Los trabajadores denuncian jornadas laborales extenuantes, amenazas y sanciones para acelerar la producción, viviendas muy precaria y racismo.
Lunes, 23 de agosto de 2021. La empresa onubense Surexport Compañía Agraria desembarca en Galicia en el 2013 de la mano de Galicianberries —fundada el año anterior en Guitiriz— para explotar la finca de la Magdalena: 53 hectáreas de terreno alquiladas a la comunidad de montes en Pacios (Baamonde) por 11 años, prorrogables a 30. El objetivo: cultivar frutos del bosque, también comercializados como berries (bayas y fresas). En el 2017, Surexport realiza la primera cosecha en Galicia y al año siguiente adquiere 30 nuevas hectáreas de superficie en O Arneiro (Cospeito).
LABORAL | Os temporeiros da Terra Chá denuncian longas xornadas laborais, ameazas e sancións para que produzan máis rápido, vivendas moi precarias e racismo na empresa Surexport.
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— O Salto Galiza (@OSaltogz) August 23, 2021
Los “mares de plástico” de los invernaderos rompen con el modelo tradicionalmente minifundista del agro gallego, pero la instalación de Surexport en la Terra Chá obedece a causas lógicas: el suelo es ácido, la frambuesa y el arándano ofrecen buena resistencia al frío y se consigue ampliar la época de producción para atender a la creciente demanda en Europa. Además, hay voces que afirman que la escasez de recursos hídricos potables en Huelva supone un encarecimiento de la producción con respecto al campo lucense.
No obstante, ni el fruto ni el modelo latifundista son la única novedad en Galicia. Surexport también llega para introducir su modelo laboral. Una publicación en Facebook hizo saltar las voces de alarma este verano. El relato de Laura reflejaba un ambiente de “amenazas constantes” para que recogiesen “cantidades desorbitadas” de arándano en largas jornadas y con condiciones sanitarias “deplorables”. Según la denuncia de la lucense, que faenó allí durante dos semanas junto a otros 400 empleados, la multinacional fleta autobuses para trasladar a braceros extranjeros desde Huelva. O Salto Galiza pudo comprobar que Surexport desarrolla además programas con ONGs lucenses especializadas en migración a través de las que consigue mano de obra extranjera para realizar un trabajo supuestamente digno, si bien se nos asegura que en este caso la empresa “cumplió” a nivel económico.
El pasado 18 de agosto el Sindicato Labrego Galego (SLG), CIG, Comisiones Obreras, CUT y hasta siete colectivos más realizaron un acto conjunto frente a la nave de la empresa de 2.000 metros cuadrados en Castro de Rei y depositaron una denuncia en la Subdelegación del Gobierno. El SLG solicitó que se practicasen inspecciones de trabajo y desde los sindicatos obreros preparan acciones legales. El Gobierno y la Xunta informaron de la apertura de una investigación al respecto.
Condiciones de trabajo “lamentables”
“Desde luego, fue la experiencia laboral más terrible de mi vida”, cuenta Laura, cocinera de formación que estuvo cinco años trabajando como temporera en Francia y España. “Las instalaciones eran lamentables. Tienen grifos por toda la plantación, pero la mayoría están estropeados. Había dificultades para poder beber”.
Sobre el sueldo, Laura comenta que “a mí sí que me pagaron todo, pero a Abel (nombre ficticio) le pagaron alrededor de 500 euros por dos semanas. Cuando compararon las nóminas entre varios que vivían juntos vieron que una chica que faltó dos días e hizo menos horas extra, cuando él hizo todas las horas todos los días, cobró más que él. Fueron a hablar con el encargado y, comparando con más trabajadores, no estaban cobrando bien”.
Abel precisa para O Salto Galiza que las jornadas que realizó oscilaban entre las 11 y las 14 horas y sin ningún día de la semana libre. No es el primer año que trabaja para Surexport, pero relata que las condiciones del año pasado fueron distintas: “El año pasado de salario fue bien. Este año fue cuando comenzaron las complicaciones con las nóminas. No había claridad sobre el salario base, el plus por transporte no lo introducían si no lo reclamabas, no figuraban horas trabajadas que sí estaban realizadas, había horas extra que pagaban como las normales”.
Desde la empresa confirman que el horario no es fijo, porque depende de las condiciones climatológicas. “El convenio establece 6 horas y media y a partir de esas horas mucha gente para de trabajar y se va a su casa”, explica Óscar, encargado de la parcela de la Magdalena. “Aunque sí que hay días que se hacen 8 o 9 horas porque se recuperan las de otros días que no se pueden trabajar”.
