto éxito internacional. Inevitablemente, las multitudes se han apropiado de esta canción en numerosas ocasiones (e incluso un hombre solo con su instrumento ante los militares), al igual que de otro clásico de la época, El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara, músico asesinado por la junta en 1973.
El movimiento de protesta que comenzó en octubre contra la degradación de la situación social, y cuya represión se ha cobrado la vida de una veintena de personas, se ha apoyado en el legado de luchas anteriores para unir al pueblo chileno. Así, hemos podido ver cómo cientos de instrumentistas aficionados tocaban esta canción en la calle y un colectivo de 29 músicos profesionales comprometidos grababa una nueva en 2019. Los vídeos de estas actuaciones, compartidos en las redes sociales, se han hecho inevitablemente virales por la fuerza emocional que les confiere la combinación de música, simbología y unión.
El primer decenio del siglo XXI, que comenzó con las revoluciones árabes y el movimiento de los indignados y ha estado marcada por el poder de la viralización en internet, ha terminado con una gran variedad de movimientos en todo el mundo, que se inspiran los unos en los otros y en los que la música ha resultado ser un nexo de unión, tanto con seriedad como con humor.
Pensamos en primer lugar –antes de salir de Chile– en el éxito de la canción Un violador en tu camino, puesta en escena por primera vez con motivo del Día de la eliminación de la violencia contra la mujer, el 25 de noviembre, por el colectivo Las Tesis en Valparaíso. En varias semanas, las palabras y la coreografía de este himno feminista fueron reproducidas por numerosos grupos de mujeres en todo el mundo. Rápidamente se incluyó en el repertorio de la lucha feminista, junto con el himno de las mujeres (o himno del Movimiento de Liberación de la Mujer o MLF francés, el cual se hizo popular después de mayo de 1968) o la más reciente huelga feminista.
Por otro lado, también se encuentran entre las canciones colectivas utilizadas en las manifestaciones otras canciones cuyo contenido es apolítico. En Austria, una canción del verano de 1999 resurgió en mayo de 2019 para denunciar la corrupción. La canción We are going to Ibiza!, del grupo neerlandés Vengaboys, fue utilizada con humor por aquellos que denunciaban las prácticas de la extrema derecha en el contexto del escándalo “Ibizagate”. También es el caso de la improbable Baby Shark, una melodía infantil adoptada por el pueblo libanés, el cual no olvida su espíritu festivo en las manifestaciones en contra de las difíciles condiciones de vida de la población, como recuerda el escritor Rabih Alameddine, en el New York Times: “Solo en el Líbano una canción como Baby Shark, que ahora resuena en todas las congregaciones, podía convertirse en el himno de la revolución. La música es repetitiva, inspiradora e infinita”.
La canción se adoptó a raíz de un vídeo en el que los manifestantes trataban de tranquilizar a un niño asustado por la multitud. “El vídeo es adorable y alentador. También es sorprendente porque es inusual ver a la multitud libanesa actuar al unísono”, añade el autor. “Los libaneses muestran al mundo cómo llevar a cabo una manifestación positiva”.
De los estadios, o de la ópera, a la calle
En 2019 destacó por la originalidad de su movimiento otro país en el que la música siempre está presente: Argelia. Desde las primeras manifestaciones los manifestantes entonaron La casa del Mouradia (que hace referencia, una vez más, a la serie La casa de papel y el Mouradia, el palacio presidencial), una canción compuesta recientemente por un grupo de hinchas del USMA, un club de fútbol de Argel. Sus palabras, que examinan los cuatro primeros mandatos de Abdelaziz Buteflika, tenían muchas posibilidades de pasar de las tribunas a las manifestaciones en contra de un quinto mandato del presidente.
El rapero Soolking también se inspiró en otro himno de los estadios, Ultima verba (última advertencia), para su canción en francés La liberté, que ha tenido millones de visualizaciones y que pone en tela de juicio el régimen argelino. “Casi se ha convertido en un género musical en Argelia”, subraya Mahfud Amara, profesor de ciencias sociales en la Universidad de Qatar.
Estas dos canciones compiten por el título de “himno de la revolución” con una tercera, Libérez l’Algérie, cantada por un colectivo argelino de artistas que apoya el hirak (el movimiento). Sin embargo, existen muchos otros títulos que se podrían incluir en esta “banda sonora” argelina, tal y como explica la periodista Leila Assas en el sitio web Pan African Music: “Los primeros meses de movilización estuvieron marcados por una prolífica creatividad musical. Todos los viernes, las canciones resuenan y recorren el país”.
“La música, corrosiva, trivial y lírica, se convierte en un medio de protesta. Con su música, los músicos profesionales o aficionados impulsan las marchas. Los cantos nacionales y los ritmos tradicionales locales se suceden, actualizados y reinterpretados para adaptarse al contexto revolucionario actual”, añade.