Mahfouz llegó a España hace dos años desde los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf. Actualmente recoge frutos silvestres en Baamonde y está alojado en uno de los locales arrendados por Surexport. “No hay obligación de hacer horas extra”, corrobora, “pero no disponemos de bus al término de la jornada ordinaria y si dejamos de trabajar hemos de esperar a que todos acaben para que nos lleve”.
Presión constante
Los capataces llevan un control de las cajas que recoge cada trabajador. Los braceros con los que contactó O Salto Galiza coinciden en que comparan el ritmo de unos con otros. “Las amenazas eran constantes”, continúa Abel. “Conforme cosechábamos, estaban completamente encima ejerciendo una presión increíble para que recogiésemos más, diciendo cosas como ‘si no recoges, hoy no curras y vas al comedor’ ”. A pesar de esto, concuerda con Laura en que “sobre todo incidían en la parte migrante, en los que tenían en los hostales, a quienes amenazaban con castigos como echar dos días sin trabajar y ganar dinero”. La versión que sostiene el encargado de la finca de la Magdalena es que no se le llama la atención a quien trabaja de acuerdo a su capacidad ni existe ningún sistema de sanciones: “yo les digo que si están cansados no hay problema en parar porque es un trabajo por horas”.
Vasile (nombre ficticio), procedente de Rumanía, vive en el mismo hostal que Mahfouz, pero trabaja en la parcela de O Arneiro, que según su relato Florin B. rige con mano de hierro. Describe un clima de miedo: “Cada manijera tiene una tablet donde anota todo el trabajo que hace cada uno, y ahí comienzan los problemas, porque nos comparan y llega el jefe y nos señala: ‘tú, tú y tú debéis trabajar mejor u os echo del trabajo’. Eso no se hacía en Huelva. Si Florin sabe que en un momento hablas con un compañero te envía al comedor el resto del día sin trabajar y sin ganar. A mí me lo hicieron varias veces. A todos”.
““Si el encargado sabe que en un momento hablas con un compañero, te envía al comedor el resto del día sin trabajar y sin ganar. A mí me lo hicieron varias veces””
Otros dos trabajadores de O Arneiro contactados por O Salto Galiza se negaron a hablar sobre el asunto, el primero, y nos proporcionó una única respuesta, el segundo, que confirmó la existencia de este sistema de sanciones. Ambos expresaron que aceptarían una entrevista de buen grado pero no podían concederla incluso de forma anónima porque tenían miedo a ser descubiertos. Vasile relata también amenazas de expulsión del país y que hay capataces con pareja entre los trabajadores a los que apuntan cajas de fruto que recogieron otros. “Si el manijero te quiere joder va a hacerlo. Mi impresión es que son tontos, no saben cómo se hace el trabajo. Te gritan, te vacilan… Pero lo peor es el encargado”.
Un cuarto empleado en O Arneiro, Mihai (nombre ficticio), lleva 14 años viviendo en Lugo: “Trabajé de electricista, losa, tejados, construcciones, como cocinero, trabajé también en Rumanía… Y en mi vida vi tanta esclavitud. Llegué al momento en el que no puedo más”. Para él, los abusos parten de la política de empresa más que del encargado. Ratifica las amenazas constantes y la existencia de un sistema de sanciones: “A mí me enviaron 3 días a casa por fumar. A otro que se encontraba mal por la mañana y no podía trabajar le hicieron lo mismo, porque solo nos permiten faltar si avisamos el día antes. Tampoco cobramos los días que faltamos aunque tengamos justificante médico”.
«Si vas al baño, que son unos 5 minutos, perderás un total de casi 15. Si haces eso el asa gritará porque no has estado cargando cajas»
La mayoría de fuentes consultadas por O Salto Galiza coinciden en que en la parcela de la Magdalena los trabajadores disponen de agua y posibilidad de ir al baño en caso de necesidad. Sin embargo, Vasile denuncia que en Cospeito habitualmente no se les proporciona agua y, preguntado si le ponían impedimentos para ir al baño, señala que “no lo pone la empresa, lo pones tú solo, por la presión que tienes en el trabajo. Si vas al baño, que está a unos 5 minutos, vas a perder en total casi 15. Si haces eso va a llegar la manijera y a gritarte porque no has estado llevando cajas. No les importa si vas al baño o no, pero tú tienes que estar llevando cajas”. Mihai ratifica que no se les permite. De todas maneras, en ocasiones es inevitable ir. “Son de plástico, y a veces están muy sucios. No tienen ninguna higiene”. Sobre esto último también hay quejas de los trabajadores de Baamonde. Florin no accedió a la petición de O Salto Galiza de contrastar con él estas denuncias.
“Hay trabajadores que por sus circunstancias aguantan todo, hasta que los pisen, y ellos lo saben”, reflexiona Karim (nombre ficticio), saharaui residente en Lugo con nacionalidad española de nacimiento. “En España para hacer cualquier trabajo se pide un nivel de estudios o por lo menos cultural, pero aquí buscan como capataces a personas del este de Europa sin escrúpulos ni valores para someter a la gente a cambio de las ganancias que tengan”.
Racismo
Un amigo de Karim procedente de Marruecos y él acudieron a trabajar el 24 de junio a las 7 de la mañana interesados por la oferta de empleo. Terminaron el mismo día. No aguantaron allí ni dos horas. “El primer día, nos llamaron una hora antes de las que computan como trabajo para enseñarnos lo que íbamos a hacer. Cuando llegamos a Baamonde no encontramos bien la finca y llegamos con uno o dos minutos de retraso con respecto a esa hora anterior. Los capataces no nos dijeron ni ‘buenos días’ y nos espetaron que ‘ya empezamos mal’. Les explicamos que en el desplazamiento siempre pueden darse circunstancias por las que haya un atraso y contestaron que no había que discutir allí”.
“A continuación nos mandaron quitar la maleza, que tenía pinchos, y no nos proporcionaron guantes. Les pedimos que nos dejasen ir a por ellos al coche, que estaba a la vista. Nos lo negaron y respondieron que del campo no íbamos a salir hasta el descanso de las 11h. Yo me saqué la camisa para proteger las manos. Se pusieron dos personas por detrás haciendo presión para que trabajásemos más rápido, reprochándonos si nos quedaba algo sin recoger y amenazando con comunicárselo al encargado, que fue poco después a gritarnos”. Para Karim, la situación había llegado al límite. Le contestó que no se iba a dejar someter y que la dignidad estaba por encima del trabajo. El compañero de Karim corrobora punto por punto su versión.
“Cuando salimos, solicité a los capataces el contacto del jefe. Me dieron el número y cuando llamé, nada más cogerme, me habló como si fuese un animal. Decía ser el jefe de Surexport en Galicia. Lo primero que me preguntó fue de que país era. Le contesté que lo importante era lo que ocurriera ese día porque podía haber irregularidades, sin decirle el país, pero por mi nombre y acento dedujo la procedencia y me dijo que era un ‘moro mamón, me cago en tus muertos’ ”. Karim tiene registrados insultos y amenazas al solicitar el NIF de la empresa: “vete a tomar por culo, si estás en Baamonde estate tranquilo que te veo ahora, que te voy a dar el NIF y algo más, hijo de puta”. “Después comuniqué el uso de términos racistas a la central de Huelva y no recibí respuesta”, continúa Karim, que nos enseña el correo electrónico, fechado a 26 de junio, que lleva por asunto “Alertar sobre malos modales”.
O Salto Galiza comprobó que el titular del número de teléfono al que llamó Karim se corresponde con José Ángel R. V., gerente de Surexport en Galicia que figura como administrador de Galicianberries. El mismo día de los hechos, Karim comunicó la situación por correo electrónico a la Consejería de Empleo e Igualdad de la Xunta y actualmente está en vías de formalizar la correspondente denuncia, que también puso en conocimiento de la CIG.
Tanto Laura como Abel, gallegos de nacimiento, concuerdan en que “a los extranjeros los trataban mucho peor. A gritos”. “Comentarios racistas hubo a mares. Incluso hablando con nosotros”, cuenta Abel. Según Laura, uno de los jefes “les echó la bronca porque les puso un piso en el que estarán unos 70 y les dijo que se lo iba a quitar porque no se sabían comportar, que en su vida habían visto un piso así, occidental, porque eran unos monos”.