Entre los cantos procedentes de los estadios, un poco menos refinados que las melodías argelinas, destacan otros dos éxitos de 2019. En primer lugar, Nous, on est là !, el himno que los chalecos amarillos y los ferroviarios franceses en huelga tomaron prestado de los hinchas del RC Lens y el Olympique de Marsella. Las palabras “On est là, on est là, même si Macron [ne] le veut pas, nous on est là ! Pour l’honneur des travailleurs et pour un monde meilleur, même si Macron [ne] le veut pas, nous on est là !” (¡Estamos aquí, estamos aquí, nosotros estamos aquí! Por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor, aunque Macron no quiera, ¡estamos aquí!) se entonan casi en todas las manifestaciones desde hace un año, entre una profusión de títulos muy a menudo sarcásticos contra el Gobierno.
Por otra parte, un estribillo de pocas notas no cesa de reinventarse en el Reino Unido. Desde hace unos 15 años, el riff de guitarra de Seven Nation Army de White Stripes, hace saltar a los hinchas, que repiten “oh, oh, oh” en la mayoría de los encuentros deportivos del mundo. Sin embargo, los partidarios del partido laborista se apropiaron de la canción introduciendo las palabras “Oh, Jeremy Corbyn” (líder y candidato del partido en las últimas elecciones de diciembre de 2019) y ahora el estribillo vuelve loco a los británicos, que creen escucharlo por todas partes cuando suena la canción.
En una sociedad diversa, los estilos musicales que ponen banda sonora a la contestación social son igualmente diversos, de modo que el repertorio clásico es fuente de inspiración. El coro de los esclavos judíos (Va, pensiero) de la ópera de Giuseppe Verdi Nabucco, ha sido recuperado numerosas veces por su potente alegato a la libertad: sin ir más lejos, los coristas en huelga del Coro de Radio France recurrieron a Verdi nada más estrenar 2020. También lo hizo el director de orquesta italiano Riccardo Muti en 2011, para protestar contra los recortes presupuestarios en la cultura. La melodía Oda a la Alegría (novena sinfonía) de Beethoven también se escucha de forma recurrente cuando los músicos participan en festividades militantes.
Protesta popular, cultura popular
En esta vuelta al mundo, es interesante observar los numerosos cruces en la globalización cultural, que mezclan una y otra vez las referencias, como ha sucedido en una serie de Netflix (que además de las inspiraciones musicales ha dado una nueva máscara a los manifestantes, la de Salvador Dalí), o cuando los libaneses bailan con la adaptación coreana de la canción infantil Baby Shark.
En Hong Kong, los manifestantes se han apropiado de Do you hear the people sing?, que sin duda conocen por la superproducción Los miserables (2012), una adaptación de una comedia musical francesa de la década de los ochenta, que a su vez es una adaptación de la novela epónima de Víctor Hugo. El estribillo, “Canta el pueblo su canción, nada lo puede detener. Esta es la música del pueblo que no se deja someter”, parece ser un llamamiento con el que muchas protestas populares pueden identificarse, ya que el origen no cuenta, cuenta el carácter universal del mensaje: cantar como un pueblo unido.
En su lucha por la conservación de su condición especial respecto a China, los hongkoneses han hecho hincapié precisamente en su unidad y singularidad, plasmados principalmente en una importante red de solidaridad en el terreno. Incluso han escrito, de manera anónima y en colaboración, su propio himno Glory to Hong Kong, buscando su propia gloria y utilizando el poder de internet para crearlo, difundirlo y entrar en la historia en tan solo unos días.
Así, en medio de las imágenes de violencia de todas estas manifestaciones de los últimos meses –y no hemos citado todas– ha habido momentos detenidos en el tiempo que también han mostrado la belleza de la lucha a través de la música, la inteligencia y la creatividad colectiva de los manifestantes.
También hemos presenciado la aparición de nuevas figuras, como Alaa Salah, una joven sudanesa vestida de blanco que lleva a la multitud a cantar con ella a favor de la revolución, o Noah Simons, un joven nativo americano cuya actuación en presencia de Greta Thunberg en una reunión sobre el cambio climático celebrada en Canadá en octubre causó una gran sensación.
Sin embargo, no hay que olvidar que, aún hoy en día, la música también puede acarrear problemas a aquellos que la utilizan como un arma pacífica. Un investigador y activista indonesio fue detenido en marzo y podría ser acusado de difamación contra las instituciones por cantar en público una antigua canción antimilitar (vídeo difundido en las redes sociales). En India, una antigua melodía en urdu del poeta paquistaní Faiz Ahmed Faiz, Hum Dekhenge (1979), que evoca la resistencia contra el fundamentalismo, creó una gran polémica después de que se cantara en importantes manifestaciones contra la enmienda de la ley de ciudadanía que comenzaron en diciembre. Algunas autoridades la consideraron una expresión contra la población hindú y quisieron prohibirla. Ahora se toca en todas partes, como un acto de afirmación y de resistencia.
Mathilde Dorcadie es la editora de la versión francesa de Equal Times. Antes de incorporarse a este medio, Mathilde trabajó en Brasil y Oriente Medio para varios medios como corresponsal francófona. En tanto que periodista independiente ha colaborado con la agencia de noticias Agence France Presse así como con diversas cadenas de televisión, revistas y periódicos. Su correo es: mathilde.dorcadie@equaltimes.org Twitter : @dorcadie
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