El 20 de agosto falleció un bracero de 27 años por causas naturales en uno de los hostales de la empresa tras la jornada laboral. Cuando sus compatriotas, recuerda Mihai, trataron de rendirle homenaje encendiendo unas velas, José Ángel les hizo una peineta ante los agentes de la Guardia Civil y les comunicó que al día siguiente estarían despedidos, aunque no cumplió las amenazas. Mihai interpreta que lo hizo porque “es muy racista”.
Hacinados en los hostales de Surexport
José Luis López, secretario de industria de CCOO en Lugo, relata para O Salto Galiza las dificultades que encontraron para contactar con los trabajadores, en un contexto de elecciones sindicales y tras denunciarse algunas de las prácticas expuestas a lo largo de este reportaje. “No nos permitieron acceder a las instalaciones. Al llegar aparcamos el coche en una explanada que creíamos que era pública porque es la única manera de girar. Por acceder a ella nos amenazaron con llamar a la Guardia Civil”.
Después de la muerte de un brasero de 27 años, recuerda Mihai, sus compatriotas intentaron rendirle homenaje encendiendo velas. El gerente lo impidió y los amenazó con el despido
López afirma que percibió el miedo de las personas trabajadoras. “El último día estuvimos esperando a los trabajadores en los pisos a las 22:30h, cuando llegan de trabajar desde las 7 de la mañana en dos autobuses grandes a tope, calculo unas 100 personas. A las 23h ya se diluyeron al ver que llegaba un encargado a abroncarnos, lo que quiere decir que tienen informantes entre los trabajadores, ya que según nos dijeron nunca iban allí”.
Se trataba de José Ángel R. V., encargado del hostal situado en Castro Ribeiras de Lea, que el arrendador estima que tiene unas 13 habitaciones en cada una de las dos plantas, algo que corroboran tanto desde CCOO como los residentes. José Ángel admite que viven 4 personas por habitación, en algunas habitaciones menos, y que había en ese momento —18 de agosto— 27 casos confinados por COVID-19 entre los jornaleros, pero alega que “está autorizado para 102 personas y no las hay”. El año pasado la empresa ya saltó a la palestra por un brote por el que debieron permanecer confinados 50 trabajadores y se barajó el cierre del pueblo. Según Vasile, las habitaciones son muy reducidas.
Tres trabajadores residentes en el edificio concedieron entrevista a O Salto Diario. Todos ellos coinciden en que durante las semanas de mayor actividad tienen serias dificultades para poder comprar alimentos, dadas las largas jornadas de trabajo que establece Surexport, y que comparten cocina más de 40 personas, de manera que pueden tardar mucho en usarla. Tienen un día libre a la semana para comprar, pero es opcional, y muchos no lo cogen para poder cobrarlo. En ocasiones la empresa retrasa el inicio de la jornada o agiliza el final para que los trabajadores puedan comprar, pero aseguran que no es suficiente. Los residentes consultados coinciden en que se les cobran alrededor de 50 € mensuales en concepto de luz y agua, y que deben encargarse de la limpieza de sus habitaciones y de las zonas comunes cuando se lo ordena Surexport.
“Más de 40 personas comparten una cocina, por lo que su uso puede llevar mucho tiempo. Tienen un diagratis por semana para comprar, pero es opcional, y muchos no lo toman para poder cargarlo «
Jesús Calvo fue Inspector de Trabajo y Seguridad Social en Huelva entre 1994 y agosto de 2018. Desde ese mismo mes, ejerce como director de los departamentos de Recursos Humanos y Desarrollo Estratégico en Surexport. Para él, “proporcionar una vivienda digna fideliza el trabajo de los temporeros”. La Consejería de Fomento y Vivienda concedió subvenciones a la compañía onubense para este propósito específico. Aun así, valora Mahfouz, “aquí la vivienda es mejor que en Huelva, pero en cuanto a programa de trabajo, tiempo de descanso, salario y compra de comida estamos peor. Allí el trabajo no tiene interrupciones por las condiciones climatológicas, como aquí, así que aunque allí trabajemos más disponemos de más tiempo”.
En el hostal también están alojados los manijeros que se encargan de inspeccionar el ritmo de trabajo de los empleados e informar a los superiores por lo que, según Vasile, se sienten controlados. “No podemos salir o entrar siempre que queramos”. Esto último lo niegan el resto de trabajadores contactados. De acuerdo con Vasile, las condiciones más estrictas las aplican cuando quedan menos empleados viviendo en el edificio.
* Esta es la primera parte de un informe que consta de dos. La próxima publicación se centrará en la falta de libertad de asociación, represalias y modelo de negocio.
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